Los Símbolos de un Maestro: cenotafio de Santo Domingo de Silos
Los Símbolos de una Reina silense: Nª Sª de Marzo
El Monasterio del Grial: el Maestro de San Juan de la Peña
Se identifica la obra del Maestro de Agüeroy de San Juan de la Peña, entre otros detalles significativos, por los ojos de sus personajes. Ojos que, en opinión de Juan García Atienza, parecen trascender la aparente frialdad de la piedra, hacia estados superiores de conciencia. Un maestro que, bajo mi punto de vista, dejó no sólo trascendencia en los rostros de sus personajes, intuitivamente hablando, sino que también, visibles en la piedra que de manera tan magistral y artesana labró, huellas de identidad, que a modo de señales, deberíamos considerar como posibles claves de magisterio y atención. Me refiero, a los gestos.
Dada su extenuante repetitividad, éstos se aprecian quizás mejor, en la vecina región de las Cinco Villas zaragozanas, siendo, poco más o menos que mundialmente conocidos dos elementos fundamentales que llevan, indiscutiblemente, su patente: la bailarina y la Adoración. En capiteles la primera y en dinteles la segunda, ambas nos dan una idea aproximada de la ruta y la relevancia de este magister y su taller en la Corona de Aragón.
Ahora bien, si en la mayoría de iglesias en las que dicho magister o su taller ejercieron abundan las marcas de cantería, no ocurre lo mismo con este monasterio. Ni siquiera podría afirmar, que la llave que tan magistralmente está labrada en el reverso de la puerta que da aceeso al claustro -esa puerta que abre la del cielo a los fieles- es obra suya o pertenece a un periodo posterior, posiblemente gótico, como la cercana capilla de San Adrián.
Sí resulta sospechosa la presencia de éste símbolo en templos de su autoría, como la iglesia de Santiago, en Agüero, difiriendo las formas, pero no la calidad. A este respecto, resultan interesantes las especulaciones de Syr, quien, en mayo de 2008 y en una entrada del blog Salud y Románico, titulada La llave de Anoll, afirmaba lo siguiente: 'la perfección y cuidado en su elaboración, pudiera hacer pensar que no estamos ante un mero signo, pues de ser así el tratamiento del vástago sería primordial y posiblemente duplicado (oro y plata, guía de almas, Jano, abrir y cerrar, unir y desunir, cielo y tierra, Roma y Pedro, en suma), sino una típica y específica señal de cantería única'.
En realidad, no se puede decir que sea única, porque, como estamos viendo, existe otro exponente en este monasterio e incluso en otras iglesias de otras provincias, quizás menos elaborados en su ejecución, es cierto, pero manteniendo su significado añadido. Pero sí estoy bastante de acuerdo con sus aseveraciones y me resulta particularmente interesante esa relación con la palabra clave ANOLL, que tanto destaca en la iglesia de Santiago de Agüero y hasta el día de hoy continúa siendo un completo enigma. Tal vez no esté demasiado descamindo Syr al afirmar que, al contrario de pensar en la marca personal de un cantero, sí pudiera ser la firma comercial -utilizando sus palabras- de un gremio o escuela de canteros y su manera de dejar una señal de su paso y obra a mado de los copyright modernos. El último párrafo del artículo, me resulta particularmente sugerente, pues abre posibilidades a un mundo simbólico extraordinario, donde algunos investigadores comienza a entrever una pequeña luz e hipotéticamente hablando, pudiéramos tener aquí otra clave de construcción -como apuntaba Juan García Atienza (3)- similar al epigrama de Silo (4) que figura en la iglesia de Santianes de Pravia, en Asturias. Esta línea de investigación, ha sido seguida recientemente por Josep Maria Isern i Monné (5) profesor de Física, Matemáticas y Música.
Por añadidura, y quizás pueda ser un dato significativo -y en modo alguno, afirmo al hacerlo que tenga relación con este monasterio de San Juan de la Peña o con la iglesia de Santiago de Agüero- Atienza ya sostenía, en relación al Temple, precisamente la forma de llave que observaba en la planta de algunas de sus iglesias. ¿Comenzamos, pues, aunque sea de una manera intuitiva a vislumbrar una parte esencial de las claves de los Maestros Constructores?
(1) Curiosamente, se observa en esta tradición, una línea similar, bajo mi punto de vista, a la del árbol que brotó del cráneo de Adán y del que, supuestamente, se hizo la cruz en la que habría de ser sacrificado Jesucristo.
(2) En realidad, cuando se habla de tal Maestro de Agüero y de San Juan de la Peña, no podemos estar seguros de referirnos a un individuo en concreto o a una escuela de canteros que continuó trabajando siguiendo las pautas por él marcadas. Sí se sabe, por ejemplo, de su notable influencia en la vecina comarca de las Cinco Villas, y no deja de ser todo un enigma reseñable, que un templo de las caracteristicas del de Santiago, en Agüero, Huesca, se terminara deprisa y corriendo, obviando los parámetros originales. En este sentido, no dejo de preguntarme si tan inesperado desatino se debió a la muerte del Magister, o simplemente se resolvió de ésta manera por falta surficiente de fondos.
(3) Juan García Atienza: 'El legado templario' Ediciones Robin Book, S.L., 1991, página 255.
(4) Juan García Atienza elaboró una curiosa teoría con respecto a este epigrama de Silo, en la destacaba la posibilidad de que, en realidad, ocultara secretos relacionados con la geometría sagrada utilizada por los maestros constructores. Todos los datos relativos a esta teoría, se pueden leer en el capítulo 7 (Donde da comienzo un juego cósmico), de su libro 'La meta secreta de los templarios', Ediciones Martínez Roca, S.A., 1999, página 125.
(5) Josep Maria Isern i Monné: 'El cuadro mágico de la Orden del Temple, la clave del enigma', Ediciones Aache, 2009.
La Llave del Maestro de Agüero
Canteros de Debod
Varias marcas, localizadas así mismo, en diferentes puntos del templo -tanto del interior, como del exterior- tienen la forma de un cuadrado cuyo interior está dividido en tres columnas, que quizás pueda tener relación con el sistema de numeración egipcio. Curiosamente, esa misma figura se observa, también, acompañada de una especie de obelisco terminado en punta: ¿el símbolo identificativo de una cuadrilla, o quizás un plano del templo, pues cierta semejanza tiene con la planta de éste?.
Dejando aparte la cuestión de que no todos los obreros que trabajaron en los proyectos faraónicos obedecían a la categoría de esclavos, resulta conveniente especificar que se sabe de la existencia de cuadrillas de trabajadores que se identificaban con los Dioses; por ejemplo, Cuadrilla de Horus. Y también se sabe de la rivalidad que existía entre dichas cuadrillas, hasta el punto de que competían entre ellas por ser la que más avanzaba en su zona de obra y la que mejor trabajo hacía.
Pero lo que más abunda en el templo de Debod, sobre todo en los sillares de los pilonos exteriores, son los graffitis. Lejos de constituir un elemento distintivo de una época o de una civilización determinadas, el graffiti denota la necesidad humana, común a todas las civilizaciones y todas las épocas, de hacerse notar. Resulta evidente que más del novento por ciento de los graffitis de Debod, son de origen moderno. Y resulta evidente, así mismo, que muchos de estos graffitis modernos han borrado cuando no posibles marcas de cantero, graffitis de carácter milenario. Entre estos posibles graffitis, destacan aquellos que, a priori, parecen inscripciones en griego, grabadas en la piedra posiblemente por algún viajero de la Antigüedad clásica. O aquélla otra, con forma de cruz de ocho beatitudes, que hace remontar la memoria a los tiempos de las Cruzadas. Pero no tengo por menos que reconocer que se trata tan sólo de especulaciones, porque a fuerza de ser sincero, no hay forma de demostrar en qué periodo exacto o aproximado de la Historia se hicieron. Y mucho menos por quién.
(1) James Cornell: 'The First Stargazer', citado en el libro de Robert Bauval y Adrian Gilbert, 'El misterio de Orión', edición Círculo de Lectores, 1996.
Canteros de Olite: las marcas del Palacio Real
Barahona de Fresno o el ergo suum de los canteros medievales
Patas de Oca de Piérnigas
Los graffiti de peregrino de la iglesia de Sotillo
Los graffiti abundan, sobre todo, en la parte principal, allá donde se localiza el pórtico de entrada y en algunas zonas del ábside. En su observación, parece evidente, en muchos casos, los trazos añadidos a posteriori en las marcas originales, consistentes éstas, en buena parte, en las familiares patas de oca; de tal manera, que quedan, podríamos decir que disimuladas, bajo el aspecto de cruces monxoi por el montículo que las acompaña. Algunas, de trazo menos profundo, configuran simples cruces latinas. Otras curiosidades que se podrían añadir, aunque en menores proporciones, son aquellas en lasque, también sobre la marca original, se han realizado añadidos posteriores que las caracterizan, comparativamente hablando, con el aspecto de símbolos astrológicos o alquímicos (fotografía nº2). E incluso, para rizar el rizo, se da el caso, curioso en extremo, de que en una de dichas transformaciones (fotografía nº3), viene a la memoria del observador -aparte de la aparente flecha que puede representar- las familiares formas de un símbolo milenario y singular: el indalo.
Desde luego, todo es interpretable. Y quizás sea precisamente ésta una de las características que haga del símbolo el más fantástico y a la vez el más universal de los lenguajes. Y en este sentido, el graffiti y su universo, sí merecen, en mi opinión, un estudio más profundo y detallado del que se le ha hecho hasta el momento.
Los hórreos y su ancestral simbolismo
(1) 'Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio, Rey de Castilla', Editorial Patrimonio Nacional, Madrid.
(2) Con ellos y su antigüedad, cabría similar adagio a aquél adoptado por la vox populi del Principado con respecto a una de las familias más notables y antiguas: los Quirós. Aunque existen variantes, una de las más sonadas, sería ésta: 'Antes que Dios fuera Dios / y el sol diera en estos riscos / los Quirós eran Quirós / y los Garridos, Garrido'.
Marcas, grafitis, mitos y templarios
Cebrecos, curiosidades de una ermita expoliada

No siempre la Realidad, como decía el fallecido investigador Juan García Atienza, es fácil de vislumbrar, pero está ahí. El tema de la presente entrada, aún a pesar de toda la leyenda negra a él asociada, también ha estado ahí siempre, aunque muchas veces nos pase inadvertida. Recuerdo que esta pasada Semana Santa, conocí a una persona, arquitecto por más señas, que afirmaba que él, viendo una iglesia románica por fuera, ya sabía cómo era por dentro. Yo, sinceramente, reconozco mis limitaciones, pero asumo, no obstante, la certidumbre de su existencia, aunque no se pueda ver a simple vista. Generalmente, ésta, su existencia, se desarrolla entre bastidores; permanece agazapada en las sombras, como, por ejemplo, esas que ocultan los entramados interiores de los pórticos de muchas iglesias románicas; integrada en la misteriosa geometría sagrada de los ábsides; oculta en la mente prodigiosa de los Magister Muri, pero plasmada en sus planes; presente en multitud de formas, sobre todo vegetales y minerales, milimétricamente calculadas por la Naturaleza: la estrella de cinco puntas o pentalfa.
Hay iglesias, como la de San Bartolomé, en el Cañón del Río Lobos, que la tienen bien visible, incorporada, además por partida doble, a su transepto. Otras, como la de la Asunción, en Leache, Navarra, la incorporan en el tímpano, haciendo valer, por antigüedad, el concepto del Hombre Universal llevado a la perfección, doscientos o trescientos años después, por Leonardo Da Vinci. En ocasiones, el cantero, siguiendo el ritmo de su crónica personal -o de su estado espiritual, como opinan algunos autores-, la incorpora, en forma de metopa, en un lugar algo escondido del ábside, como en el caso de la iglesia de la Natividad, en Sotillo, provincia de Segovia.
Se la localiza también, como marca de cantería, profundamente grabada en los sillares de numerosas iglesias, y no resulta extraña su presencia, así mismo, identificando a determinados personajes marginales de la época, como avaros o judíos -dicho con objetividad, sin intenciones racistas ni partidistas- como queda de manifiesto, por ejemplo, en un revelador capitel que se encuentra en el interior de la iglesia de San Martín de Frómista, en Palencia. Significativamente, y según el profesor Fernando Ruiz de la Puerta (2), también es conocida, en algunos ámbitos, con el nombre de Pie de Druida.[continúa]
(1) Juan García Atienza: Nueva guía de la España mágica', página 538.
(2) Fernando Ruiz de la Puerta: 'Historia de la Magia en Toledo'.
Juegos de Geometría Sagrada en una ermita mozárabe

Igual que esa historia de los sueños que nunca ha sido escrita, como asevera Jacobo Siruela, la historia de los canteros y su fantástico mundo simbólico permanece, también, envuelta por brumas oníricas, cuyos elementos clave escapan, la mayoría de las veces, a cualquier tipo de psicoanálisis racional que pretendamos aplicar para desentrañar el mensaje que subyace aletargado en su rico simbolismo. Es cierto que en ocasiones, la sorpresa salta cuando menos te lo esperas. Pero no es menos cierto, también, que después, cuando desaparece esa ilusoria euforia frente a lo que parecía, a priori, una piedra de Rosetta que, cual ingenuo Champollion, habría de proporcionarte la clave de un idioma ancestral, la desesperanza se abre camino inexorablemente, hasta el punto de volver a dejarte en ese punto muerto inicial; en esa tierra de nadie, prohibida y tremendamente peligrosa, que pocos se arriesgan a atravesar, en la mayoría de las veces por temor a hacer el ridículo.
La ermita de Santa Cecilia, es un canto a la belleza. Si bien el entorno es un poderoso aliado, su sencillez, su calculada proporción y su nostálgica elegancia, hacen de ella un tesoro que invita a la ternura, al mimo, y sobre todo, a la contemplación. No en vano, creo que se podría afirmar que es el único ejemplar de arte mozárabe que sobrevive en la provincia de Burgos. Y de hecho, ya en sí misma y con esa supervivencia añadida, constituye todo un enigma. En realidad, la zona es un enigma en sí, en cuanto a ermitas, advocaciones, cultos y romerías se refiere, disponiendo, incluso, de una ruta específica: la ruta de las ermitas, cuyo punto de partida, comienza, probablemente, en Quintanilla del Coco.
(1) San Bernardo de Claraval, 'Epístola 106'.
Las Huellas de los Caminantes

' - ¿Qué estás haciendo? -le preguntó un peregrino al peregrino loco.
- Estoy contemplando mi sombra -le respondió este escuetamente.
- ¿Y qué tiene de interesante tu sombra? -insistió el otro.
- Estoy esperando que me cuente algo...' (1).
Se trata sólo de una metáfora. Me refiero al título de la presente entrada. Pero eso sí, creo que es una metáfora que, desde luego, caracteriza las cualidades trashumantes de éstos verdaderos maestros de la piedra, que en su largo caminar fueron ilustrando una Edad Media sumida en el más impenetrable de los ocasos. Al menos, culturalmente hablando. El que más o el que menos, conoce básicamente los pormenores de una época que comenzó en el siglo VII, con la invasión musulmana de la Península, y se extendió hasta el siglo XV, con la conquista de Granada por los Reyes Católicos. Cerca de ocho siglos, pues, repletos de vicisitudes y acontecimientos, donde éstos anónimos Caminantes desarrollaron una labor ilustrativa y cultural sin parangón, dentro de las características de un mundo que estaba distribuído, básicamente, en tres estamentos claramente definidos: los oratores, o gentes del espíritu; los bellatores, o gentes de la guerra, y los laboratores, las gentes del trabajo; o lo que es lo mismo, el pueblo llano.
Políticamente correcto o no, coincido con la opinión de José Javier Esparza (2), cuando destaca el papel determinante de la Iglesia como rector del orden medieval. Es lógico, y dentro de sus funciones como poder temporal, político y religioso, la búsqueda de la sabiduría antigua conllevó también que la llama de la cultura no se extinguiera definitivamente, obrando el milagro de que la piedra se convirtiera en los libros de texto que, impresos en las páginas geométricamente sagradas de los templos, cumplían con creces dos conceptos a tener en cuenta: evangelizar e ilustrar. Aquí intervenía el nómada albañil, puliendo los mensajes, generalmente por encargo, y otras veces, incluyendo temáticas que, por no denominar abiertamente heréticas, las dejaremos deslizarse subrepticiamente por el nirvana particular de su estado espiritual en un momento dado.
(1) Grian: 'El Peregrino Loco', Ediciones Obelisco, 1ª edición, febrero de 2006, página 44.
(2) José Javier Esparza: 'Moros y cristianos', editorial La Esfera de los Libros, S.L., 2ª edición, febrero de 2011, páginas 246-247.
Los graffiti crucíferos de Jaramillo Quemado

Uno no puede evitar volverse aún más suspicaz que de costumbre cuando, por alguna de esas felices casualidades del destino -en las que, paradójicamente, no termino de creer- tiene la oportunidad de recorrer camino por una de las zonas más interesantes y mistéricas de ese solar idiosincrático que es la provincia de Burgos: la Sierra de la Demanda. Si bien sus diferentes administraciones territoriales, dejan generalmente un agradable sabor en el paladar -La Bureba, La Esgueva, La Ribera del Duero, Las Merindades...- la Sierra de la Demanda condiciona, y llegado el caso, subyuga. Historia y Leyenda se mezclan con una facilidad tan grande, que en ocasiones desarma el sentido de la objetividad, desafiando, de paso y con guante blanco, esa no menos tramposa cualidad humana que es la lógica. Un detalle aquí, otro más allá y aún un tercero entre aquél y este, donde el hombre y el tiempo se confabulan para que la prueba del carbono 14 no signifique absolutamente nada. Si ya de por sí, las marcas auténticas de cantería constituyen un universo paralelo con reglas propias y metafísico lenguaje de ave, aquéllas otras que, comúnmente solemos calificar como graffitis de peregrino, no le andan a la zaga. Nos los encontramos continuamente, y a veces, incluso, los miramos con desdén, pensando que no pasan de ser simples testimonios piadosos y apenas les prestamos atención. En la mayoría de los casos, los motivos se reducen a una representación crucífera, que puede tener unas connotaciones más simples o más complejas, si tomamos la forma como base: cruz griega, cruz latina, cruz monxoi, cruz patriarcal...En otras ocasiones, se puede constatar que a la supuesta fe, se le añade una cierta dosis de partidismo y se desvirtúan marcas originales que, quizás por su sentido, no voy a decir esotérico pero sí más complejo, no gustan u ofenden la ortodoxia implícita, que nada entiende de otros caminos espirituales que los estrictamente marcados por la iglesia de Pedro. El caso más corriente que se me ocurre, es el de una curiosa marca que seguramente todos conocemos: la pata de oca.
En el caso de la parroquial de Jaramillo Quemado, muy modificada por los avatares del tiempo y el capricho de los hombres, pocas marcas ecnontraréis en otro lugar que no sea su parte sur. Pocas originales y de cantero, a excepción de alguna flecha y poco más; pero sí observáreis numerosas cruces, incluída aquélla que, para doblar significado, se le ha añadido un aspa o cruz de San Andrés. Entre unas y otras, hallaréis, casi juntas en un determinado sillar, cuatro curiosas representaciones, que enseguida, por su forma, os llamarán poderosamente la atención: una cruz contenida en un círculo, con una basa rectangular. Idéntica forma, y aquí comienza el largo camino que conduce al universo de la conjetura, que el de las estelas funerarias medievales. Estelas que, como se sabe, conforman así mismo, todo un universo simbólico de primera magnitud.
Ahora bien, si en efecto se tratara de representaciones simbólicas de estelas, ¿qué significado podríamos darle?. ¿Quizás rememoran a aquéllos peregrinos amigos caídos en su viaje?. ¿Tal vez se trate, simplemente, de crismones?. He aquí, en mi opinión, un pequeño misterio. O quizás no sea tan pequeño.
(1) Fulcanelli: 'Las Moradas Filosofales', Editorial Plaza & Janés, S.A., 1972, página 61
Coruña del Conde. graffitis de peregrino en la ermita del Cristo de San Sebastián

(1) Mary W. Shelley: 'Frankenstein o el moderno Prometeo', cesión de Alianza Editorial, S.A. a Círculo de Lectores, S.A., 1995, página 49.
(2) Dato obtenido del libro de Juan Pedro Morin Bentejac y Jaime Cobreros Aguirre, 'El Camino iniciático de Santiago', Edciones 29, 1ª edición , junio de 1976, página 77.
El placer de la especulación: marcas lapidarias del Monasterio de Moreruela

El placer de la especulación. ¡Qué gran frase, Don Rafael, para definir ese abúlico estado de frustración que nos invade cuando los signos lapidarios medievales se cruzan en nuestro camino para hacernos una mueca burlona y decirnos con toda impunidad: descíframe si puedes!. Ya casi había olvidado este inestimable artículo que escribiste en 1992 para la revista Año Cero -como observarás, al trato de respeto inicial obligado al Maestro, le sigue el trato de confianza debido al amigo- si una inesperada muestra de grandeza y generosidad, no me hubiera obligado a poner patas arriba mi biblioteca, siquiera para poner en práctica, con padrinos, ese placer de la especulación que, en definitiva, es el único recurso que nos queda frente a todos aquellos misterios que permanecen aletargados en esa inalcanzable Caja de Pandora simbólica que custodia con excesivo celo el Padre Cronos.
Mi conocimiento de la provincia de Zamora, es prácticamente nulo; se puede resumir, tal cual, a ese paso obligatorio por sus lindes cuando voy y vuelvo del Norte, siguiendo esa línea longitudinal que, con el nombre de Autovía y el añadido numérico de 6, comunica Madrid con La Coruña. Bien es cierto, que Zamora y su románico hace tiempo que están dentro de mi pasional interés, pero por circunstancias comprensibles, donde priman por el momento otras motivaciones y proyectos, aún no había llegado la hora de perderse -digo bien, pues creo que toda búsqueda implica una pérdida inicial, ya sea de caminos o de concepciones preestablecidas- por los ríos artísticos de su Historia. ¿Existe la sincronización de mentes?. Algunos científicos opinan que sí, y precisamente eso me comentaba mi jefe hace unos días, mientras aprovechábamos un respiro en el trabajo para fumarnos un cigarrillo, sentirnos durante unos breves minutos lagartos al sol, y platicar tan panchos emulando esos tradicionales filandones que tanto echo de menos en estos días de nomadismo e individualidad. Por aquél entonces, créase o no, pensaba en marcas de cantería y también en un monasterio. Un monasterio que tuve oportunidad de visitar el pasado mes de enero y cuyas vicisitudes simbólicas me tienen bastante más que desconcertado, aunque será el protagonista de una próxima entrada: el de Santa María de Carracedo, en León. Estos son, a grosso modo, los antecedentes a un correo electrónico en el que Ana Manzano -periodista y autora del blog Iconos Medievales, en el que mediante la sublime expresividad que destila su pluma de oca, nos deleita con multitud de genialidades afines a este mundo medieval que tanto nos interesa- se ofrecía generosamente a enviarme algunas fotografías de signos lapidarios que había tenido ocasión de recoger durante un reciente viaje a la provincia de Zamora. ¿Qué decir en mi descargo, salvo que este ofrecimiento era como agua de mayo para un insaciable golosón como yo?. Dicho y hecho. Con sus fotografías, así como con su cortés consentimiento, me he decidido a montar este pequeño vídeo en el que por olvido -lo digo con cierta vergüenza- falta una foto que, tomada en conjunto, mostraba una serie de signos lapidarios, entre los que se incluían algunos de aquéllos que, comúnmente, se denominan patas de oca; o lo que es lo mismo, símbolos rúnicos de la vida, marca distintiva de ciertos gremios compañeriles que extendieron su ámbito de actuación dentro y fuera del Camino Jacobeo y que, en algunos casos y tal y como especifica un reputado investigador en la materia -Louis Charpentier- constituía, digámoslo así, la marca distintiva al menos de un gremio conocido como los Hijos del Maestre Jacques, de origen franco y que se sabe que trabajaron bajo la tutela y protección de la Orden del Temple, a la par que los también llamados Hijos de Salomón, que utilizaban el pentáculo salomónico como marca distintiva. Pentáculo o estrella de cinco puntas que, en el mencionado y vecino monasterio leonés de Carracedo, aparece con una más que sospechosa frecuencia.
Por otra parte, y volviendo otra vez a Zamora y este monasterio de Moreruela, sí he podido observar, por comparación entre las fotos enviadas por Ana y aquellas otras que se muestran en el artículo de Rafael Alarcón, que hay un símbolo determinativo que aparece con frecuencia, aunque con distintas acepciones que, bajo mi punto de vista, no dejan de ser curiosas: me refiero al báculo-espiral. Al menos, se pueden distinguir tres acepciones observables en la terminación del ángulo recto del bastón: una acepción en la que la punta del bastón se dobla (¿báculo roto? (2)) hacia la izquierda; una segunda acepción en la punta se bifurca en dos pequeños ramales curvos, como la lengua bífida de una serpiente, idéntica a las que se pueden observar dentro y fuera del ábside de la iglesia soriana de San Miguel de Caltójar, y la tercera acepción, recogida en el artículo de Alarcón, donde el extremo final del báculo conforma una cruz similar a las utilizadas por el Temple.
Resulta curiosa, así mismo, la proliferación de triángulos, forma geométrica medieval que representaba a la Divinidad y por defecto, a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y también la representación de los contrarios (masculino-femenino) del célebre Sello de Salomón o Estrella de David.
La llave, con todas sus connotaciones simbólicas y labrada de una manera muy similar a como se localiza, por ejemplo, en la iglesia de Santiago de Agüero (Huesca), también está presente entre los signos lapidarios de Moreruela. Símbolos que, en conjunto y recurriendo otra vez al mencionado artículo de Rafael Alarcón, se localizan, no sólo en otros lugares de la geografía peninsular, sino que también aparecen en construcciones de toda Europa, e incluso en paises orientales y latinoamericanos.
Y es aquí, donde surge, irremediablemente, la Gran Pregunta: ¿son, quizás, los restos de una tradición arcaica y universal, transmitida de manera oral y en secreto a lo largo de generaciones?.
Buena pregunta, sobre todo si, empeñándonos en buscar la respuesta, no dejamos de acudir a ese gran placer que es la especulación.
Ana, sinceramente, gracias.
(1) Rafael Alarcón Herrera, 'El enigma de los signos lapidarios', Revista Año Cero, Año III, nº11, noviembre de 1992, páginas 64-69.
(2) Algo similar se describe en la novela de Paloma Sánchez Garnica, 'El alma de las piedras', Editorial Planeta, 2010, aunque en este caso no se trata de un báculo, sino de una espada.
Villanueva de Cangas: la Llave del Maestro del Monasterio de San Pedro
Los enigmas epigráficos del Monasterio de Carracedo
Un escudo constituido por castillos y leones, ocupa el centro del tímpano. Con referencia a los tímpanos románicos, quizás sea oportuno precisar que tan sólo se conservan tres en la provincia de León, reduciéndose a uno en la de Asturias (2): uno se localiza precisamente aquí, en Carracedo, en un lateral de la iglesia; otro, en la catedral y el tercero, en un pueblecito, Castroquilame, que se sitúa siguiendo la carretera de Carucedo -famoso por el lago de la Xana Caricea o Carisia- en dirección a la provincia de Orense.
Ya antes de observarlos distribuidos secuencialmente en la torre circular anexa a la torre principal, se los localiza, aparentemente sin orden ni concierto, en numerosos sillares cercanos a ésta. Se trata de motivos florales, estrellados y polisquélicos, que algunos autores consideran como pruebas de cantería realizadas antes de confeccionar la cenefa artística de la torre a la que hacía referencia (3). Pero, sin duda, donde mayor número de marcas de cantería hay, propiamente hablando, es en el claustro, precisamente en esa zona arruinada de antiguas dependencias, situadas junto a la iglesia y el moderno e interior acceso a ésta. Allí, entre un león y algunos otros símbolos de origen visigodo -como un árbol de la vida, cuya posición, visto tumbado, puede sugerir, incluso, la espina dorsal de un pez; algún disco solar y alguna inscripción indescifrable- sobreviven numerosos símbolos lapidarios, entre los que destacan, por su cantidad y repetitividad, esencialmente dos de ellos: la estrella de cinco puntas y un símbolo similar al del infinito, aunque sin llegar a completar la unión de las elipses.
Es, precisamente en ésta parte del defenestrado monasterio, donde también se constata la presencia, insistentemente repetitiva como para no tenerla en cuenta, de motivos aparentemente florales que, no obstante, reproducen una cruz paté. Modelo de cruz que, inevitablemente -y aún admitiendo de antemano su inexclusividad- conlleva a preguntarse -quizás para aumentar aún más los ya de por sí numerosos misterios del lugar-, si en la historia de Carracedo, hubo un periodo en el que el Temple estuvo presente. Y de admitir esa posibilidad, cabría, a la vez preguntarse si con éstos legendarios monjes-guerreros, llegó alguna de esas herméticas hermandades de canteros que, está constatado, trabajaron bajo su tutela y protección, pasando en algunos casos a la clandestinidad con la supresión de la Orden. Hermandades, oportuno es decirlo, que firmaban sus obras con unos símbolos particulares que los definían: la pata de oca, la estrella de cinco puntas y el famoso Sello de Salomón (4).