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Channel: Tras las huellas de los Canteros Medievales
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Los Símbolos de un Maestro: cenotafio de Santo Domingo de Silos

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La lluvia, infatigable compañera durante toda la mañana, apenas ofrece un momento de tregua cuando, todavía empapado a consecuencia del desplazamiento desde el aparcamiento habilitado a las afueras del pueblo, pongo los pies por primera vez en el claustro de ésta milenaria abadía de Santo Domingo de Silos. El viaje, sin duda extraño, no estaba previsto. En realidad, Silos no era mi destino esta tempestuosa, desapacible mañana de sábado. Ni siquiera pensaba en Silos, ni en la herejía que supone para un amante del románico, no haber recalado allí todavía, sobre todo cuando, como un lorito parlanchín, he utilizado en numerosas ocasiones el término silense para referirme a las características de las esculturas capitelinas de ésta o de aquélla iglesia. Mi destino, fruto de la locura o del romanticismo para desafiar a estos idus de febrero, se encontraba, aproximadamente, una cincuentena de kilómetros más allá, en Hortigüela y las ruinas de lo que en tiempos fuera uno de los más antiguos y venerables cenobios peninsulares: San Pedro de Arlanza.
El día, como digo, no es, si no, un remedo de tristeza, con un cielo completamente cubierto de una sábana gris, que hace, por momentos, que la visión se difumine como si la percepción visual resbalara, inevitablemente, a través de una tonalidad macilenta y opaca. El ritmo de la lluvia, que cae sobre el laberíntico jardín interior, mojando también las simétricas columnas que sustentan unos capiteles maravillosamente trabajados, es el único sonido que de forma continuada y monótona, interrumpe la obstinación de un silencio que parece guardar, como un inmenso tesoro, una presencia espiritual que ha trascendido el paso de los siglos. Es una sensación, un presentimiento que se acentúa cada vez que mis pasos me van desvelando mil y un detalles, que se resumen en una única palabra: fascinación. Ni siquiera la presencia de una dama, que recorre los cuatro puntos cardinales del claustro a tal velocidad, que sus pies parecen no tocar el suelo -por unos momentos, me recuerda el rito de los peregrinos, cuando hacen la misma operación pero con los pies descalzos alrededor del claustro octogonal de la ermita de Eunate- logra apartar de mi mente la impresión de que el tiempo, enfermizo caminante, ha quedado atrapado también, deteniéndose irremisiblemente, víctima del hechizo. Entonces, es cuando la veo, imponente como un coloso de Memnón, hierática en su trono, custodiando con infinita paciencia, una galería norte que, todavía no lo sé, guarda un prodigioso tesoro: se trata de Nª Sª de Marzo, según reza un cartel; una inmensa escultura mariana, realizada en piedra y originalmente policromada, datada en los siglos XIII-XIV.
Siguiendo su mirada, y aproximadamente a mitad de la galería norte, casi marcada por esa doble columna que se ve atravesada por una tercera columna, cual tibia sin compañera se tratara, el Cenotafio del Maestro capta inmediatamente todo mi interés. Mientras me acerco, mi mente es un hervidero en el que todo tipo de sensaciones y recuerdos afloran, en una pugna por hacerse un sitio en mi conciencia. Pero de todos, tomo partido, por una curiosa asociación de familiaridad, con la presentación que no hace mucho llegó a mis manos, en la que eran los propios espíritus de los monjes fundadores de otro lugar sacro, Montederramo, quienes contaban su historia a todos aquellos que llegaban un día al lugar, y recalaban entre los arcanos muros de la abadía, dispuestos a escuchar su voz (1).
El misterio está servido; la magia flota en el ambiente. Siquiera un rápido vistazo, es más que suficiente como para darse cuenta de los símbolos. La Sabiduría, bien mezclada con el Arte, está patente en muchos de los elementos hábilmente tallados en la piedra. Tan hábilmente, permítaseme la puntualización, que son una auténtica obra maestra. Es como, si mil años después de su muerte, el espíritu de Silos, sin duda, Santo Domingo, hablara locuazmente a través de los símbolos. Los principales están ahí, a la vista: el libro cerrado entre sus manos, que hemos de suponer, habla del Conocimiento. El Conocimiento Divino aplicado a la Geometría Sagrada. El Báculo, distinción inequívoca del portador de ese Conocimiento, el Maestro o Magister. Pero no es un Báculo normal y corriente; se trata de un Báculo especial, un Báculo que en sí mismo, conlleva también la señal de la Sabiduría en esa cabeza de dragón o de serpiente o incluso de lobo (2), que constituye la empuñadura, curvada con la espiral de los constructores. La Corona, todo un símbolo detentador de aquél que ha trascendido lo mundano y alcanzado un nivel netamente superior.
Pero donde se conjuga todo un compendio de sabiduría y de misterio es, sin duda, en el epitafio. Un epitafio repleto de símbolos y señales; símbolos y señales como el lábaro, antecesor del crismón, o la pata de oca, utilizados posteriormente por los canteros medievales para dejar mensajes gremiales a todo lo largo y ancho de su recorrido. Mensajes, cuyo sentido, en la actualidad, se ha perdido porque hemos perdido las claves, hemos olvidado ese lenguaje del símbolo, basado en la interpretación. Hemos olvidado a pensar que, detrás de lo aparente, hay un complejo mundo, cuya riqueza, en un tiempo, fue decididamente vital. Esa pérdida, nos ha hecho evidentemente cómodos, y en nuestra comodidad, hemos perdido una parte fundamental de nuestro ser: la imaginación.
Como decía Jorge Luis Borges, la lluvia siempre ocurre en el Pasado.
Santo Domingo de Silos, sábado 19 de Febrero de 2011
(1) Alberto Cacharrón Mojón: 'La abadía de Santa María de Montederramo', Concellería de Cultura e Turismo, Concello de Montederramo, 2008. Este tesoro inapreciable llegó a mis manos, gracias a la amabilidad y gentileza de Ana Méndez Trabado, de la Oficina de Turismo de Montederramo, siendo la portadora de tan excelente regalo, una simpática bruja, Paz Villén González. A las dos, mi más profunda gratitud.
(2) Resulta imposible no hacer referencia, siquiera de pasada, a los magos de Egipto, capaces, según la Tradición, de convertir sus bastones o báculos en serpientes y donde incluso el Cristianismo tiene el mejor ejemplo en Moisés y su vara. Por su parte, el lobo siempre ha estado asociado a la figura de las hermandades compañeriles, siendo el animal totémico del dios celta Lug.



Los Símbolos de una Reina silense: Nª Sª de Marzo

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Si dejamos a un lado la apasionante imaginería simbólica que conllevan los formidables capiteles de este claustro de la abadía benedictina de Santo Domingo de Silos, observaremos, no sin cierta fascinación, el enorme despliegue de simbolismo que, en cuestión de pocos metros, implica a dos de los elementos que conforman una parte sustancial de la galería norte: el Cenotafio de Santo Domingo, y la imponente imagen sedente de Nª Sª de Marzo.
Como en la entrada anterior, en la que comentaba algunos de los símbolos del cenotafio de ese aútentico Magister que fue Santo Domingo, considero puntual la ocasión de fijar ahora la atención en otro apasionante atanor simbólico, que no es otro que el constituido por la imaginería mariana medieval. Imaginería que, dicho sea a modo de breve introducción, conserva gran parte de los misterios iniciáticos que, consignados de manera encubieta por una minoría de eruditos -o iniciados, como se prefiera- ajenos a la ortodoxia oficial, nos desvelan aspectos poco comprendidos del universo pre y post medieval.
Uno de los detalles que inevitablemente llaman la atención, en un primer vistazo, no es otro que el de su enorme tamaño, que supera con creces, en mi opinión, el metro de altura y supone ya de por sí, una auténtica obra de Arte ya que, no lo olvidemos, está tallada en piedra, en una sola pieza, aunque, por desgracia, apenas conserva rastro del esplendor de su policromía original.
Situada poco menos que en la intersección de las galerías oeste y norte, parece custodiar, con su mirada, hierática e infinita, el espléndido cenotafio del abad milagroso de Silos, que se encuentra situado, aproximadamente, hacia la mitad de la mencionada galería norte. Galería en la que, circunstancialmente, se encuentra la única columna triple -la tercera cruzada sobre las otras dos- de todo el claustro bajo.
Luce los atributos de una auténtica reina; es decir, se encuentra entronizada y también coronada. Un pequeño cartel, situado en el basamento de piedra sobre el que se asienta la imagen, nos advierte, aparte del nombre o advocación, de la fecha aproximada en que se la data: siglos XIII-XIV. No obstante -y esto puede ser un claro ejemplo de la dificultad que conlleva, en numerosas ocasiones, situar correctamente este tipo de imágenes, que oscilan, generalmente, entre el románico y el gótico- dentro de alguna de las guías que se venden en la propia tienda de la abadía (1) figura, parece que con meridiana certeza, pues no ofrecen otra opción, el siglo XIII. Irrelevante o no, lo cierto es que parece demasiado grande, en mi opinión -el patrón común, más o menos aceptado para la gran mayoría de imágenes marianas de estos periodos, oscilaría entre los 30 y los 40 centímetros de altura- para pertenecer a este siglo, encuadrándose mejor dentro de un románico tardío o en un periodo de transición al gótico, cuando ya también comenzaban a ser representadas de pie, afianzándose más en el papel de Madre de Dios -como la conocemos actualmente- y menos en el de Diosa Madre o Magna Mater con el que también se la identificaba -aunando conceptos de la Antigua y la Nueva Religión- en los periodos a que estamos haciendo referencia.
En el borde del basamento sobre el que ya he mencionado que se asienta, se localiza, así mismo, una inscripción latina, que todavía puede leerse perfectamente:
+ INMACULATA : DEI : GENITRIX : NOS: RESPICE : CLEMENS : PROSEOVIMUR : CULTU: OUM : TUA : MAGNA : PIO +
Porta un lirio en su mano derecha, señal inequívoca de iniciación y sabiduría, utilizado también por algunas hermandades compañeriles pues, de una manera encubierta, representa esa runa de la Vida, más comúnmente conocida como pata de oca. Forma utilizada, a la vez, como cruz y elemento de martirio, como demuestra, entre otros, el famoso Cristo renano de la iglesia del Crucifijo, en Puente la Reina, Navarra. Sujeta al Niño entre su brazo y su pierna izquierdos. Éste, por su parte, y a diferencia de ese otro grial -en su sentido documental- que sujetan firmemente sobre su pecho las manos de Santo Domingo en su cenotafio, muestra en su mano izquierda un libro abierto y a la vista de todos. Los dedos de la derecha adoptan, bien la señal de bendición, bien indicación hacia lo alto. Otra de las peculiaridades del Niño, la encontramos en su nuca, que semeja tener, de una forma hábilmente esculpida, la tonsura de los monjes.
Aún hay más detalles peculiares, a mi entender, que se pueden visualizar a simple vista en ésta impresionante imagen; se encuentran en el trono, donde dos monstruos, detalle significativo, hacen las veces de peana. Y recalco lo de significativo, porque estos monstruos -a los que, por cierto, uno de los impulsores de la figura de la Virgen, San Bernardo de Claraval, consideraba como ridículos- se localizan, en forma de canecillos, también, en numerosos templos románicos. Y si, generalmente, tales representaciones, son una alusión a los vicios y los pecados, ¿hemos de suponer, entonces, que en éste caso hace referencia a esa parte de la inscripción que la define como INMACULATA DEI GENITRIX?. ¿Estaríamos, pues, ante un antecedente de la Inmaculada Concepción, que con posterioridad se representaría con una media luna y una serpiente o un dragón -incluso a veces con el propio Diablo- a sus pies?.
Sea como sea, de lo que no cabe duda, es de que tales representaciones en vírgenes sedentes, no suelen ser muy comunes, en mi opinión; detalle que, por otra parte, amplía el simbolismo añadido ya de por sí a estas imágenes, dejando siempre las puertas abiertas al mundo de la especulación. Todo sea dicho, de paso, con todo el respeto y sin ánimo alguno de ofender.
Santo Domingo de Silos, 19 de Febrero de 2011
(1) Mariano Palacios González: El monasterio de Silos, SIAL Ediciones, S.L., 2010

El Monasterio del Grial: el Maestro de San Juan de la Peña

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Esta puerta abre la del cielo a todo fiel que se esfuerce en unir la fe con el cumplimiento de los mandamientos de Dios:
PORTA PER HA(N)C CAELI FIT

P(ER)VIA CUIQ(UE) FIDELI

+ SI STUDEAD FIDEI IUNGERE

IUSSA DEI

Sin duda, uno de los mayores atractivos de un Mito, reside en su extraordinaria capacidad de perpetuarse a lo largo de los siglos, manteniendo incólume ese misterio primordial que hace de él algo deseable y añorado, pero a la vez inalcanzable, hasta el punto de constituir un sueño en la memoria colectiva de la humanidad. Posiblemente, el más grande de los mitos, el mito por antonomasia, aquél que con más fortaleza desafía el paso del tiempo, así como también el conocimiento humano, no sea otro que éste que se refiere al Santo Grial. Sobre todo, teniendo en cuenta que nadie sabe con seguridad, qué es, en definitiva, y en qué consiste el Santo Grial.

¿La esmeralda que se desprendió de la corona de Lucifer en la Caída?. ¿El sangreal o la sangre real que, según algunos autores, perpetuaría una supuesta descendencia de Cristo?. ¿Un libro o unos rollos de manuscritos que contendrían, en esencia, el misterio de ésta continuidad Crística, una supuesta historia apócrifa de Jesús, cuando no unos conocimientos extradiluvianos vetados, por su trascendencia, a los neófitos?.

El Grial asociado a este extraordinario enclave que es el monasterio de San Juan de la Peña, no obstante, continúa la tradición más comúnmente aceptada, que no es otra que aquella que lo define como la copa que utilizó Jesús en la Última Cena, reutilizada después por José de Arimatea para recoger la sangre que brotó de la herida infligida por Longinos durante la Crucifixión. Copa que, de hecho, y según otras corrientes (1) estaría elaborada, precisamente, con la piedra que mencionaba al principio y que se desprendió de la corona de Lucifer durante la Caída.

Tradicionalmente, se habla de una esmeralda. Curiosamente, el Grial considerado como auténtico y que se custodió en este monasterio hasta septiembre de 1399, en que inició uno de sus varios viajes para terminar recalando finalmente en la catedral de Valencia en 1416, no es, como cabría esperarse, una esmeralda sino una cornalina o ágata de color rojo oscuro, y está fechada entre el siglo IV a. de Cristo y el I d. de Cristo, midiendo 7 centímetros de altura, número mágico por excelencia, aunque éste, posiblemente, sea sólo un detalle circunstancial.

Según la leyenda, llega a Huesca por intercesión de San Lorenzo, quien se lo entregó a un soldado para ponerlo a salvo, se supone que después del saqueo de Roma por los visigodos. Ocurría esto, en el año 410. En esa época, desde luego, no existía el monasterio, pero parece ser que sí los suficientes brotes de eremitismo para que siglos después, y sin abandonar ese aura de trascendente misterio, se produjeran las condiciones necesarias para que se forjaran en el futuro los cimientos de uno de los lugares más espirituales y sacro-santos de la Península Ibérica. De hecho, durante mucho tiempo, San Juan de la Peña rivalizó con la montaña sagrada por excelencia, Montserrat, en cuanto a la identificación de ese Montsalvasche o Monte de la Salvación pregonado en las sagas griálicas, cuyos custodios o caballeros del Grial, no serían otros que los caballeros templarios; los templeisen del trovador alemán Wolfgang von Eschenbach quien, a su vez, habría tomado la historia de un tal Kiot. En realidad, éste es un detalle que continúa siendo un completo enigma a día de hoy, y aparte de estos dos, habría varios lugares más, como, por ejemplo, el castillo cátaro de Montségur.

No obstante los avatares inciertos y legendarios de su fundación, y en lo que concierne a la presente entrada, hemos de situarnos, cuando menos, en el siglo XII y traspasando esa mozárabe puerta que abre la del cielo, acceder a la maravilla indiscutible que es su claustro, para intentar localizar las señas de identidad de esa figura enigmática que se conoce como el Maestro de Agüeroy de San Juan de la Peña (2). Es evidente, que franquear ese umbral, ya supone un auténtico reto; reto que ha de afrontarse, bajo mi punto de vista, dejando a un lado cualquier sentimiento de fría racionalidad y permitiendo vagar a la imaginación, hasta acercarla a la fantasía trascendente de la piedra que es, en realidad, donde se oculta la verdadera alma del cantero, y de hecho, también sus convicciones.

Sin embargo, antes de acceder y cruzar ese umbral, resulta conveniente detenerse unos instantes a reflexionar en el Panteón de Nobles; y al hacerlo, no descartar, a priori, un detalle significativo, que quizás más adelante pueda ayudarnos a la hora de especular -digo bien, especular- sobre uno de los posibles orígenes de tan interesante y a la vez desconocido Magister Muri: las cruces de doce puntas o de diamantes occitanas, que indican que alli reposan, en perfecta comunión, cátaros y cristianos. No es extraño, desde luego, teniendo en cuenta los estrechos lazos que siempre unieron la Occitania con la Corona de Aragón.




Se identifica la obra del Maestro de Agüeroy de San Juan de la Peña, entre otros detalles significativos, por los ojos de sus personajes. Ojos que, en opinión de Juan García Atienza, parecen trascender la aparente frialdad de la piedra, hacia estados superiores de conciencia. Un maestro que, bajo mi punto de vista, dejó no sólo trascendencia en los rostros de sus personajes, intuitivamente hablando, sino que también, visibles en la piedra que de manera tan magistral y artesana labró, huellas de identidad, que a modo de señales, deberíamos considerar como posibles claves de magisterio y atención. Me refiero, a los gestos.


Dada su extenuante repetitividad, éstos se aprecian quizás mejor, en la vecina región de las Cinco Villas zaragozanas, siendo, poco más o menos que mundialmente conocidos dos elementos fundamentales que llevan, indiscutiblemente, su patente: la bailarina y la Adoración. En capiteles la primera y en dinteles la segunda, ambas nos dan una idea aproximada de la ruta y la relevancia de este magister y su taller en la Corona de Aragón.


Ahora bien, si en la mayoría de iglesias en las que dicho magister o su taller ejercieron abundan las marcas de cantería, no ocurre lo mismo con este monasterio. Ni siquiera podría afirmar, que la llave que tan magistralmente está labrada en el reverso de la puerta que da aceeso al claustro -esa puerta que abre la del cielo a los fieles- es obra suya o pertenece a un periodo posterior, posiblemente gótico, como la cercana capilla de San Adrián.


Sí resulta sospechosa la presencia de éste símbolo en templos de su autoría, como la iglesia de Santiago, en Agüero, difiriendo las formas, pero no la calidad. A este respecto, resultan interesantes las especulaciones de Syr, quien, en mayo de 2008 y en una entrada del blog Salud y Románico, titulada La llave de Anoll, afirmaba lo siguiente: 'la perfección y cuidado en su elaboración, pudiera hacer pensar que no estamos ante un mero signo, pues de ser así el tratamiento del vástago sería primordial y posiblemente duplicado (oro y plata, guía de almas, Jano, abrir y cerrar, unir y desunir, cielo y tierra, Roma y Pedro, en suma), sino una típica y específica señal de cantería única'.


En realidad, no se puede decir que sea única, porque, como estamos viendo, existe otro exponente en este monasterio e incluso en otras iglesias de otras provincias, quizás menos elaborados en su ejecución, es cierto, pero manteniendo su significado añadido. Pero sí estoy bastante de acuerdo con sus aseveraciones y me resulta particularmente interesante esa relación con la palabra clave ANOLL, que tanto destaca en la iglesia de Santiago de Agüero y hasta el día de hoy continúa siendo un completo enigma. Tal vez no esté demasiado descamindo Syr al afirmar que, al contrario de pensar en la marca personal de un cantero, sí pudiera ser la firma comercial -utilizando sus palabras- de un gremio o escuela de canteros y su manera de dejar una señal de su paso y obra a mado de los copyright modernos. El último párrafo del artículo, me resulta particularmente sugerente, pues abre posibilidades a un mundo simbólico extraordinario, donde algunos investigadores comienza a entrever una pequeña luz e hipotéticamente hablando, pudiéramos tener aquí otra clave de construcción -como apuntaba Juan García Atienza (3)- similar al epigrama de Silo (4) que figura en la iglesia de Santianes de Pravia, en Asturias. Esta línea de investigación, ha sido seguida recientemente por Josep Maria Isern i Monné (5) profesor de Física, Matemáticas y Música.


Por añadidura, y quizás pueda ser un dato significativo -y en modo alguno, afirmo al hacerlo que tenga relación con este monasterio de San Juan de la Peña o con la iglesia de Santiago de Agüero- Atienza ya sostenía, en relación al Temple, precisamente la forma de llave que observaba en la planta de algunas de sus iglesias. ¿Comenzamos, pues, aunque sea de una manera intuitiva a vislumbrar una parte esencial de las claves de los Maestros Constructores?


(1) Curiosamente, se observa en esta tradición, una línea similar, bajo mi punto de vista, a la del árbol que brotó del cráneo de Adán y del que, supuestamente, se hizo la cruz en la que habría de ser sacrificado Jesucristo.


(2) En realidad, cuando se habla de tal Maestro de Agüero y de San Juan de la Peña, no podemos estar seguros de referirnos a un individuo en concreto o a una escuela de canteros que continuó trabajando siguiendo las pautas por él marcadas. Sí se sabe, por ejemplo, de su notable influencia en la vecina comarca de las Cinco Villas, y no deja de ser todo un enigma reseñable, que un templo de las caracteristicas del de Santiago, en Agüero, Huesca, se terminara deprisa y corriendo, obviando los parámetros originales. En este sentido, no dejo de preguntarme si tan inesperado desatino se debió a la muerte del Magister, o simplemente se resolvió de ésta manera por falta surficiente de fondos.


(3) Juan García Atienza: 'El legado templario' Ediciones Robin Book, S.L., 1991, página 255.


(4) Juan García Atienza elaboró una curiosa teoría con respecto a este epigrama de Silo, en la destacaba la posibilidad de que, en realidad, ocultara secretos relacionados con la geometría sagrada utilizada por los maestros constructores. Todos los datos relativos a esta teoría, se pueden leer en el capítulo 7 (Donde da comienzo un juego cósmico), de su libro 'La meta secreta de los templarios', Ediciones Martínez Roca, S.A., 1999, página 125.


(5) Josep Maria Isern i Monné: 'El cuadro mágico de la Orden del Temple, la clave del enigma', Ediciones Aache, 2009.



La Llave del Maestro de Agüero

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Nadie sabe su nombre, ni tampoco su procedencia. No obstante, todos, o casi todos los interesados en el Arte Románico en general, lo conocen como el Maestro de Agüero y de San Juan de la Peña. Quizás las huellas más evidentes del paso de éste fantasma histórico, que dejó trás de sí innumerables maravillas, se localicen, especialmente, en Jaca, en Huesca y en esa emblemática región aragonesa conocida como las Cinco Villas.

Uno de los marcos más impresionantes donde éste Magister dejó amplias huellas de su sabiduría, se localiza, no obstante, en este pequeño pueblecito oscense, situado a la vera de los Mallos que llevan su nombre. Como los de Riglos, los Mayos de Agüero constituyen una extraordinaria formación rocosa, a la que el tiempo y la erosión han ido modelando gradualmente, dándoles la forma de caprichoso misterio y encanto que poseen en la actualidad.

Separada del pueblo, aproximadamente, un par de kilómetros y aislada en el monte, la iglesia de Santiago contiene, en sí misma, un impresionante conjunto artístico sobre el que caben realizar, cuando menos, docenas de especulaciones. Por ejemplo, al misterio de la elección del sitio, se aúnan preguntas como el por qué de sus dimensiones; y sobre todo, la causa de que se terminara el edificio deprisa y corriendo, alterando gravemente un proyecto que, a simple vista, se advierte grandioso.

Las principales señas de identidad de nuestro misterioso Magister, están ahí. A poco que se observe, se verá la Anunciación, en el tímpano de su portada principal, con idéntico gesto, el de San José, de consentida aquiesciencia o de aburrimiento, según se mire, igual a como se puede contemplar en otros muchos lugares, tanto de Huesca como de las Cinco Villas. El músico y la bailarina, vestida e incluso también cimbreado su cuerpo, mostrando los pechos en lo que hemos de suponer un baile espectacularmente sensual. El dragón que se muerde la cola, entre otros. Y junto a ellos, grabados sobre los sillares sin aparentemente orden ni concierto, una gran profusión de marcas de cantería, entre las que se incluye el curioso anagrama, que trae de cabeza a todos los investigadores: ANOLL.

Entre la gran variedad de marcas de cantería que se pueden localizar en los sillares de ésta iglesia de Santiago, y descartando muchas otras catalogadas, con todo merecimiento, de graffitis -incluida alguna estrella de cinco puntas-, llama poderosamente la atención la repetitividad y calidad, precisamente, del símbolo al que hacía referencia en la anterior entrada dedicada al monasterio jaqués de San Juan de la Peña y que, en mi opinión, constituye, con el ya mencionado epigrama de ANOLL, uno de los elementos que merecen mayor atención: la llave.

La llave, simbólicamente hablando, es un elemento asociado, evidentemente, al concepto inequívoco de apertura, de revelación. En el simbolismo cristiano, es una figura indiscutiblemente ligada con San Pedro, detentador de la llave que abre la puerta del Reino de los Cielos. ¿Qué pretendía, pues, señalar el cantero, al dejarla labrada en los sillares?. ¿Por qué su repetitividad, y dada ésta, por qué en diferentes posiciones?. Sobre la presencia de este símbolo, se me ocurre pensar la indicación de un secreto contenido en la iglesia; un secreto relacionado, tiendo a suponer, con la geometría sagrada o con algún elemento afín a ésta o mensaje contenido bien en la estructura del templo, bien en alguno de los diferentes elementos de su composición. Es posible que también, y de una manera figurada o simbólica, abra un camino; es decir, indique una dirección a seguir, supuestamente dirigida a los miembros gremiales.

[continúa]




Canteros de Debod

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'Es esta mezcla de astronomía y religión, esta fusión de mito y realidad, esta aplicación de la observación astronómica, de la ingeniería y la topografía a los fines de la fantasía, la que frustra y fascina a la vez a los estudiosos de la vida y de las ciencias egipcias...'.

[James Cornell, 'The First Stargazers']



Desmontado y trasladado piedra a piedra de su emplazamiento original en la Baja Nubia, a 20 kilómetros de Asuán, llegó a España en 1970, como objeto de donación del gobierno egipcio por la ayuda prestada en las operaciones de salvamento de los monumentos nubios, que habrían de ser cambiados de su emplazamiento original por la construcción de la famosa presa de Asuán. Aunque su orientación ya no apunta a la constelación de Orión, como se supone que estaban orientadas no sólo las grandes pirámides, sino también muchos de los templos de ésta gran civilización, su localización en Madrid, resulta, no obstante, bien precisa: entre la Plaza de España y el Paseo de Rosales, en el lugar que antiguamente ocupaba el Cuartel de la Montaña, de infausto recuerdo por los acontecimientos desarrollados en 1936, en un periodo execrable de la Historia de España, como fue la Guerra Civil.

Aunque cuenta con dos plantas, sus dimensiones, reducidas, producen la sensación de recogimiento interior; una sensación que en cierto momento, y posiblemente motivada también por la oscuridad que impera en las capillas laterales, puede inducir cierto estado de claustrofobia.

Las paredes del pasillo principal que desembocan en el sagrario -originalmente, había una estatuílla de la diosa Isis- y las capillas -no olvidemos que su planta semeja una cruz, y si me apuran, hasta pensaría en una del tipo tau- reproducen, magistralmente cinceladas en la dura superficie de los bloques de piedra, imágenes y jeroglíficos, algunos de los cuales, según los expertos, reproducen diversas escenas relativas al rey Adijalanani de Méroe -que en el siglo II antes de Cristo, erigió una capilla dedicada al dios Amón-, y los dioses. Entre estos, destacan las figuras de Isis, Osiris y Horus.


A Isis fue consagrado el templo durante el reinado de Ptolomeo VI; posteriormente, Augusto y después de él Tiberio, mandaron decorar la sala hipóstila. Los Antoninos levantaron una capilla lateral, cerrándose el templo con el cristianismo y siendo ocupado en sucesivos periodos de la Historia por nómadas y musulmanes.

En las paredes donde se localiza el sagrario, lugar donde antiguamente se exponía y guardaba una imagen de la Diosa, se localizan algunas marcas de cantería. Son de carácter lineal y destacan, independientemente de por su significado, desconocido, por su longitud. Se trata de marcas que parecen, a priori, excesivamente grandes, como digo. Otras, por su forma, recuerdan una serpiente arrastrándose por el suelo, detalle que no resultaría en modo alguno inaudito, si tenemos en cuenta los últimos descubrimientos arqueológicos en canteras, como la de Asuán, precisamente, donde se han localizado bloques a medio tallar, así como marcas de cantero consistentes en figuras de animales, destacando la figura del ibis y del delfín. Ésta última, a juicio de los arqueólogos, podría indicar la procedencia de los canteros, apuntándose hacia un origen heleno.





Varias marcas, localizadas así mismo, en diferentes puntos del templo -tanto del interior, como del exterior- tienen la forma de un cuadrado cuyo interior está dividido en tres columnas, que quizás pueda tener relación con el sistema de numeración egipcio. Curiosamente, esa misma figura se observa, también, acompañada de una especie de obelisco terminado en punta: ¿el símbolo identificativo de una cuadrilla, o quizás un plano del templo, pues cierta semejanza tiene con la planta de éste?.


Dejando aparte la cuestión de que no todos los obreros que trabajaron en los proyectos faraónicos obedecían a la categoría de esclavos, resulta conveniente especificar que se sabe de la existencia de cuadrillas de trabajadores que se identificaban con los Dioses; por ejemplo, Cuadrilla de Horus. Y también se sabe de la rivalidad que existía entre dichas cuadrillas, hasta el punto de que competían entre ellas por ser la que más avanzaba en su zona de obra y la que mejor trabajo hacía.


Pero lo que más abunda en el templo de Debod, sobre todo en los sillares de los pilonos exteriores, son los graffitis. Lejos de constituir un elemento distintivo de una época o de una civilización determinadas, el graffiti denota la necesidad humana, común a todas las civilizaciones y todas las épocas, de hacerse notar. Resulta evidente que más del novento por ciento de los graffitis de Debod, son de origen moderno. Y resulta evidente, así mismo, que muchos de estos graffitis modernos han borrado cuando no posibles marcas de cantero, graffitis de carácter milenario. Entre estos posibles graffitis, destacan aquellos que, a priori, parecen inscripciones en griego, grabadas en la piedra posiblemente por algún viajero de la Antigüedad clásica. O aquélla otra, con forma de cruz de ocho beatitudes, que hace remontar la memoria a los tiempos de las Cruzadas. Pero no tengo por menos que reconocer que se trata tan sólo de especulaciones, porque a fuerza de ser sincero, no hay forma de demostrar en qué periodo exacto o aproximado de la Historia se hicieron. Y mucho menos por quién.



(1) James Cornell: 'The First Stargazer', citado en el libro de Robert Bauval y Adrian Gilbert, 'El misterio de Orión', edición Círculo de Lectores, 1996.



Canteros de Olite: las marcas del Palacio Real

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No cabe duda de que Navarra es una tierra con numerosos atractivos, tanto naturales como artísticos y culturales, de cuya preeminencia tenemos buena prueba a todo lo largo y ancho de su territorio, y a todos satisface, sea cual sea el sentido de su gusto y preferencia. Una tierra forjada, también es cierto, a sangre y fuego en determinados periodos históricos; periodos que conforman, no obstante, apasionantes episodios de una épica autóctona que ha arrastrado consigo, entre otras cosas, numerosos enigmas y misterios, cuya resolución constituye un auténtico reto para el investigador actual.

Si fascinante es cualquiera de las Edades del Hombre, posiblemente sea esa, en ocasiones mal comprendida Edad Media, la que mejor ha sabido transmitir una cosmogonía mágico-artístico-espiritual que, abarcando numerosas disciplinas, ha conseguido relegar, en el ámbito del Arte, una experiencia simbólica capaz de desafiar, con su generalizado hermetismo, cualquier intento por acceder al génesis de un Conocimiento que posiblemente sea tan antiguo como el mundo.

Podemos racionalizar los intentos, sometiendo las marcas a clasificaciones; e incluso, podemos crear subgrupos de clasificación, atendiendo a las características de unas y otras, pero difícilmente podemos acceder a una racionalización simbólica definitiva que nos ofrezca una garantía en cuanto a su significado final y por qué su perseverencia en la gran mayoría de edificios de carácter religioso, pertenecientes a estilos artísticos como el Románico o el Gótico.

Existentes, así mismo, fuera de este ámbito de edificaciones, su localización en castillos, palacios o fortalezas, no deja de ser interesante, y no son muchos, en realidad, los que poseen estas paradigmáticas marcas.

Con referencia al Palacio Real de Olite, destacan, sobre todo, en número (1), y se localizan, con mayor frecuencia y asiduidad en los sillares que conforman las subidas a las torres y almenas. Aparte de algunas marcas que bien pudieran encuadrarse en la categoría de graffitis -como esa luna que parece estar eclipsando a un sol, o esa otra que muestra una cruz emperando sobre una estrella de David o Sello de Salomón- destacan, sobre todo, por su abundancia, las estrellas de cinco puntas o pentalfas. Otro de los símbolos a comentar, -aparte de la ballesta, los que semejan báculos e incluso uno en particular, que conforma una posible tau con un medio arco añadido en el lado derecho según se mira- sería el de la pata de oca, detalle que, a priori, no debería extrañarnos demasiado, si consideramos que Olite se encuentra situada en pleno Camino Jacobeo y aunque éste no sea un símbolo exclusivo de dicho camino, sí que lo define en parte.

Cabe señalar, por último, la presencia de curiosos, cuando no emblemáticos personajes históricos, como el Príncipe de Viana, en cuya corte, cultural como pocas, también hubo un sitio para magos, astrólogos y alquimistas, que bien pudieran haber dejado en los muros señales de su presencia.

Y otro detalle destacable: la estrella de cinco puntas no es ajena a las portadas de algunos templos románicos. Sirva como dato el pórtico de la iglesia de Nª Sª de la Asunción, en la también población navarra de Leache.





(1) Otra fortaleza medieval con abundantes marcas de cantería, muchas más, desde luego, que las que se localizan aquí, en Olite, sería el castillo toledano de Montalbán, ocupado, en tiempos, por la Orden del Temple.

Barahona de Fresno o el ergo suum de los canteros medievales

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Se podría decir que una de las cuestiones que caracterizaba a los canteros medievales, era el hermetismo casi sagrado de que hacían gala frente a todo aquello que tuviera que ver con su identidad, así como con el gremio o la hermandad compañeril a la que pertenecían. Resulta evidente, por tanto, que dicho hermetismo contribuyera, en gran medida, a fomentar todo un universo de leyendas en cuanto a su propia existencia, y desde luego, a las actividades que se desarrollaban en el interior de sus reuniones privadas o logias.
También es verdad, que la gran mayoría de los templos medievales -y dentro de esta categoría, incluyo a los pertenecientes tanto a la Baja como a la Alta Edad Media, románicos como góticos- adolecían, generalmente, de ese ergo suum latino o yo soy, cuyo nombre acompañaba el tradicional me fecit o me hizo, que se localiza en algunos templos; en realidad, en demasiados pocos, si tenemos en cuenta la enorme cantidad de templos, de todos los tamaños y estilos, y por supuesto localizados en todos los entornos, que se levantaron en el mencionado periodo. Esto constituía, así mismo, una cuestión, podríamos decir que filosófica, en la que primaba el elemento sagrado por encima de la personalidad del Magister Muri, cuya relevancia quedaba relegada a un segundo término.
Fuera de este contexto, no dejaba de ser corriente que en los sillares se dejasen cinceladas numerosas y extrañas marcas, cuya auténtica finalidad, si hemos de ser honestos, continúa siendo un enigma a día de hoy, independientemente del hecho de que haya y siga generando numerosas hipótesis.
Una de las características que parecen definir las marcas de los templos románicos, por ejemplo, radica más en la profundidad con que se cincelaron, que en su longitud, propiamente hablando. Cualidades que parecen haberse invertido posteriormente, a partir del siglo XIII, en ese Arte que rompió moldes y cuyos orígenes, como las marcas de los canteros que los levantaron, continúa siendo también otro completo enigma: el Gótico.
Posiblemente de este siglo, sean los restos originales que se conservan en la iglesia de San Cristóbal, situada en una loma al comienzo del pueblecito segoviano de Barahona de Fresno (1); y entre estos restos supervivientes de la fábrica original, el ábside, desde un punto de vista comparativo, no tiene desperdicio, recordando la temática erótica de algunos de sus canecillos a aquélla otra tan asombrosa y directa que se localiza en la colegiata cántabra de San Pedro de Cervatos, hasta el punto de que podríamos considerar, hipotéticamente hablando, la posibilidad de una conexión o de un intercambio de índole, cuando menos técnica, digno de tener en cuenta.
Pero de todos los detalles contenidos en el ábside, y en lo que a la presente entrada se refiere, el que más llama la atención es, precisamente, el de tener una gran cantidad de marcas de cantero a la vista, y sobre todo, la extraordinaria longitud de éstas; de tal manera, que de alguna forma pueden inducir a suponer un desgarro en la aparente discreción inherente a sus predecesores románicos, dando a entender, de paso, una variación en el ergo suum de los canteros con vistas a un reconocimiento personalizado de la obra realizada.
Pero claro, se trata tan sólo de conjeturas basadas en apreciaciones personales.
(1) El nombre, ya de por sí, no tiene desperdicio, pues recuerda al vecino pueblecito soriano famoso por sus brujas y rememora, de paso, uno de los árboles sagrados de los druidas.

Patas de Oca de Piérnigas

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Durante el pasado mes de agosto, tuve la oportunidad de recorrer algunas interesantes zonas de la provincia de Burgos. Zonas, como la Bureba y los Montes de Oca, entre otras, de gran interés histórico, artístico y cultural, que aún, en mayor o en menor medida, conservan un rico testimonio patrimonial, incluídos, todo hay que decirlo, algunos lugares en los que la avidez y la rapiña humanas, han arramplado con templos prácticamente enteros, dejando sólo tristes muñones como testimonio de su existencia. Ejemplos significativos de lo que digo, podrían ser, casualidad de casualidades, dos magníficos templos de los siglos XII ó XIII, consagrados a la figura del arcángel San Miguel. Dichos templos, se localizan -aplico el presente, por respeto a lo que queda- en Tubilla del Agua y en Sasamón.

Poco importa, y además, no es el tema que quiero exponer en la presente entrada, si los elementos relevantes de estos templos han terminado allende el charco, como buenamente determina la expresión popular, haciendo referencia a todo aquél o todo aquéllo que, por los motivos que sean, atraviesa el Atlántico con destino a los Estados Unidos de América; o, por el contrario, en el museo particular de algún pequeño faraón millonario, ciudadano con raíces de garantía de cualquier próspera provincia de éste puzzle histórico e incomprensible que llamamos España. El daño está hecho, desde luego, y el que quiera investigar in situ, tendrá que hacerlo acudiendo a los libreros de viejo, en busca de algún ejemplar con fotografías siquiera sea del año de maricastaña o, en su defecto, utilizar la imaginación y que salga el sol por Antequera.

Durante el viaje, tuve ocasión de visitar numerosos templos, más o menos enteros, así como otros que habían perdido su solera románica, para convertirse en extraños híbridos, a los que había que intentar buscar el punto estético para no fenecer de disgusto. También es cierto, que en algunos, las piezas románicas sobrevivientes, bien que merecían la pena de una buena colección de kilómetros a las espaldas, de modo que sirva lo presente, además, para felicitar al Magister Alkaest por la planificación de la ruta. Ahora bien, me llamó mucho la atención, no observar apenas marcas de cantería, sobre todo en algunos templos de la Bureba, que aún conservaban buena parte de su espectacular románico y, en teoría, deberían de haber sido prolíficos en ellas.

Mi suerte, desde luego, cambió a apenas 30 ó 40 kilómetros de Briviesca, ciudad precisamente en fiestas, donde teníamos nuestra base y a donde cansados, pero satisfechos, retornábamos apenas el sol declinaba, pintando sobre los campos ese efecto dorado que los pintores califican como rompimiento de gloria.

El día en cuestión, había comenzado bien, pues después de desayunar y dar un melancólico paseo por la ribera del río Oca, recalamos en la interesante, pero descuidada parroquial de Revillalcón; en un lugar mágico y de reflexión, como el Santuario de Santa Casilda, y en la iglesia -¿de origen templario?- de Santa María la Mayor, en Aguilar de Bureba. Nuestro siguiente destino, era la ermita de San Martín, en el cercano pueblecito de Piérnigas.

La ermita de San Martín, es un curioso edificio que se levanta en las afueras del pueblo, a un kilómetro, aproximadamente, en mitad de la campiña. Un edificio que por su forma, y el lugar donde se haya situada la espadaña, semeja un navío con las velas desplegadas. Un edificio que no tiene ornamentación alguna; ni canecillos, ni capiteles en el ventanal del ábside, ni el pórtico de entrada. Y sin embargo, se puede decir que es Camino de Santiago y que, de cuando en cuando, algún peregrino recala en el lugar, y después de descansar y dedicar una oración a este santo de antecedentes guerreros, continúa con los avatares de su etapa, perdiéndose en dirección a la línea del horizonte.

Ahora bien, lo que falta en ornamentación, curiosamente, sobra en marcas de cantería: muchas y diferentes, entre las que destaca, probablemente para causar mayor morbo en las elucubraciones del investigador, la emblemática pata de oca. Pero, más curioso todavía, puede resultar el detalle de que, si en muchos de los templos donde se observa su presencia, ésta aparece grabada en los sillares indistintamente, sin orden ni concierto, en ésta humilde ermita, como queriendo distinguir la importancia o pertenencia asociativa del cantero en cuestión, aparece de una forma determinantemente lineal: cuarta o quinta linea de sillares por abajo, e igual delimitación por arriba.

¿Casualidad -me pregunto- o una intencionalidad por parte del cantero, que puede inducir a hipotéticas sospechas?. Un pequeño enigma, que puede llegar a confirmar la intuición de que a veces, lo aparentemente humilde y sencillo, puede esconder más sorpresas de las que realmente nos imaginamos.





Los graffiti de peregrino de la iglesia de Sotillo

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[Fotografía nº1]


Resulta una cuestión prácticamente inviable, aquélla de determinar la época en la que fueron realizadas; y por supuesto, un simple vistazo, puede llevar a la conclusión de que su intención se aleja, en principio, del criterio mantenido por algunos autores, a la hora de clasificarlas e intentar explicarlas desde el básico desentendimiento de una simple cuestión religiosa o, en su defecto, de fe. Son los denominados graffiti de peregrino (fotografía 1).

Si tuviera que hacer una valoración del fenómeno, diría, aún a pesar de caer en el peligroso terreno del absurdo, cuando no en el más espantoso de los ridículos, que dichos graffitis conforman un universo paralelo al de los canteros y sus marcas, en el que sirve, como denominador común, evidentemente, el factor anónimo.

Uno de los ejemplos más notables, que puede servir de testimonio gráfico a esta idea, me lo encontré el pasado mes de agosto en la iglesia de la Natividad de la Virgen, situada en el pueblecito segoviano de Sotillo.

[Fotografía nº2]


Para hacernos una idea de su localización, añadiré que Sotillo se encuentra a una distancia aproximada de cuatro o cinco kilómetros de Duratón -recordemos su fenomenal iglesia románica, dedicada a la Asunción de la Virgen, así como los numerosos sarcófagos medievales encontrados en las inmediaciones de ésta- y a tres kilómetros escasos de Duruelo, en cuya iglesia, también bajo la advocación de la Natividad de la Virgen, apenas sobreviven débiles fragmentos de su románico original.

La iglesia de la Natividad de la Virgen, de Sotillo, se encuentra situada a pie mismo de la carretera general que une estas poblaciones. En su entorno, un extenso campo de girasoles, ofrece una vistosa imagen realista, similar a las magníficas acuarelas de Van Gogh. A pesar de las remodelaciones a las que el templo ha sido sometido a lo largo de su longeva existencia, aún conserva buena parte de su aspecto original, donde cabe destacar la calidad de sus canecillos y la interesante temática simbólica de sus metopas, entre las que destaca, situado en el ábside, el magicum perpetuum o estrella de cinco puntas, símbolo de salud, entre otras muchas utilidades y consideraciones.

[Fotografía nº3]

Antes de entrar en el tema, y para hacernos una idea de la importancia que esta iglesia pudo tener en el pasado como foco de atracción de peregrinos, conviene detallar la presencia, en su interior, de personajes relevantemente simbólicos, que ocupan el lugar más destacado en el Retablo Mayor, situado detrás del altar, siguiendo los cánones estéticos de la época barroca: una Virgen con Niño, en la que éste sostiene en una de sus manos un pajarillo, posible referencia a un episodio de su infancia, que podría tomarse como antecedente a la posterior y extraordinaria resurrección de Lázaro, pudiendo estar relacionada, a su vez, con la presencia de la pentalfa en el ábside y el probable carácter de sanación inherente al templo; Santa Águeda, con los pechos en una bandeja, representativa de pureza y sacrificio, cuando no de otras consideraciones de índole mucho más esotérico; y por supuesto, uno de los más esotéricos santos de los caminos: San Roque.




Los graffiti abundan, sobre todo, en la parte principal, allá donde se localiza el pórtico de entrada y en algunas zonas del ábside. En su observación, parece evidente, en muchos casos, los trazos añadidos a posteriori en las marcas originales, consistentes éstas, en buena parte, en las familiares patas de oca; de tal manera, que quedan, podríamos decir que disimuladas, bajo el aspecto de cruces monxoi por el montículo que las acompaña. Algunas, de trazo menos profundo, configuran simples cruces latinas. Otras curiosidades que se podrían añadir, aunque en menores proporciones, son aquellas en lasque, también sobre la marca original, se han realizado añadidos posteriores que las caracterizan, comparativamente hablando, con el aspecto de símbolos astrológicos o alquímicos (fotografía nº2). E incluso, para rizar el rizo, se da el caso, curioso en extremo, de que en una de dichas transformaciones (fotografía nº3), viene a la memoria del observador -aparte de la aparente flecha que puede representar- las familiares formas de un símbolo milenario y singular: el indalo.


Desde luego, todo es interpretable. Y quizás sea precisamente ésta una de las características que haga del símbolo el más fantástico y a la vez el más universal de los lenguajes. Y en este sentido, el graffiti y su universo, sí merecen, en mi opinión, un estudio más profundo y detallado del que se le ha hecho hasta el momento.

Los hórreos y su ancestral simbolismo

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'Un estrecho valle de blando suelo, verde y húmedo; colinas redondas, apretadas unas contra otras, que lo cierran a los cuatro vientos; aquí y allá, caseríos con los muros de color sangre de toro y la galería pintada de añil; al lado el hórreo, menudo templo, tosco, arcaico, de una religión muy vieja, donde todo lo fuera el Dios que asegura las cosechas...'.

[José Ortega y Gasset]



Impresionante, cuando no inspirada, la descripción que del hórreo hace Ortega y Gasset. Y no obstante un rey, no llamado el Sabio por casualidad, ya reparó en ellos, haciéndoles asentida justicia cuando el copista de la época los tomó como modelo para ilustrar uno de los milagros de Nuestra Señora. Precisamente aquél en el que llenó de grano los vacíos graneros de un monasterio de Jerusalén. Se corresponde con la Cantiga número 187, y cualquiera puede comprobarlo, por ejemplo, observando dicha reproducción en una edición de 1974, realizada por Editorial Patrimonio Nacional (1). Ignoro si será una edición asequible; yo la conseguí por casualidad en la feria del libro de ocasión, celebrada en Madrid en octubre del año pasado.

Cierto es, así mismo, que la intención del copista y hemos de suponer que la aceptación del rey Sabio, más que de honrar a estos menudos templos, toscos y arcaicos de Gasset -que se remontan, cuando menos, a época celta, cuando no anterior (2)- demuestra, en mi opinión, dos detalles fundamentales: su popularidad y su función específica.

Ahora bien, hórreos y paneras conforman construcciones poco menos que únicas, cuyo ámbito de influencia, mayoritariamente, parece característico de dos regiones de la Cornisa Cantábrica: Asturias y Galicia. Dicen los que saben, que hay varios modos de diferenciar a los unos de las otras. Cuadrado y rectángulo, dos símbolos esenciales en la geometría sagrada, serían, en principio, las bases determinantes que, junto al número de pegoyos o bases sustentadoras -de cuatro a seis, la magia de los números también existe- determinarían, sin posibilidad de error, su clasificación: cuadrado y cuatro pegoyos el hórreo y rectángulo y seis pegoyos la panera.

Bien es verdad que, a pesar de darles el aspecto de crustáceos, los pegoyos responden a una hábil cuestión de práctico aislamiento -no olvidemos las humedades de estas tierras- y también, impiden el acceso a los roedores, asegurando la conservación de la cosecha.

Siguiendo una tradición popular, cuyos orígenes resultan imposibles de definir, ya que, de alguna manera, afectan prácticamente a todas las culturas y civilizaciones, el hórreo, como parte integrante de esa unidad familiar o casería, conforma un fenómeno antropológico, cuya línea de representatividad habría que situar en los meandros ancestrales de cultos y filosofías anteriores a la llegada del Cristianismo. De ésta manera, podemos suponer -siempre desde el punto de vista hipotético, desde luego- que los símbolos que se aprecian en muchos de ellos -símbolos de carácter solar y poliskeles celtas, en su mayoría- cumplen una función similar, bajo mi punto de vista, a esas custodias y cruces que encontramos en numerosos dinteles de casas de pequeños núcleos rurales que, hemos de suponer, definían las creencias religiosas de sus moradores y a la vez, servían de conjuraderos para elementos siempre presentes en esa otra variante de la fe -si la tomamos como creencia- que es la superstición.

De tal manera, que no puedo evitar preguntarme, si uno de los factores que podría dar sentido a su presencia estuviera encaminado, precisamente, a conjurar a ese pequeño ejército de seres mitológicos -cuélebres, nuberos, diañus, xanas, etc- que forman parte del rico folklore astur, pero que también han convivido con el campesino durante siglos, formando parte activa de su microvérsico entorno.

Por otra parte, también es cierto que, si hemos de considerar los comentarios que campean junto a algunos hórreos, descubriremos, entre otros, un dato interesante: a través de los símbolos y sus características, se puede hablar de estilos; y a la vez, estos estilos asociarlos con un determinado concejo, independientemente de que el modelo en cuestión, pueda ser también localizado en cualquier otro concejo, aunque de manera más esporádica. Observándolos, se obtienen, así mismo, interesantes apreciaciones en cuanto a su manufactura, pudiendo hacerse una sencilla clasificación:

a) aquéllos que están profundamente grabados en la madera (de forma similar a como los canteros grababan sus símbolos en los sillares de los templos).

b) dibujados en la madera.

c) grabados y pintados.

Curiosamente, en algunos de ellos, se observan inscripciones por encima de los símbolos; como, por ejemplo, en un hórreo que se localiza en el pueblecito de Bandujo, perteneciente al concejo de Proaza. También en Bandujo, se encuentra otro hórreo en el que se aprecia, pintado en la madera, un intercalado cuyos arcos traen a la memoria uno de los modelos de arco característico del monasterio soriano de San Juan de Duero; pero repito, entiéndase esto sólo de manera comparativa.

Llegados a este punto, y sin salir de este curioso y pinturesco pueblecito de Bandujo, tal vez resulte interesante precisar que debajo de algunos hórreos se han encontrado auténticos osarios. Los especialistas creen que se trata de peregrinos que fallecieron en el lugar, pero esto me recuerda la antigua costumbre celtíbera -el ejemplo de Numancia, puede que resulte significativo- de enterrar a los deudos debajo del suelo del hogar.

Por otra parte, llama la atención que en lugares cercanos al Monsacro, donde todavía, siquiera en forma oral y revestidas de un aura de incertidumbre y leyenda, existen tradiciones relacionadas con los templarios, se localicen símbolos que a priori semejan flores de cuatro pétalos pero que, bien observados, disimulan cruces muy similares a la paté. Sería el caso, por ejemplo, de Busloñe.

Por último, al menos de momento, precisar que los hórreos han servido también como viviendas, como partes de herencias familiares y que en algunos lugares -por ejemplo, en el recientemente mencionado Busloñe- están comenzando a perder parte de su tradicional atractivo, siendo sustituída la madera por el espanto del cemento.

El hórreo y sus misterios: un universo en peligro de extinción.





(1) 'Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio, Rey de Castilla', Editorial Patrimonio Nacional, Madrid.



(2) Con ellos y su antigüedad, cabría similar adagio a aquél adoptado por la vox populi del Principado con respecto a una de las familias más notables y antiguas: los Quirós. Aunque existen variantes, una de las más sonadas, sería ésta: 'Antes que Dios fuera Dios / y el sol diera en estos riscos / los Quirós eran Quirós / y los Garridos, Garrido'.

Marcas, grafitis, mitos y templarios

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[Iglesia de San Miguel Arcángel, Andaluz, Soria]


No podía dejar pasar la ocasión de hablar de un tema que tiene cierta relación con lo comentado en la entrada de Los graffiti de peregrino de la iglesia de Sotillo, y que, de manera casual, salió a relucir hace unos días, comentando la última entrada del blog de un amigo, cuya lectura recomiendo a todos aquellos interesados en la Orden del Templo, sus vicisitudes históricas y sus numerosos enigmas: Aberin, tabernáculo templario del milagroso Lignum Crucis.


[Encomienda templaria de Aberin, Navarra]


El tema, por supuesto, es la curiosa marca que se muestra en la pequeña colección de fotografías que acompañan a ésta breve exposición y que, como podéis observar, se localiza en numerosos lugares. Sí recuerdo, no obstante, que desde que trabé conocimiento de ella, ha sido tratada en numerosos foros y ha sido denominada, entre otros nombres -más por una cuestión de referencia que de constatación o certeza- como marca de lignum crucis, marca crismón o marca templaria, dependiendo del ámbito o foro, cuando no, así mismo, de la opinión personal de cada uno.


[Iglesia de San Miguel, Biota, Zaragoza]


Sí es cierto, por otra parte, que tan curiosa y enigmática señal, contiene elementos propios del crismón; o lo que es lo mismo, la versión ampliada y adoptada simbológicamente por los canteros medievales -como demuestra el hecho de localizarlo en numerosos tímpanos románicos- del primigenio lábarus o lábaro, cuya referencia más evidente es la visión sobrenatural de Constantino y la célebre frase in hoc signo vinces, la víspera de su batalla contra Magencio.


[Iglesia de San Juan Bautista, Castiliscar, Zaragoza]


Sí es cierto, también, que dicha señal se localiza en algunos templos que pertenecieron o supuestamente pertenecieron en el pasado a la Orden del Temple. El caso más claro, y también más oportuno, como indicaba al principio, es el de la iglesia de San Juan Bautista, que formaba parte de la encomienda templaria de Aberin, en Navarra.


[Iglesia de San Miguel, Estella, Navarra]


Y también es cierto, y el ejemplo de Aberin complementa así mismo este detalle, que en algunos donde se constata su presencia, hay o hubo en el pasado un Lignum Crucis. De manera, que se podría decir que, aún dentro de la ignorancia que se tiene realmente sobre su origen y significación, al menos, como punto de partida en la resolución de su misteriosa incógnita, podemos decir que tenemos tres factores o vínculos de relación.


[Iglesia de Santa María de Eunate, Navarra]


Otro de los factores, que puede ser relevante o no, o quizás se deba, sencillamente, a la casualidad, puede ser la advocación del templo donde se localizan. Si bien es cierto, que tan pocas evidencias fotográficas quizás no demuestren realmente nada, no deja de ser, al menos curioso, que de las siete fotografías que se muestran aquí, tres de ellas se localicen en iglesias situadas bajo la advocación de San Miguel; dos, bajo la advocación de San Juan Bautista y otras dos, bajo la advocación de la Virgen en cualquiera de sus múltiples manifestaciones: Santa María, del Rosario...


[Iglesia de la Asunción, Villatuerta, Navarra]


Otra curiosidad, y con esto empiezo a hacer un poco de historia personal, radica en que la primera vez que la encontré, fue en uno de los templos más interesantes de la provincia de Soria: el de San Miguel Arcángel, situado en el pueblecito de Andaluz. Andaluz se localiza en las cercanías de dos importantes enclaves: Berlanga de Duero y la ermita mozárabe de San Baudelio o San Baudilio de Berlanga. Ahora bien, en cuanto a conocimiento de la provincia se refiere, y esto podría resultar un valor añadido, no me costaría mucho afirmar, sin temor a quermarme los dedos, que su presencia resulta poco menos que única. Y creo que hablo con conocimiento de causa.

Por otra parte, llama poderosamente la atención la distribución de la marca localizada en las jambas de la entrada al templo de la Asunción, situado en la localidad Navarra de Villatuerta, a escasos cinco kilómetros de distancia de Estella, a cuya iglesia de San Miguel se supone que fue a parar el Lignum Crucis de Aberin, en pleno Camino Jacobeo. La curiosidad, en este caso, radica en el detalle de que la cruz se encuentra separada de los posibles valores simbólicos añadidos y delimitados en el círculo.


[continúa]

Cebrecos, curiosidades de una ermita expoliada

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'Observando la Realidad con los ojos abiertos, mirando nuestro entorno sin la indiferencia de quien se cree de vuelta de todas las preguntas, teniendo el valor de inquirir y de aventurar, aunque nos equivoquemos. Señalando con el dedo lo que vemos, sin ignorarlo, sin tapujos y sin reticencias ante lo que, en apariencia, rompe el ritmo de lo aceptado y nos introduce en la aventura que lleva a lo desconocido'. (1)

No siempre la Realidad, como decía el fallecido investigador Juan García Atienza, es fácil de vislumbrar, pero está ahí. El tema de la presente entrada, aún a pesar de toda la leyenda negra a él asociada, también ha estado ahí siempre, aunque muchas veces nos pase inadvertida. Recuerdo que esta pasada Semana Santa, conocí a una persona, arquitecto por más señas, que afirmaba que él, viendo una iglesia románica por fuera, ya sabía cómo era por dentro. Yo, sinceramente, reconozco mis limitaciones, pero asumo, no obstante, la certidumbre de su existencia, aunque no se pueda ver a simple vista. Generalmente, ésta, su existencia, se desarrolla entre bastidores; permanece agazapada en las sombras, como, por ejemplo, esas que ocultan los entramados interiores de los pórticos de muchas iglesias románicas; integrada en la misteriosa geometría sagrada de los ábsides; oculta en la mente prodigiosa de los Magister Muri, pero plasmada en sus planes; presente en multitud de formas, sobre todo vegetales y minerales, milimétricamente calculadas por la Naturaleza: la estrella de cinco puntas o pentalfa.


Hay iglesias, como la de San Bartolomé, en el Cañón del Río Lobos, que la tienen bien visible, incorporada, además por partida doble, a su transepto. Otras, como la de la Asunción, en Leache, Navarra, la incorporan en el tímpano, haciendo valer, por antigüedad, el concepto del Hombre Universal llevado a la perfección, doscientos o trescientos años después, por Leonardo Da Vinci. En ocasiones, el cantero, siguiendo el ritmo de su crónica personal -o de su estado espiritual, como opinan algunos autores-, la incorpora, en forma de metopa, en un lugar algo escondido del ábside, como en el caso de la iglesia de la Natividad, en Sotillo, provincia de Segovia.

Se la localiza también, como marca de cantería, profundamente grabada en los sillares de numerosas iglesias, y no resulta extraña su presencia, así mismo, identificando a determinados personajes marginales de la época, como avaros o judíos -dicho con objetividad, sin intenciones racistas ni partidistas- como queda de manifiesto, por ejemplo, en un revelador capitel que se encuentra en el interior de la iglesia de San Martín de Frómista, en Palencia. Significativamente, y según el profesor Fernando Ruiz de la Puerta (2), también es conocida, en algunos ámbitos, con el nombre de Pie de Druida.



Cebrecos es una pequeña población burgalesa, perteneciente al partido judicial de Lerma, en la comarca del Arlanza, que dista, aproximadamente, unos 55 kilometros de Burgos capital. La ubicación, a las afueras del pueblo, perdida entre montes y campos de labor, hace que la ermita de San Vicente, no sea fácil de localizar para los foráneos. Recuerdo, como anécdota digna de mención que, al preguntar por ella a varios vecinos, nos dedicaban una sonrisa irónica, y antes de indicarnos la dirección a seguir, nos preguntaban con cierta sorna si la íbamos a arreglar. Resulta evidente que, de haber conocido su verdadero estado, posiblemente hubiéramos preguntado también por el destino o ubicación de los elementos ornamentales que la decoraban en origen, principalmente canecillos. Éstos, así como otros posibles elementos que pudieran encontrarse en el despoblado de Maluca -pueblo desaparecido, a cuyo municipio pertenecía realmente esta ermita- seguramente estén diseminados por los hogares de los vecinos de Cebrecos, o quizás, recogiendo polvo en las vitrinas de algún museo provincial, extraprovincial o definitivamente extranjero, como se conocen numerosas referencias en la provincia.

[continúa]






(1) Juan García Atienza: Nueva guía de la España mágica', página 538.


(2) Fernando Ruiz de la Puerta: 'Historia de la Magia en Toledo'.



Juegos de Geometría Sagrada en una ermita mozárabe

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'Más cosas encontraréis en los bosques que en los libros; los árboles y las piedras pueden haceros ver lo que los maestros nunca sabrán enseñaros...'. (1)

Igual que esa historia de los sueños que nunca ha sido escrita, como asevera Jacobo Siruela, la historia de los canteros y su fantástico mundo simbólico permanece, también, envuelta por brumas oníricas, cuyos elementos clave escapan, la mayoría de las veces, a cualquier tipo de psicoanálisis racional que pretendamos aplicar para desentrañar el mensaje que subyace aletargado en su rico simbolismo. Es cierto que en ocasiones, la sorpresa salta cuando menos te lo esperas. Pero no es menos cierto, también, que después, cuando desaparece esa ilusoria euforia frente a lo que parecía, a priori, una piedra de Rosetta que, cual ingenuo Champollion, habría de proporcionarte la clave de un idioma ancestral, la desesperanza se abre camino inexorablemente, hasta el punto de volver a dejarte en ese punto muerto inicial; en esa tierra de nadie, prohibida y tremendamente peligrosa, que pocos se arriesgan a atravesar, en la mayoría de las veces por temor a hacer el ridículo.
La ermita de Santa Cecilia, es un canto a la belleza. Si bien el entorno es un poderoso aliado, su sencillez, su calculada proporción y su nostálgica elegancia, hacen de ella un tesoro que invita a la ternura, al mimo, y sobre todo, a la contemplación. No en vano, creo que se podría afirmar que es el único ejemplar de arte mozárabe que sobrevive en la provincia de Burgos. Y de hecho, ya en sí misma y con esa supervivencia añadida, constituye todo un enigma. En realidad, la zona es un enigma en sí, en cuanto a ermitas, advocaciones, cultos y romerías se refiere, disponiendo, incluso, de una ruta específica: la ruta de las ermitas, cuyo punto de partida, comienza, probablemente, en Quintanilla del Coco.

Su situación de aislamiento, a medio camino de las poblaciones de Santibáñez del Val y Barriosuso, hacen de ella un lugar solitario y tranquilo que, de alguna manera, recuerda a esa otra ermita, mozárabe también, escondida en lo que ahora son las parameras de Berlanga: San Baudelio. Dejando aparte las evidentes diferencias entre una y otra, ambas, no obstante, tienen una cosa en común: por algún motivo, ninguna de las dos parece haber sufrido las consecuencias de las terribles razzias de Almanzor. No olvidemos la cercanía a la que la ermita de Santa Cecilia se encuentra de Silos y también de ese imponente desfiladero de la Yecla, donde el caudillo moro estuvo a punto de perder la cabeza, cuando regresaba de una de ellas.

Pequeña en su conjunto, Santa Cecilia posee una galería porticada, que juega con la magia de los números: cinco arcadas, contando con la arcada principal. A través de ésta, se accede al pórtico de entrada y a una galería interior, cegada en sus extremos. El pórtico es sencillo, y está totalmente desprovisto de ornamentación, a excepción de una cenefa que muestra motivos foliáceos, semejando arquillos. A juzgar por los carteles informativos, el interior, en su zona absidal, está presidido por una imagen de la santa que, entre otros, porta como atributos la hoja de palma caracteristica de la santidad. Como en cualquier templo, las marcas de cantería -en realidad, escasas- se confunden con las cruces de peregrino y los graffitis modernos, incluido un curioso nudo celta, esmeradamente labrado, todo hay que decirlo, y varios círculos, conteniendo una cruz tipo paté apenas perceptible uno y el radio dentro de la circunferencia, otro.

Ahora bien, la cosa cambia cuando echamos un vistazo al lado este de la galería y observamos, en sus sillares, un círculo perfecto con una flor de seis pétalos -otra vez la magia de los números- y un círculo más pequeño en su interior. Modelo similar, comparativamente hablando, a esas otras conocidas como espantabrujas, que tanto imperan en los dinteles y en las fachadas de muchas casas de nuestros pueblos, aunque sin la acepción del segundo círculo. Idéntico modelo, aunque sin el círculo interior, lo encontramos al lado opuesto de la galería, en una esquina formada por los muros oeste y sur. Y aquí comienza el drama, porque si bien, tanto uno como otro modelo, parecen de época, al menos uno de ellos, contiene añadidos visiblemente menos marcados y previsiblemente modernos.

Curiosamente, a la derecha del primer modelo cuya flor está inmersa en dos círculos concéntricos, se puede observar una flecha a la derecha que señala una estructura geométrica de forma determinada. Estructura que podría corresponder a un plano y un trazado de ángulos aplicables a la construcción del templo, de los que se valió el Magister Muri para, o bien orientarse u ofrecer a los operarios una lección teórica. Esta sensación quedaría, en cierta manera, evidenciada, en el segundo diseño. Precisamente aquél que no posee el círculo más pequeño pero que, por el contrario, sí cuenta con unos añadidos que pudieran ser modernos, pues el trazo es más débil y está menos remarcado. Los añadidos a los que me refiero, son flechas que, partiendo del centro, señalan una dirección determinadas; a las flechas hay que sumarles letras y conjuntos de letras -RPM, IAC, R, M, E- que podrían corresponder con fórmulas geométricas de las que valerse para la obtención de planos y ángulos aplicables a la construcción y posiblemente también a la orientación del templo. Pero repito que, por su aspecto, se tiene la sensación de que alguien, en época relativamente reciente y aprovechando un diseño original dejado por los canteros que levantaron esta ermita, o bien practicó a solas o por el contrario, ofreció una lección en vivo, y posiblemente magistral, de geometría sagrada.

Ahora bien, al hacerlo, quizás añadió las claves a una piedra de Rosetta que podría despejar, cuando menos, algunas incógnitas en cuanto a este fascinante mundo de la cantería medieval y sus, en ocasiones, inexplicables misterios. Pero eso formará parte de otro estudio.





(1) San Bernardo de Claraval, 'Epístola 106'.

Las Huellas de los Caminantes

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' - ¿Qué estás haciendo? -le preguntó un peregrino al peregrino loco.
- Estoy contemplando mi sombra -le respondió este escuetamente.
- ¿Y qué tiene de interesante tu sombra? -insistió el otro.
- Estoy esperando que me cuente algo...' (1).

Se trata sólo de una metáfora. Me refiero al título de la presente entrada. Pero eso sí, creo que es una metáfora que, desde luego, caracteriza las cualidades trashumantes de éstos verdaderos maestros de la piedra, que en su largo caminar fueron ilustrando una Edad Media sumida en el más impenetrable de los ocasos. Al menos, culturalmente hablando. El que más o el que menos, conoce básicamente los pormenores de una época que comenzó en el siglo VII, con la invasión musulmana de la Península, y se extendió hasta el siglo XV, con la conquista de Granada por los Reyes Católicos. Cerca de ocho siglos, pues, repletos de vicisitudes y acontecimientos, donde éstos anónimos Caminantes desarrollaron una labor ilustrativa y cultural sin parangón, dentro de las características de un mundo que estaba distribuído, básicamente, en tres estamentos claramente definidos: los oratores, o gentes del espíritu; los bellatores, o gentes de la guerra, y los laboratores, las gentes del trabajo; o lo que es lo mismo, el pueblo llano.
Políticamente correcto o no, coincido con la opinión de José Javier Esparza (2), cuando destaca el papel determinante de la Iglesia como rector del orden medieval. Es lógico, y dentro de sus funciones como poder temporal, político y religioso, la búsqueda de la sabiduría antigua conllevó también que la llama de la cultura no se extinguiera definitivamente, obrando el milagro de que la piedra se convirtiera en los libros de texto que, impresos en las páginas geométricamente sagradas de los templos, cumplían con creces dos conceptos a tener en cuenta: evangelizar e ilustrar. Aquí intervenía el nómada albañil, puliendo los mensajes, generalmente por encargo, y otras veces, incluyendo temáticas que, por no denominar abiertamente heréticas, las dejaremos deslizarse subrepticiamente por el nirvana particular de su estado espiritual en un momento dado.

También es cierto, que a la hora de levantar un templo, generalmente todos solían arrimar el hombro. En este sentido, la observancia de los zapatitos en numerosas iglesias podría responder perfectamente a la hipótesis más aceptada -de hecho, también la más sencilla y menos engorrosa- de que los sillares donde se localizan indican que fueron donados por el gremio de zapateros de un pueblo en cuestión. Lo mismo que las tijeras, quizás no tan numerosas de vislumbrar, constituirían, teóricamente, el tributo para con Dios y la Santa Madre Iglesia, del gremio de sastres que, de esa manera, se aseguraban unas relaciones provechosas, al menos en cuanto a conciencia se refiere, pues no olvidemos que en esa época, el temor a Dios resultaba de una naturaleza tan cotidiana como el comer.

En esta iglesia de San Miguel, localizada en el pueblecito de Beleña de Sorbe, provincia de Guadalajara, uno puede apreciar, en su portada, uno de los calendarios románicos que mejor se conservan, comparable al que se puede encontrar en la fachada de la capilla del caballero San Galindo, anexa a la iglesia de San Bartolomé de Campisábalos. También un curioso capitel que muestra a un ángel con una cruz en la mano y con la otra señalando el sepulcro vacío, o a las Tres Marías comparables, en el fondo, no diría ya que con las Tres Gracias de la tradición greco-latina, pero sí, quizás, con las Tres Madres de la mitología celta, que, por añadidura, también se pueden apreciar en la iglesia de San Miguel, en Estella, Navarra.

Bien es cierto, por otra parte, que si la visión de los zapatitos no deja de ser, hasta cierto punto corriente, también es verdad que no siempre se localizan en número y en lugar tan específico como en este templo -los sillares anexos a la portada-, aunque sí -y este es un dato curioso- en los lugares más insospechados, como en una losa junto al altar, como puede comprobar todo aquél que visite el interior de la iglesia de San Pedro, en Caracena, Soria.

Reconozco que por detalles como este, que pueden parecer insignificantes a priori, tengo mis reservas sobre la verdadera función de ésta señal. Pero de lo que no cabe duda, es de que, aún metafóricamente hablando, es un símbolo que describe perfectamente a uno de los gremios más misterioso y a la vez fascinante de todos cuantos arropó la Edad Media: el de los canteros.





(1) Grian: 'El Peregrino Loco', Ediciones Obelisco, 1ª edición, febrero de 2006, página 44.


(2) José Javier Esparza: 'Moros y cristianos', editorial La Esfera de los Libros, S.L., 2ª edición, febrero de 2011, páginas 246-247.

Los graffiti crucíferos de Jaramillo Quemado

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'Paradójica en sus manifestaciones y desconcertante en sus signos, la Edad Media propone a la sagacidad de sus admiradores la resolución de un singular contrasentido. ¿Cómo conciliar lo inconciliable?. ¿Cómo armonizar el testimonio de los hechos históricos con el de las obras medievales?...(1)


Uno no puede evitar volverse aún más suspicaz que de costumbre cuando, por alguna de esas felices casualidades del destino -en las que, paradójicamente, no termino de creer- tiene la oportunidad de recorrer camino por una de las zonas más interesantes y mistéricas de ese solar idiosincrático que es la provincia de Burgos: la Sierra de la Demanda. Si bien sus diferentes administraciones territoriales, dejan generalmente un agradable sabor en el paladar -La Bureba, La Esgueva, La Ribera del Duero, Las Merindades...- la Sierra de la Demanda condiciona, y llegado el caso, subyuga. Historia y Leyenda se mezclan con una facilidad tan grande, que en ocasiones desarma el sentido de la objetividad, desafiando, de paso y con guante blanco, esa no menos tramposa cualidad humana que es la lógica. Un detalle aquí, otro más allá y aún un tercero entre aquél y este, donde el hombre y el tiempo se confabulan para que la prueba del carbono 14 no signifique absolutamente nada. Si ya de por sí, las marcas auténticas de cantería constituyen un universo paralelo con reglas propias y metafísico lenguaje de ave, aquéllas otras que, comúnmente solemos calificar como graffitis de peregrino, no le andan a la zaga. Nos los encontramos continuamente, y a veces, incluso, los miramos con desdén, pensando que no pasan de ser simples testimonios piadosos y apenas les prestamos atención. En la mayoría de los casos, los motivos se reducen a una representación crucífera, que puede tener unas connotaciones más simples o más complejas, si tomamos la forma como base: cruz griega, cruz latina, cruz monxoi, cruz patriarcal...En otras ocasiones, se puede constatar que a la supuesta fe, se le añade una cierta dosis de partidismo y se desvirtúan marcas originales que, quizás por su sentido, no voy a decir esotérico pero sí más complejo, no gustan u ofenden la ortodoxia implícita, que nada entiende de otros caminos espirituales que los estrictamente marcados por la iglesia de Pedro. El caso más corriente que se me ocurre, es el de una curiosa marca que seguramente todos conocemos: la pata de oca.
En el caso de la parroquial de Jaramillo Quemado, muy modificada por los avatares del tiempo y el capricho de los hombres, pocas marcas ecnontraréis en otro lugar que no sea su parte sur. Pocas originales y de cantero, a excepción de alguna flecha y poco más; pero sí observáreis numerosas cruces, incluída aquélla que, para doblar significado, se le ha añadido un aspa o cruz de San Andrés. Entre unas y otras, hallaréis, casi juntas en un determinado sillar, cuatro curiosas representaciones, que enseguida, por su forma, os llamarán poderosamente la atención: una cruz contenida en un círculo, con una basa rectangular. Idéntica forma, y aquí comienza el largo camino que conduce al universo de la conjetura, que el de las estelas funerarias medievales. Estelas que, como se sabe, conforman así mismo, todo un universo simbólico de primera magnitud.
Ahora bien, si en efecto se tratara de representaciones simbólicas de estelas, ¿qué significado podríamos darle?. ¿Quizás rememoran a aquéllos peregrinos amigos caídos en su viaje?. ¿Tal vez se trate, simplemente, de crismones?. He aquí, en mi opinión, un pequeño misterio. O quizás no sea tan pequeño.





(1) Fulcanelli: 'Las Moradas Filosofales', Editorial Plaza & Janés, S.A., 1972, página 61


Coruña del Conde. graffitis de peregrino en la ermita del Cristo de San Sebastián

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'El mundo era para mí un secreto que deseaba desentrañar. Entre las primeras sensaciones de que tengo recuerdo, están la curiosidad, la investigación seria de las leyes ocultas de la naturaleza y un gozo rayano en el éxtasis cuando se me revelaban...' (1).



Una vez recuperado de la impresión al observar un viejo reactor evolucionando junto a las melladas murallas del castillo, quien acude a la población burgalesa de Coruña del Conde y se detiene el tiempo suficiente para observar los detalles que hacen poco menos que única en su género a la ermita del Cristo de San Sebastián, no tarda mucho en experimentar la curiosa sensación de estar realizando, in situ, un genuino viaje en el tiempo. Un viaje, que comienza en esa cronología anterior a Cristo, teniendo como protagonista a un pueblo, refinado en teoría pero bárbaro en ansia de poder y conquista que, sojuzgando pueblo tras pueblo bajo el ímpetu arrollador de las águilas de sus legiones, fundaron una ciudad, Clunia, muy cerca de aquí. De esa gloria pasada, que hoy está considerada como una maravilla -al menos lo que queda- pero que el tiempo cubrió de polvo y olvido durante siglos, surgieron, principalmente, los materiales de los que se nutre esta ermita. De manera que, teniendo esto presente, no ha de resultar extraño observar esa grotesca convivencia con la que capiteles y otros restos de índole netamente romana, se ven cortejados por otros parientes posteriores, aunque románicos, como pueden ser, algunos canecillos. Y balanceándose entre unos y otros, encaramados en la panacea simbólica de los paradigmas, algunos curiosos graffiti de peregrino, que llaman poderosamente la atención, con su anónimo toque de intencionalidad.

A diferencia de los graffiti de peregrino observados en la iglesia de Jaramillo Quemado, en la entrada anterior, los graffiti que más abundan en ésta curiosa ermita híbrida de Coruña del Conde, tienen a la cruz como base principal e intencional, y se basan, principalmente, en tres modelos determinados: la cruz latina, más sencilla y abundante -localizada, sobre todo, en la zona este o absidal-, la cruz patriarcal y una cruz griega -de brazos iguales- cuyos extremos conforman, significativamente, uno de los símbolos más complejos y abundantes del Camino Jacobeo, la Runa de la Vida, más comúnmente conocida como pata de oca. Estos dos tipos de graffiti crucífero se localizan, interesantemente dispuestos, en las basas que conforman el pórtico de entrada al templo.

La cruz, cuyos brazos de intersección conforman ese punto primordial o Axis Mundi sobre el que prevalecen el espacio y el tiempo y que, desde un punto de vista teórico y comparativo, podría considerarse como una evolución de antiguos símbolos solares y arios, entre ellos la esvástica, también conocida como martillo de Thor. Un simbolismo, éste de la cruz, en el que se reciclan, entre otros, conceptos como los solsticios y equinoccios, señalados por la barra horizontal y los polos en el ecuador, señalados por la barra vertical (2). La pata de oca, Runa o Árbol de la vida, modelo también de cruz martirial, característicos de los denominados Cristos Dolorosos renanos de los siglos XIV-XV, cuyos dos casos conocidos en España -el de la iglesia del Crucifijo, de Puente la Reina y el de la iglesia de Santa María del Camino, de Carrión de los Condes- están indiscutiblemente relacionados con la más heterodoxa de las órdenes religioso-militares medievales: la Orden del Temple. Y, curiosamente -tómese en cuenta a modo de anécdota-,era la forma que tenía el crucifijo de plata que solía llevar siempre consigo el Papa Juan Pablo II.

Relacionada también con el Temple, era la cruz patriarcal, llamada también de Caravaca y con fama de muy milagrosa, y era la forma adoptada por los Lignum Crucis que utilizaba ésta Orden, pudiéndose citar, entre ellos, el que se conserva, en el más inaccesible de los casos en Zamarramala, Segovia -que teóricamente, pertenecía a los templarios de la Vera Cruz, difieran o no los sanjuanistas-, el que se conserva en el Museo Catedralicio de Astorga -que bien pudiera haber pertenecido a los templarios de Ponferrada- o el que pertenecía a la parroquia asturiana de Santo Adriano de Tuñón, en Asturias, hoy día desaparecido en algún rincón ignoto de la catedral de San Salvador de Oviedo.

Levántese o no la polvareda, puesto que todas las opiniones son libres, lo que resulta indiscutible es que, en la gran mayoría de los casos, lo que denominamos como graffiti de peregrinos, distan mucho de ser meras manifestaciones espontáneas de piedad o devoción, y conllevan todo un mundo de intenciónalidad simbólica detrás.




(1) Mary W. Shelley: 'Frankenstein o el moderno Prometeo', cesión de Alianza Editorial, S.A. a Círculo de Lectores, S.A., 1995, página 49.


(2) Dato obtenido del libro de Juan Pedro Morin Bentejac y Jaime Cobreros Aguirre, 'El Camino iniciático de Santiago', Edciones 29, 1ª edición , junio de 1976, página 77.

El placer de la especulación: marcas lapidarias del Monasterio de Moreruela

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'Estos signos han desafiado hasta el momento cualquier intento encaminado a descifrar su significado; lo más que poseemos sobre ellos son hipótesis, vagas teorías, suposiciones y presentimientos. Porque dichas marcas son, en un sentido amplio, la firma que los gremios de constructores pusieron a todas las obras realizadas por ellos según el arte sagrado transmitido mediante la tradición. Decir más es ejercitar el placer de la especulación...' (1).


El placer de la especulación. ¡Qué gran frase, Don Rafael, para definir ese abúlico estado de frustración que nos invade cuando los signos lapidarios medievales se cruzan en nuestro camino para hacernos una mueca burlona y decirnos con toda impunidad: descíframe si puedes!. Ya casi había olvidado este inestimable artículo que escribiste en 1992 para la revista Año Cero -como observarás, al trato de respeto inicial obligado al Maestro, le sigue el trato de confianza debido al amigo- si una inesperada muestra de grandeza y generosidad, no me hubiera obligado a poner patas arriba mi biblioteca, siquiera para poner en práctica, con padrinos, ese placer de la especulación que, en definitiva, es el único recurso que nos queda frente a todos aquellos misterios que permanecen aletargados en esa inalcanzable Caja de Pandora simbólica que custodia con excesivo celo el Padre Cronos.
Mi conocimiento de la provincia de Zamora, es prácticamente nulo; se puede resumir, tal cual, a ese paso obligatorio por sus lindes cuando voy y vuelvo del Norte, siguiendo esa línea longitudinal que, con el nombre de Autovía y el añadido numérico de 6, comunica Madrid con La Coruña. Bien es cierto, que Zamora y su románico hace tiempo que están dentro de mi pasional interés, pero por circunstancias comprensibles, donde priman por el momento otras motivaciones y proyectos, aún no había llegado la hora de perderse -digo bien, pues creo que toda búsqueda implica una pérdida inicial, ya sea de caminos o de concepciones preestablecidas- por los ríos artísticos de su Historia. ¿Existe la sincronización de mentes?. Algunos científicos opinan que sí, y precisamente eso me comentaba mi jefe hace unos días, mientras aprovechábamos un respiro en el trabajo para fumarnos un cigarrillo, sentirnos durante unos breves minutos lagartos al sol, y platicar tan panchos emulando esos tradicionales filandones que tanto echo de menos en estos días de nomadismo e individualidad. Por aquél entonces, créase o no, pensaba en marcas de cantería y también en un monasterio. Un monasterio que tuve oportunidad de visitar el pasado mes de enero y cuyas vicisitudes simbólicas me tienen bastante más que desconcertado, aunque será el protagonista de una próxima entrada: el de Santa María de Carracedo, en León. Estos son, a grosso modo, los antecedentes a un correo electrónico en el que Ana Manzano -periodista y autora del blog Iconos Medievales, en el que mediante la sublime expresividad que destila su pluma de oca, nos deleita con multitud de genialidades afines a este mundo medieval que tanto nos interesa- se ofrecía generosamente a enviarme algunas fotografías de signos lapidarios que había tenido ocasión de recoger durante un reciente viaje a la provincia de Zamora. ¿Qué decir en mi descargo, salvo que este ofrecimiento era como agua de mayo para un insaciable golosón como yo?. Dicho y hecho. Con sus fotografías, así como con su cortés consentimiento, me he decidido a montar este pequeño vídeo en el que por olvido -lo digo con cierta vergüenza- falta una foto que, tomada en conjunto, mostraba una serie de signos lapidarios, entre los que se incluían algunos de aquéllos que, comúnmente, se denominan patas de oca; o lo que es lo mismo, símbolos rúnicos de la vida, marca distintiva de ciertos gremios compañeriles que extendieron su ámbito de actuación dentro y fuera del Camino Jacobeo y que, en algunos casos y tal y como especifica un reputado investigador en la materia -Louis Charpentier- constituía, digámoslo así, la marca distintiva al menos de un gremio conocido como los Hijos del Maestre Jacques, de origen franco y que se sabe que trabajaron bajo la tutela y protección de la Orden del Temple, a la par que los también llamados Hijos de Salomón, que utilizaban el pentáculo salomónico como marca distintiva. Pentáculo o estrella de cinco puntas que, en el mencionado y vecino monasterio leonés de Carracedo, aparece con una más que sospechosa frecuencia.
Por otra parte, y volviendo otra vez a Zamora y este monasterio de Moreruela, sí he podido observar, por comparación entre las fotos enviadas por Ana y aquellas otras que se muestran en el artículo de Rafael Alarcón, que hay un símbolo determinativo que aparece con frecuencia, aunque con distintas acepciones que, bajo mi punto de vista, no dejan de ser curiosas: me refiero al báculo-espiral. Al menos, se pueden distinguir tres acepciones observables en la terminación del ángulo recto del bastón: una acepción en la que la punta del bastón se dobla (¿báculo roto? (2)) hacia la izquierda; una segunda acepción en la punta se bifurca en dos pequeños ramales curvos, como la lengua bífida de una serpiente, idéntica a las que se pueden observar dentro y fuera del ábside de la iglesia soriana de San Miguel de Caltójar, y la tercera acepción, recogida en el artículo de Alarcón, donde el extremo final del báculo conforma una cruz similar a las utilizadas por el Temple.
Resulta curiosa, así mismo, la proliferación de triángulos, forma geométrica medieval que representaba a la Divinidad y por defecto, a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y también la representación de los contrarios (masculino-femenino) del célebre Sello de Salomón o Estrella de David.
La llave, con todas sus connotaciones simbólicas y labrada de una manera muy similar a como se localiza, por ejemplo, en la iglesia de Santiago de Agüero (Huesca), también está presente entre los signos lapidarios de Moreruela. Símbolos que, en conjunto y recurriendo otra vez al mencionado artículo de Rafael Alarcón, se localizan, no sólo en otros lugares de la geografía peninsular, sino que también aparecen en construcciones de toda Europa, e incluso en paises orientales y latinoamericanos.
Y es aquí, donde surge, irremediablemente, la Gran Pregunta: ¿son, quizás, los restos de una tradición arcaica y universal, transmitida de manera oral y en secreto a lo largo de generaciones?.
Buena pregunta, sobre todo si, empeñándonos en buscar la respuesta, no dejamos de acudir a ese gran placer que es la especulación.
Ana, sinceramente, gracias.



(1) Rafael Alarcón Herrera, 'El enigma de los signos lapidarios', Revista Año Cero, Año III, nº11, noviembre de 1992, páginas 64-69.


(2) Algo similar se describe en la novela de Paloma Sánchez Garnica, 'El alma de las piedras', Editorial Planeta, 2010, aunque en este caso no se trata de un báculo, sino de una espada.

Villanueva de Cangas: la Llave del Maestro del Monasterio de San Pedro

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Un monasterio, puede definirse como un conjunto simbólico monumental, donde todos y cada uno de los elementos que lo constituyen, responden a unos patrones concretos que determinan, tanto por separado como en conjunto, un mensaje fundamental, cuya trascendencia se ve directamente influenciada por el nivel de conocimiento y asimilación de la comunidad que habita en él. Los esquemas funcionales, en el fondo, suelen se iguales en todos, y responden a formas estructurales de índole universal. Tanto es así, por ejemplo, que en la zona donde se ubica el claustro, observaremos idéntica distribución e idéntica influencia simbólica añadida a cada una de sus galerías y sus correspondientes equivalencias cardinales.
En este monasterio cangués de San Pedro, esa funcionalidad se ha visto alterada, indudablemente, toda vez que en la actualidad se encuentra reconvertido en Parador Nacional; de tal manera que, independientemente de los cambios actuales, aún podemos hacernos una idea de que en su lado este, aún conserva ese espacio reservado a la Sala Capitular, una sala pequeña, es cierto, pero que aún conserva su original arquería románica, un acceso a la iglesia -es de suponer, que abierto en épocas muy posteriores- y dos curiosas representaciones artísticas -posiblemente de los siglos XVII ó XVIII-, en las cuales, por poco que nos fijemos, encontraremos otra de las muchas referencias griálicas que existen en territorio astur, en el caso presente, referida a la copa que el ángel le entrega a un arrodillado Jesús. Por contrapartida, el lado oeste continúa manteniendo su antigua función de alojamiento de conversos, pues en él se localizan la recepción y el acceso a las habitaciones. Este lado está presidido por una pequeña imagen, supongo que de San Pedro, portadora de una cruz patriarcal triple o de tres travesaños. El lado norte, generalmente aquél que por su gelidez y su pérfida influencia se conocía como el lado del demonio (1) y del que procedía el mortal aliento del Aquilón, alberga hoy día la cafetería, en contrapartida con el lado sur, el lugar generalmente más fresco y sombrío, que lejos de alberga en la actualidad la cilla y la cocina, alberga una pequeña pero inestimable colección de objetos artísticos, entre la que destacan varias laudas sepulcrales del siglo XII y algunas sillas abaciales, de excelente manufactura, entre cuyos símbolos, volvemos a encontrar el báculo de los Maestros, grabado en la madera de una manera muy similar, a como aparece representado, sin ir más lejos, en los sillares de algunas iglesias románicas, como podría ser el caso de la ermita soriana de San Bartolomé, enclavada en lo más profundo del famoso Cañón del Río Lobos.
Si bien es cierto, que este antiquísimo lugar bien merece una historia más elaborada y completa de la que actualmente se ha escrito sobre él -independientemente del interés despertado en historiadores de renombre, como Morales, Yepes o Sandoval- parece ser, que aunque ciertas bases que corroboran la tradición que sitúa su fundación en las primeras décadas de la Reconquista, por mediación del rey Alfonso I el Católico (739-757) y su esposa Ermesinda, lo que ha sobrevivido a nuestros días, pertenece a una época muy posterior, que podríamos situar en los siglos XII y XIII, obviando, desde luego, los sucesivos remodelamientos que se ha ido sucediendo a lo largo de los siglos. A este respecto, no deja de ser curioso el detalle de que, salvando a Don Pelayo, lógicamente, el rey más conocido o al menos más recordado de la monarquía asturiana, sea, curiosamente, su hijo Favila, aquél que levantó sobre un antiguo dolmen, la ermita de la Santa Cruz, en Cangas de Onís. Y tal es así, porque en la memoria popular permanece el recuerdo, indeleble, de que fue el rey al que mató un oso. Esto se hace más patente, aún, en la portada principal de acceso a la iglesia, donde a esa representación de la partida del caballero -tema, por otra parte, conocido dentro de la imaginería románica, encontrándose en algunas iglesias, como podría ser la de San Vicente, en Pelayos del Arroyo, Segovia-, a cualquier vecino que se le pregunte, contestará, sin dudar, que es el beso de despedida entre Favila y su esposa Froiliuba, antes de la aciaga partida de caza, en la que un oso terminó con su vida.



Pero pocos caerán en la cuenta, por ejemplo, también, del enorme simbolismo que se oculta detrás de esta historia. Porque el oso tiene una importancia capital como animal totémico, representando a la casta de los guerreros entre los celtas -también era el animal totémico entre los reyes merovingios, los de los largos cabellos- y en cuyos precedentes, aquí en Asturias, podemos situarlo, entre otros, en esa curiosa -por no decir oportuna- representación, de un hombre revestido con una piel de oso, que se localiza en uno de los fenomenales capiteles prerrománicos situados en el interior de la Colegiata de San Pedro de Teverga.
También hay que tener muy en cuenta, la magnífica representación de ese Cuélebre -serpiente o dragón- tan presente en la tradición asturiana, que también figuraba en los estandartes de la caballería celta. La presencia, además, de un ángel lanceador -previsiblemente, San Miguel- en la escena, ¿podría interpretarse como ese choque de religiones, que tuvo lugar en épocas ancestrales?. Seguramente.
Algo más allá, otro capitel llama poderosamente la atención, al mostrar dos parejas de águilas, con los picos afrontados, y detrás de sus cabezas, unas curiosas espirales o laberintos, muy similares, en esencia, a esas curiosas orejeras, la más popular de las damas iberas: la Dama de Elche. Curiosidades y simbolismo, como vemos, no faltan en ese mensaje ancestral grabado en la milenaria piedra de este monasterio.
Como tampoco faltan, como cabría esperar, las señas de identidad particulares de los canteros que desarrollaron su maestría en semejante lugar. Aunque las hay en el interior, aunque en número menor, sobresalen, sobre todo, en el exterior; y concretamente, en el pequeño absiolo de la izquierda. La más generalizada, es una marca, muy curiosa, que, para una mejor identificación, diremos que tiene la forma de ere mayúscula. Pero que bien podría estar formada por dos símbolos muy determinados -es sólo una opinión- como podrían ser el bastón o báculo y la serpiente. Su relación bíblica, por otro lado, creo que puede resultar incluso bien evidente. Hay otras, que también se repiten, aunque en menor número, y que por su forma, podrían formar una inicial "d" e incluso una "c". Pero el misterio, y de ahí el hombre de la entrada, ha de remitirnos, de nuevo, a esa primera que hemos identificado como ere mayúscula. En todos los casos, aparece tal cuál. En todos los casos, excepto en uno que, por cierto, es única: el palo o báculo, se ve sustituído por una llave. Llave que, por otro lado, aparece como marca individual en numerosos templos, siendo, quizás, el más conocido o relevante, el de Santiago de Agüero. Y yo me pregunto: ¿era el símbolo distintivo del Magister Muri?. ¿Quizás la marca del responsable de la cantera real, si tal cosa existió en el tiempo y lugar referido?. Algo por encima, y aparte del formidable mensario grabado en los canecillos y metopas, un curioso personaje nos muestra, en un libro abierto, otra curiosa señal: una ese, o quizás una serpiente. ¿Qué se oculta detrás de todo este misterioso simbolismo cantero?. He aquí, pues, uno de los enormes retos que nos plantea, entre otros muchos, este fascinante monasterio de San Pedro.

Los enigmas epigráficos del Monasterio de Carracedo

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Cualquier viajero que tome la autovía en dirección a La Coruña, se lo encuentra a su derecha, apenas dos kilómetros más adelante de Ponferrada, histórica ciudad donde, entre otros interesantes atractivos históricos, la Orden del Temple tuvo su principal encomienda en el Reino de León. La cúpula neo-clásica de su torre indica, aún en la distancia, la tumba silenciosa de un antiguo cenobio sacro, cuya historia se pierde en la noche de los tiempos: el Monasterio de Carracedo. Una historia incierta, desde luego, cuyas vicisitudes obligan a remontar el curso de nuestra mirada hacia los profundos abismos que marcaron el destino fatal del reino visigodo, sellando un largo y tortuoso periodo de sangre y dominación, que duraría, cuando menos, siete largos siglos.
En base a esto, podríamos situar los comienzos históricos del monasterio de Carracedo, por lo pronto, en esa terrible décima centuria, en la que destacó un personaje de infausto recuerdo, no sólo para los reinos cristianos, sino también para las iglesias, los cenobios y monasterios dispersos como colmenas por la geografía peninsular: Almanzor. No en vano, considerado por éstos como el azote de Dios, sus continuas y devastadoras razzias empujaban a los monjes a buscar refugio en lugares cada vez más abruptos e inaccesibles en montes y montañas. Llama la atención, entonces, que este enigmático cenobio se levante en esa desprotegida llanura del Bajo Bierzo, que une Ponferrada con Villafranca y facilita, de paso, la puerta de acceso a Galicia. Y lo llama mucho más, en ésta primera fundación -posteriormente, hubo varias refundaciones- que la elección fuera un inmenso bosque de robles y encinas; es decir, un típico bosque sagrado celta. Semejante detalle, puede conllevar, así mismo, la hipotética pregunta de si en sus orígenes pudo haber, quizás, monjes o refugiados de origen irlandés, o scoto, como se les denominaba. Tal vez alguno de esos grupos que, a imitación de los guerreros celtas, solían embarcar y viajar por el mundo en grupos de trece -atención al simbolismo-, incluido el maestro o jefe de la expedición. La pregunta, creo que no es banal, si tenemos en cuenta el origen diverso de las comunidades que se fueron estableciendo por la zona, bajo la protección del rey Bermudo II -rey de profundas raíces bercianas, cuyo cuerpo reposó en este monasterio después de su muerte-, y las numerosas reminiscencias de origen celta, con las que nos vamos a tropezar, prácticamente desde el momento en el que comencemos nuestra visita a un lugar tan peculiar.


Dada la cantidad, y a la vez variedad de simbología grabada en los arcanos sillares de este longevo lugar, ésta impresión nos resultará más evidente y fácil de localizar, si comenzamos nuestra visita a los mismos pies del pórtico principal de acceso a la antigua iglesia medieval, de los siglos XII-XIII. Si en el monasterio asturiano de Arbás destacan las figuras de un buey y un oso, legendariamente asociadas a su fundación, los custodios asmodeos que guardan la entrada al templo, son aquí las cabezas, por desgracia mutiladas, de dos toros. Figuras de rico simbolismo, no sólo asociadas a antiguos cultos de origen táurico y solar, característicos de numerosas culturas mediterráneas, sino también a una persistente leyenda, cuyo foco original, parece ser, se localiza en el antiguo reino de Asturias, y que se fue extendiendo progresivamente a los demás reinos a medida que avanzaba la Reconquista: el tributo de las Cien Doncellas (1).
Un escudo constituido por castillos y leones, ocupa el centro del tímpano. Con referencia a los tímpanos románicos, quizás sea oportuno precisar que tan sólo se conservan tres en la provincia de León, reduciéndose a uno en la de Asturias (2): uno se localiza precisamente aquí, en Carracedo, en un lateral de la iglesia; otro, en la catedral y el tercero, en un pueblecito, Castroquilame, que se sitúa siguiendo la carretera de Carucedo -famoso por el lago de la Xana Caricea o Carisia- en dirección a la provincia de Orense.
Ya antes de observarlos distribuidos secuencialmente en la torre circular anexa a la torre principal, se los localiza, aparentemente sin orden ni concierto, en numerosos sillares cercanos a ésta. Se trata de motivos florales, estrellados y polisquélicos, que algunos autores consideran como pruebas de cantería realizadas antes de confeccionar la cenefa artística de la torre a la que hacía referencia (3). Pero, sin duda, donde mayor número de marcas de cantería hay, propiamente hablando, es en el claustro, precisamente en esa zona arruinada de antiguas dependencias, situadas junto a la iglesia y el moderno e interior acceso a ésta. Allí, entre un león y algunos otros símbolos de origen visigodo -como un árbol de la vida, cuya posición, visto tumbado, puede sugerir, incluso, la espina dorsal de un pez; algún disco solar y alguna inscripción indescifrable- sobreviven numerosos símbolos lapidarios, entre los que destacan, por su cantidad y repetitividad, esencialmente dos de ellos: la estrella de cinco puntas y un símbolo similar al del infinito, aunque sin llegar a completar la unión de las elipses.
Es, precisamente en ésta parte del defenestrado monasterio, donde también se constata la presencia, insistentemente repetitiva como para no tenerla en cuenta, de motivos aparentemente florales que, no obstante, reproducen una cruz paté. Modelo de cruz que, inevitablemente -y aún admitiendo de antemano su inexclusividad- conlleva a preguntarse -quizás para aumentar aún más los ya de por sí numerosos misterios del lugar-, si en la historia de Carracedo, hubo un periodo en el que el Temple estuvo presente. Y de admitir esa posibilidad, cabría, a la vez preguntarse si con éstos legendarios monjes-guerreros, llegó alguna de esas herméticas hermandades de canteros que, está constatado, trabajaron bajo su tutela y protección, pasando en algunos casos a la clandestinidad con la supresión de la Orden. Hermandades, oportuno es decirlo, que firmaban sus obras con unos símbolos particulares que los definían: la pata de oca, la estrella de cinco puntas y el famoso Sello de Salomón (4). 
Aéste respecto, y encaminado a toda aquella persona que desee ampliar sus conocimientos sobre este tema, les recomiendo la lectura del artículo de Maese Alkaest, titulado El Bierzo templario: Pieros.


(1) Este episodio legendario, se puede encontrar, entre otras, en Carrión de los Condes y Villalcázar de Sirga, en la provincia de Palencia, y también en el rito de las Móndidas, que se celebra en el pueblo soriano de San Pedro Manrique, coincidiendo con el solsticio de verano.
(2) El de la iglesia de San Juan Bautista, en Priorio, a unos 8 kilómetros de Oviedo.
(3) José Antonio Balboa de Paz: 'El monasterio de Carracedo', Instituto Leonés de Cultura. Diputación Provincial de León, 2ª edición, año 2005.
(4) Entre estas hermandades, cabe mentar: los Hijos del Padre Soubise, los Hijos de Maître Jacques y los Hijos de Salomón.

Cuevas, dólmenes, menhires, iglesias y catedrales: simplemente, una reflexión

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'La soledad de aquél templo me concede una extraña paz, y con el tiempo he llegado a entender que para encontrar la verdad de la historia es necesario buscar en las sombras'...(1).

El hombre siempre ha tenido alma de cantero; su subconsciente, quizá celoso de la mano creadora de la Divinidad, le ha empujado siempre, de alguna manera, a moldear ese gran abismo del que procede, buscando sin cesar esa Luz al final del Túnel.

Las colinas, con su forma de cúpula, son aprovechadas no solo para contener castros o fortalezas, sino también para albergar túmulos funerarios, como una premonición natural de esas cúpulas románicas, exponentes, milenios más tarde, de belleza y complejidad técnica.


Las catedrales, vástagos incondicionales de la magia gótica, abandonan las sombras del románico, para elevar sus agujas hacia el infinito. Pero en sus criptas, aún mantienen, celosamente protegidas, las eternas raíces que las unen a la tierra. Quizás no sea casual, que estuvieran casi todas dedicadas a la figura de Nuestra Señora, de igual modo que en lo más profundo y sagrado de los santuarios prehistóricos el hombre, llamado ingenuamente primitivo, plasmara referencias inequívocas a la Gran Diosa Madre. Referencias que fueron igualmente trasladadas a la decoración interior de las cámaras de los dólmenes, y de éstas, aguardando el salto evolutivo, a los ábsides y las cúpulas de ermitas e iglesias.
En definitiva: nada nuevo bajo el Sol y la Luna, y sin embargo, continuamos adoleciéndonos de un desconocimiento total.


(1) Paloma Sánchez-Garnica: 'El alma de las piedras', Editorial Planeta, S.A., 1ª edición, junio de 2010, página 626.
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