Durante el pasado mes de agosto, tuve la oportunidad de recorrer algunas interesantes zonas de la provincia de Burgos. Zonas, como la Bureba y los Montes de Oca, entre otras, de gran interés histórico, artístico y cultural, que aún, en mayor o en menor medida, conservan un rico testimonio patrimonial, incluídos, todo hay que decirlo, algunos lugares en los que la avidez y la rapiña humanas, han arramplado con templos prácticamente enteros, dejando sólo tristes muñones como testimonio de su existencia. Ejemplos significativos de lo que digo, podrían ser, casualidad de casualidades, dos magníficos templos de los siglos XII ó XIII, consagrados a la figura del arcángel San Miguel. Dichos templos, se localizan -aplico el presente, por respeto a lo que queda- en Tubilla del Agua y en Sasamón.
Poco importa, y además, no es el tema que quiero exponer en la presente entrada, si los elementos relevantes de estos templos han terminado allende el charco, como buenamente determina la expresión popular, haciendo referencia a todo aquél o todo aquéllo que, por los motivos que sean, atraviesa el Atlántico con destino a los Estados Unidos de América; o, por el contrario, en el museo particular de algún pequeño faraón millonario, ciudadano con raíces de garantía de cualquier próspera provincia de éste puzzle histórico e incomprensible que llamamos España. El daño está hecho, desde luego, y el que quiera investigar in situ, tendrá que hacerlo acudiendo a los libreros de viejo, en busca de algún ejemplar con fotografías siquiera sea del año de maricastaña o, en su defecto, utilizar la imaginación y que salga el sol por Antequera.
Durante el viaje, tuve ocasión de visitar numerosos templos, más o menos enteros, así como otros que habían perdido su solera románica, para convertirse en extraños híbridos, a los que había que intentar buscar el punto estético para no fenecer de disgusto. También es cierto, que en algunos, las piezas románicas sobrevivientes, bien que merecían la pena de una buena colección de kilómetros a las espaldas, de modo que sirva lo presente, además, para felicitar al Magister Alkaest por la planificación de la ruta. Ahora bien, me llamó mucho la atención, no observar apenas marcas de cantería, sobre todo en algunos templos de la Bureba, que aún conservaban buena parte de su espectacular románico y, en teoría, deberían de haber sido prolíficos en ellas.
Mi suerte, desde luego, cambió a apenas 30 ó 40 kilómetros de Briviesca, ciudad precisamente en fiestas, donde teníamos nuestra base y a donde cansados, pero satisfechos, retornábamos apenas el sol declinaba, pintando sobre los campos ese efecto dorado que los pintores califican como rompimiento de gloria.
El día en cuestión, había comenzado bien, pues después de desayunar y dar un melancólico paseo por la ribera del río Oca, recalamos en la interesante, pero descuidada parroquial de Revillalcón; en un lugar mágico y de reflexión, como el Santuario de Santa Casilda, y en la iglesia -¿de origen templario?- de Santa María la Mayor, en Aguilar de Bureba. Nuestro siguiente destino, era la ermita de San Martín, en el cercano pueblecito de Piérnigas.
La ermita de San Martín, es un curioso edificio que se levanta en las afueras del pueblo, a un kilómetro, aproximadamente, en mitad de la campiña. Un edificio que por su forma, y el lugar donde se haya situada la espadaña, semeja un navío con las velas desplegadas. Un edificio que no tiene ornamentación alguna; ni canecillos, ni capiteles en el ventanal del ábside, ni el pórtico de entrada. Y sin embargo, se puede decir que es Camino de Santiago y que, de cuando en cuando, algún peregrino recala en el lugar, y después de descansar y dedicar una oración a este santo de antecedentes guerreros, continúa con los avatares de su etapa, perdiéndose en dirección a la línea del horizonte.
Ahora bien, lo que falta en ornamentación, curiosamente, sobra en marcas de cantería: muchas y diferentes, entre las que destaca, probablemente para causar mayor morbo en las elucubraciones del investigador, la emblemática pata de oca. Pero, más curioso todavía, puede resultar el detalle de que, si en muchos de los templos donde se observa su presencia, ésta aparece grabada en los sillares indistintamente, sin orden ni concierto, en ésta humilde ermita, como queriendo distinguir la importancia o pertenencia asociativa del cantero en cuestión, aparece de una forma determinantemente lineal: cuarta o quinta linea de sillares por abajo, e igual delimitación por arriba.
¿Casualidad -me pregunto- o una intencionalidad por parte del cantero, que puede inducir a hipotéticas sospechas?. Un pequeño enigma, que puede llegar a confirmar la intuición de que a veces, lo aparentemente humilde y sencillo, puede esconder más sorpresas de las que realmente nos imaginamos.