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Channel: Tras las huellas de los Canteros Medievales
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La pervivencia del Símbolo: los romances mudos

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'...el simbolismo se nos muestra como un modo especialmente adaptado a las exigencias de la naturaleza humana, la cual no es simplemente intelectual, sino más bien muestra su necesidad de una base sensible para elevarse a esferas más altas'. (1)

No es un hecho casual, que los canteros medievales se sirvieran de los símbolos, no sólo para reconocerse entre ellos, tanto a nivel individual como a nivel gremial, sino también que los utilizaran como vehículo perfecto para transmitir un conocimiento que, en la mayoría de los casos y dada su naturaleza heterodoxa frente a los modelos de pensamiento establecidos por los poderes fácticos de la época -principalmente, la Iglesia- podrían suponer un duro castigo, y de hecho, también la muerte.
Pero dejando aparte esta versión secreta, que también ha llegado hasta nosotros convenientemente camuflada en modelos aparentemente versados en los conceptos dualistas cristianos del Bien y del Mal, el pecado y la virtud, lo correcto y lo incorrecto, que son fáciles, a priori, de vislumbrar en los motivos, generalmente repetitivos, de esa fenomenal herencia románico-gótica legada por las sociedades medievales, puede ser interesante hacer hincapié en la función del símbolo, como elemento didáctico esencial desde tiempos antediluvianos. Desde lo más profundo de las cavernas, hasta las cúpulas más altas de las catedrales, como ya aventuraba en la entrada anterior-, el símbolo ha servido de vehículo transmisor al alcance de unos pueblos en los que el acceso a la cultura se veía exclusivamente limitado a un reducido ámbito de privilegiados. Hasta tal punto era así, que el siempre perjudicado pueblo llano, aprendía una serie de conceptos, sobre todo religiosos, cultivando su sentido de la percepción -cuando no de la interpretación- basado precisamente en la observación de ese simbolismo, en ocasiones aberrante cuando no terrorífico, que copa, como una marea que viene y va, la gran mayoría de templos de la época.
No obstante, si desde ésta línea de pensamiento, adoptamos la máxima científica de que todo está sujeto a la evolución, veremos que mucho antes del nacimiento oficial de la figura básica del maestro y su sentido de magisterio -al menos, como lo conocemos hoy en día-, la transmisión, generalmente oral, se valía también de símbolos para propagar, entre gentes mayoritariamente analfabetas, ideas e historias de diversa índole y origen.
La que aquí presento, es una auténtica joya que se encuentra en la iglesia de Nª Sª del Mirón, en Soria capital, y narra, a través de innumerables símbolos, la historia de la construcción del santuario y los milagros atribuídos, valga la redundancia, a una de las imágenes tenidas como más milagreras de la provincia: precisamente, la Virgen del Mirón. En esa genuina y antigua pizarra que sirve de soporte a este romance mudo -dividida en recuadros que se leen de manera vertical y no horizontal, como cabría suponer a priori- volvemos a encontrarnos con multitud de símbolos que están profundamente grabados en el subconsciente junguiano del hombre. Y entre ellos, podemos resaltar, con toda su fuerza simbólica intacta, elementos como la serpiente, la campana, la escalera, el compás, el sol, la luna y un largo etcétera que recupera, hasta tiempos relativamente modernos, esas ideas que, cual líquido amniótico, alimentan al ánima homini desde los mismos tiempos de la Creación.


Un romance mudo contado por la custodia del templo.


Rodado en el interior de la sacristía, en el mismo lugar donde se conserva este romance mudo de la historia de la iglesia del Mirón, Iluminada Mozas, custodia del lugar y en principio, hemos de considerar que su última trovadora, nos narra en romance y siguiendo las pautas simbólicas marcadas en el gráfico pizarrón, la historia de este genuino santuario soriano.
Bien es cierto, que no siempre se dispone de los medios adecuados para hacer de estos acontecimientos, pequeños reportajes culturales de cierta calidad. En ese lejano y caluroso sábado del mes de junio de 2008, cuando accedí por primera vez al interior de ésta iglesia de la Virgen del Mirón, mis medios técnicos resultaban, evidentemente, muy limitados. No obstante, espero que esto no sea un inconveniente para considerar este vídeo, a pesar de la oscuridad que apenas deja apreciar a Iluminada y al tablero, obstáculo para considerarlo, cuando menos, interesante.

Silos: Maestros, tumbas y símbolos lapidarios

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'Del mundo, pues, de la llamada "realidad" concreta o visible, al invisible mundo abstracto y superior del Símbolo, pasamos constantemtne, sin que de ello nos demos cuenta en todos los momentos de nuestra vida' (1)

Hace tiempo que vengo preguntándome, por qué en los claustros de los grandes monasterios aparece, entre los diversos símbolos grabados desde el anonimato medieval en sus sillares, la cruz paté. He tenido ocasión de comprobarlo, en lugares tan dispares, complejos y alejados entre sí, como pueden ser el monasterio de Santa María la Real, en Aguilar de Campóo, Palencia; la concatedral de San Pedro, en Soria y este espectacular claustro del monasterio de Santo Domingo de Silos, en Burgos, dejando aparte -en este caso, por lo detallado de algunas de sus lápidas funerarias- el claustro de la iglesia cántabra de San Martín de Elines.
Junto a este tipo de cruz, bastante corriente, por otra parte, pero también utilizada con harto frecuencia por órdenes militares como el Temple, suelen aparecer, así mismo, curiosas grafías, que nos remiten hacia conceptos y referencias que con frecuencia suelen rozar la heterodoxia. Un simbolismo criptográfico, que se vale de elementos de marcado carácter esotérico, entre los que no faltan figuras como el sol, la luna, los círculos concéntricos, las espirales o las campanas que, a posteriori, podrían interpretarse como una alusión sustitutiva de los sistros que se utilizaban en los antiguos cultos isíacos.
Uno de los elementos que, no obstante, llama poderosamente la atención en este aparentemente galimatías criptográfico silense, lo encontramos en esa cruz latina sobre la que el anónimo grabador dispuso una estrella de cinco puntas, símbolo de la perfección de la Naturaleza y por defecto, representación también del hombre. Símbolo que, por alguna curiosa y disociativa circunstancia, a partir de la Edad Media, y sobre todo después de los famosos juicios por herejía a que fueron sometidos los templarios, vio negativizado su primigenio y salutífero simbolismo, siendo asociado no sólo con avaros y judíos, sino también con la figura entre sombras del Enemigo y la contrapartida de la misa cristiana: las misas negras.
En el caso que nos ocupa, y dado que una de las puntas de la estrella -no olvidemos, que se trata de un elemento celeste, al fin y al cabo, y como tal, cercano a la Divinidad- parece tocar la parte superior de la cruz -elemento terrestre- en cuya conexión bien se podría especular con una alusión no sólo crística, como pueda parecer a priori, sino también con una referencia quizá más profunda y encaminada hacia tradiciones anteriores en las que el dios -llámese Jesús, Mitra, Osiris u Odín- se sometía voluntariamente a un proceso martirial, que continuaba con la muerte y posterior resurrección, con las que el dios redimía a la Humanidad. Versiones, evidentemente, no del agrado de la ortodoxia establecida, que en mi opinión, fueron consignadas, no por el cantero que oficiosamente empleó largos años de su vida en levantar una obra de Arte y de la que generalmente marchaba con idéntico sigilo a como había llegado, sino quizás por algún monje disoluto -los castigos eran frecuentes- o tal vez por algún exponente de una orden de caballería -también hay cruces de ocho beatitudes, utilizadas indistintamente por templarios y hospitalarios- cuya formación podía ir más allá de las Reglas previamente establecidas.
Sea como sea, lo cierto es que, de similar manera a como ocurre con los contenidos de los asientos de muchos coros, dentro de la estricta observancia de la Iglesia, siempre ha habido referencias de sublime heterodoxia, en la que los sillares de muchos claustros, también, han servido como pantalla para el alegato de pensamientos intrusistas, que han pasado desapercibidos para la aparente inocencia de una comunidad monástica mansamente establecida.
Especulo, especulorum.
 

(1) Mario Roso de Luna: 'Simbolismo de las Religiones', Editorial Eyras, Colección Hespérides, Segunda Edición Española, 1977, página 10.

Nigra Sum: Nª Sª de los Canteros

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'He aquí que vengo conmovida por tus ruegos, ¡oh Lucio!. Sepas que yo soy madre y natura de todas las cosas, señora de todos los elementos, principio y generación de los siglos, la mayor de los dioses y reina de todos los difuntos, primera y única sola de todos los dioses y diosas del cielo, que dispenso con mi poder y mando las alturas resplandecientes del cielo, y las aguas saludables de la mar, y los secretos lloros del infierno. A mí, sola y una diosa, honra y sacrifica todo el mundo en muchas maneras de hombres. De aquí los troyanos que fueron los primeros que nacieron en el mundo, me llaman Pesinustica, madre de los dioses. De aquí, asimismo, los atenienses, naturales y allí nacidos, me llaman Minerva cecrópea, y también los de Chipre, que moran cerca de la mar, me nombran Venus Pafia. Los arqueros y sagitarios de Creta, Diana. Los sicilianos de tres lenguas me llaman Proserpina. Los eleusinos, la diosa Ceres antigua. Otros me llaman Juno, otros Bellona, otros Hecates, otros Ranusia. Los etíopes ilustrados de los hirvientes rayos del sol, cuando nace, y los arrios y egipcios, poderosos y sabios, donde nació toda la doctrina, cuando me honran y sacrifican con mis propios ritos y ceremonias, me llaman mi verdadero nombre, que es la reina Isis...' (1).

Quizás todo se reduzca, en el fondo, a una cuestión tan simple, como es aquella de admitir, lejos de posturas de fanatismo e intransigencia, que éste fenomenal legado imaginario, especialmente relevante y prolífico en países como Francia y España, representa la esencia de unos cultos matriarcales y ancestrales, que el Cristianismo fue incapaz de abolir, pero que convenientemente enmascaró, accediendo a conceder a la figura matriarcal de María, una importancia que en absoluto tuvo en sus orígenes.
Presente, pues, desde las eras más oscuras de una humanidad que ya comenzaba a sentir atisbos de la presencia divina en su forma más fructífera y femenina, con la idea de una Gran Diosa Madre, a la que no sólo representó con la forma vital y ondulada del mar primigenio, sino de una manera aún más gráfica y significativa, como son las inconfundibles vulvas que llenaron los rincones más oscuros y secretos de los más impenetrables sancta-sanctórum de las cavernas, el concepto fue evolucionando hacia formas más concretas que, con mayor o menor grado de femineidad o de grafismo, fueron sugiriendo diferentes puntos de vista a la hora de su interpretación.
No tan abundantes como las imágenes que, por desgracia, se muestran, en muchas ocasiones, en un estado lamentable en nuestros templos, o bien convenientemente amputadas y ocultas debajo de vestidos pomposos que las desmerecen por completo, hubo canteros que rindieron culto a la Gran Mater, reflejándola de una manera, en cierto modo grotesca, en sus trabajados capiteles. De tal manera que, a pesar de su ocasional presencia, suelen verse representadas como figuras femeninas de cuyos pechos maman serpientes y cuya interpretación, desde un punto de vista ortodoxo y ajeno a las circunstancias mencionadas -que darían para escribir auténticos tratados-, se tiende a considerarlas desde una ocasional referencia a la lujuria. Esto se nos puede antojar ridículo, si añadimos que existen representaciones que no sólo muestran a las serpientes –animal netamente terrestre- mamando de los pechos de la figura femenina en cuestión, sino que además, se percibe la universalidad del concepto representado, con la inclusión, no sólo de las espirales o círculos concéntricos que suelen apreciarse a la altura de la barriga –el eterno ciclo vital de muerte y renacimiento- sino también con la inclusión de seres de carácter aéreo y celestial, como las aves.



(1) Lucio Apuleyo: 'El asno de oro', S.A. de Promoción y Ediciones (Club Internacional del Libro), 1993, Undécimo Libro, página 234.

Nigra Sum: Nª Sª de los Canteros 2: la Soterraña

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Aún no encontrándose en su lugar original (1), la preciosa talla medieval que se aprecia al principio del primer vídeo, recuerda, en esencia, el verdadero origen del gran enigma que son las Vírgenes Negras: la caverna. Caverna, posteriormente sustituída por criptas cuando se levantaron los templos cristianos sobre los antiguos santuarios de veneración a la Gran Diosa Madre. Una de las pruebas más evidentes, y a la vez un ejemplo de notoria relevancia, lo tendríamos en la catedral de Chartres, auténtico foco energético, que se levantó sobre una antigua caverna, precisamente donde los celtas veneraban la figura de la denominada Virgine Pariturae -la Virgen que dará a Luz-, y en cuya construcción, se destruyó el bosque anexo que, consecuencia de su gran devoción por la Naturaleza, también era sagrado para este pueblo y sus sacerdotes, los míticos y sabios druidas. A ésta imagen de Chartres, se la conoce como Notre Dame de Souterre, Nª Sª de Bajo Tierra, o lo que es lo mismo, Soterraña, teniendo, aún en la actualidad, una gran devoción, no sólo por parte del pueblo, sino también por la inmensa mayoría de turistas y peregrinos que visitan regularmente el lugar, muchos de ellos -oportuno es decirlo- atraídos por la magia de su impresionante Laberinto.
Fiel a esta denominación -y cuya influencia, posiblemente, procede de este antiquísimo culto del país vecino, como de hecho, sabemos que proceden muchos de los preeminentes iconos marianos existentes en provincias como Navarra (2)- uno de los casos más relevantes de Soterrañas en España, lo tenemos en la provincia de Segovia, concretamente en la localidad de Santa María la Real de Nieva, en el monasterio que precisamente lleva su nombre: Nª Sª de Soterraña. Localidad y Virgen que, curiosamente, se encuentran hermanadas (3) con una de las principales ciudades del Camino de Santiago, donde el Temple tuvo una activa presencia, y donde todavía recibe la adoración de los peregrinos, en su antiguo Iglesia de Santa María de los Huertos -actualmente, del Crucifijo-, el espectacular Cristo renano crucificado sobre una cruz con pata de oca: Puente la Reina (4).


Podría considerarse, también, que en el claustro de este espectacular monasterio segoviano, los canteros, de similar manera que en todo un referente de magistratura, como es la venerable iglesia oscensa de San Pedro el Viejo, desarrollaron, bajo sutiles subterfugios, ese culto subterráneo por la figura de la Gran Diosa Madre, ocultando sus manifestaciones telúricas, en la forma, abundante, para ser una simple casualidad, de las serpientes y los dragones que ilustran numerosos de sus excepcionales capiteles. Formas que, bajo un punto de vista netamente ortodoxo, y siguiendo la línea de pensamiento demonizador de la filosofía judeo-cristiana, estarían consideradas como simples alusiones a la lujuria y el pecado. Junto a ellas destacan, tanto por su singular simbolismo relacionado, como por la repetitividad con la que aparecen, esas misteriosas figuras que, denominadas vulgarmente como hombres verdes, han permanecido presentes, con obstinada determinación, en los diferentes estilos arquitéctonicos que fueron sucediéndose a lo largo de las épocas, conformando claves que, en el fondo, e independientemente de los significados esotéricos que se las adjudiquen, pudieran contener, sencillamente, una alusión a los antiguos cultos a la Naturaleza -sobre todo, de origen celta- y por defecto, una alusión más que probable a la figura de la Diosa Universal, y aún, también, a la figura del Padre Universal, cuando el Matriarcado ancestral y primigenio, fue sustituído. Obviando este detalle, y centrándonos en el de la Mater, puede ser interesante destacar una curiosa representación que se encuentra no sólo en los trazos románicos de los capiteles del claustro, sino también en la portada gótica del lado sur del templo, donde, entre otra escenografía (5) se advierten escenas de las torturas a que son sometidos los pecadores en el infierno y la resurrección de los muertos; en definitiva, el ciclo contínuo y natural de la renovación. Dichos capiteles muestran una cabeza femenina, con un tocado medieval, surgiendo de la floresta. ¿Nos hallamos, en el fondo, a una referencia a la Matrona por excelencia?. En mi opinión, creo que sí. Y ciertamente, todo es debatible. Pero como decía Rudyard Kipling, en su inolvidable novela Kim de la India: Hay un mundo ahí afuera. Vé y descúbrelo.


(1) Su advocación -lo que no deja de ser, sin embargo una ironía- es del Alba. Pertenecía a un pueblo zaragozano, despoblado en la actualidad, de difícil acceso y del que apenas quedan restos.
(2) Para mayor información, se recomienda la lectura del libro de Clara Fernández-Ladreda, 'Imagínería medieval mariana', Patrocinado y distribuído por el Departamento de Presidencia e Interior (Publicaciones) de Pamplona, año 1989.
(3) La Soterraña de Puente la Reina, se localiza en la iglesia de Santiago. Se trata de una talla moderna y blanca.
(4) Interesante, resulta añadir que existe otro Cristo renano de los siglos XIV-XV (Cristos dolorosos), de similares características, crucificado también sobre una pata de oca, aunque ésta no sea la original que en su día tuvo. Se localiza en otra de las ciudades punteras del Camino Jacobeo: Carrión de los Condes. Ciudad que, oportuno, así mismo, se encuentra situada a escasos kilómetros de una importante encomienda templaria, la de Villalcázar de Sirga, cuya iglesia está bajo la advocación de la Virgen Blanca, famosa por sus numerosos milagros y por ser el modelo mariano loado por el rey Alfonso X el Sabio, en sus celebérrimas Cantigas.
(5) Un ángel que sostiene un escudo compuesto por triángulos, muy similar, en esencia, a aquél otro que el escritor Jesús Ávila Granados utilizó como portada para su libro 'La mitología templaria', cuyo original se localiza en la iglesia de Santa María, en Valderrobres, Teruel, lugar en el que se constata la presencia de cátaros y templarios.

La magia de los canteros de Carranque

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Cuando la noche se enciende, dice la canción que complementa el vídeo de la presente entrada. Una canción y un título, que recuerdan a esa Noche de la Historia, cerrada, sin luna, que apenas deja parpadear una breve luz, un destello, una linterna de los muertos por encima de la cúpula hexagonal de una iglesia perdida entre la bruma. Una noche eterna, la mayoría de cuyos sueños, permanecen aletargados en el mullido colchón de la tierra que, cual celosa maga Circe, mantiene bajo su inmortal sortilegio el espacio y también el tiempo. Un ciclo cósmico, una espiral, un laberinto, un eterno retorno que nos recuerda constantemente nuestra simple condición de viajeros. Una partida y un regreso en la escuela de la evolución. Carranque es esa noche sin luna, ese sueño y ese laberinto inmemorial, bajo cuyas piedras, uno no puede por menos que sollozar, recordando, con nostalgia, aquél viejo refrán que dice que cualquier tiempo pasado fue mejor. Situado en la provincia de Toledo, a apenas una treintena de kilómetros de esa ciudad en la que todos se apean en Atocha, como diría Joaquín Sabina, las singulares ruinas de Carranque demuestran, en su milenaria soledad, el refinamiento hecho perfección, la maestría, el detalle y una industria de albañilería, cuyos diseños y simbolismo, habrían de constituir una de las fuentes principales en las que apagaron su sed hermética los canteros medievales. Este detalle, se percibe, no en las ruinas de la compleja basílica visigoda que recibe al visitante al comienzo de su recorrido, obligándole a imaginarse un edificio verdaderamente singular -quizás muy similar a aquél otro que fue arrasado por los invasores árabes en las ruinas de la antigua ciudad conquense de Segóbriga- pero sí algunos metros más adelante, en la magnífica casa de Materno, personaje que fuera prefecto romano, cristiano convertido y, al parecer, otra especie de San Martín Dumiense; es decir, martillo de herejes, entendiéndose éstos como aquellos que, al fin y al cabo, continuaban reafirmando su fidelidad a la Divinidad, en sus diversas formas y manifestaciones, desde una perspectiva imperdonable para la intencional universalidad del Cristianismo triunfante.
Es en ésta casa de Materno -la que, según se dice, y es cierto, vale por sí misma una visita- donde nos encontramos toda una serie de símbolos universales, no exentos de interés, y a la vez, de intencionalidad. Dejando aparte las maravillosas referencias mitológicas -incluida la cabeza de un singular Neptuno, con cuernos y novedosas antenas- en los diseños observaremos muchos elementos, que a partir de ese siglo IV, continuaron revelándose, en un contínuo fluir, en los templos cristianos que fueron completando ese puzzle arquitectónico sagrado y mistérico en la Península Ibérica antes, durante y después de la invasión sarracena. De hecho, aún quedan huellas de esa invasión entre los restos de Carranque.
Una zona, que fue reconquistada y repoblada a partir de 1085, por parte del rey Alfonso VI y que, originalmente, se conocía de manera muy similar a dos famosos monasterios riojanos: Carranque de Yuso, o de abajo, y Carranque de Suso, o de arriba. Un lugar que, al parecer, conoció también la presencia de los siempre enigmáticos caballeros templarios, quienes permanecieron en el lugar hasta el año 1140, fecha en la que lo dejaron en manos de la Orden de San Juan, cuando el rey Alfonso VII les concedió el castillo de Olmos.
Es, pues, en esos suelos maravillosamente enlosados, donde descubriremos estas referencias universales, en símbolos como la esvástica o martillo de Thor, como era conocida entre las tribus nórdicas; cruces de diferentes tipos, incluida la tau y la paté -que fuera adoptada como la más generalizada de sus cruces, no significa que fueran precisamente los templarios los inventores, pues este modelo ya era conocido en elementos prerrománicos-, estrellas de cinco, seis y ocho puntas encerradas en lazos eternos de origen celta; sellos salomónicos, e incluso, el símbolo por excelencia de la monarquía francesa, la flor de lis, elemento sumamente interesante, en el que muchos autores observan una referencia al lirio virginal -¿sustituto de la antigua espiga de Ceres, símbolo de la fertilidad?- y una forma encubierta, también, de ese misterioso símbolo rúnico de la vida, que es vulgarmente conocido como pata de oca.
Pero a diferencia de los canteros medievales, los canteros de Carranque sí dejaban sus señas de identidad; señas de identidad, que delataban el nombre de la industria de albañilería que había acometido la obra. Una obra en la que, curiosamente, se empleaba el plomo para las cañerías, elemento del que nos hemos seguido sirviendo hasta hace relativamente pocos años, en que fue sustituído por el plástico.
En fin, Carranque y sus misterios: todo un mundo por descubrir.


Tras las huellas de los canteros medievales os desea una Feliz Navidad

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Navidad. Una palabra que suscita las más diversas emociones, pero que, por una de esas incomprensibles costumbres que terminan creando hábito, todos, o casi todos, nos dejamos llevar, anteponiendo el corazón; tirando la casa por la ventana; sintiéndonos desgraciados, por no haber atrapado a ese Gordo escurridizo que todos los años nos dá con la puerta en las narices; lamentándonos, acongojados, por esa interminable cuesta de enero, que posiblemente este año, más que nunca, se nos convierta en el peor de los puertos que hemos de superar. Sobre todo, cuando somos conscientes de nuestra situación, y humanamente nos preguntamos, con la angustia a flor de piel, qué nuevas desgracias y estrecheces nos deparará el Nuevo Año.
Eso no quita para que, siendo igualmente objetivo, sea fiel a mi costumbre. Sobre todo, porque me siento agradecido a todos aquellos que seguís este blog y aguantáis estóicamente las parrafadas con las que, con más o menos frecuencia, os bombardeo, en este afán desinteresado por compartir experiencias de algo que, por su mediática naturaleza, nos parece, sencillamente, apasionante.
No puedo evitar caer, pues, un año más en la vanalidad y desearos, de todo corazón, una Feliz Navidad y un venturoso Año Nuevo, en el que ese trece, afortunado en los últimos sorteos, si no nos agracia con riquezas, al menos que sea benevolente y no nos depare más desgracias. Y caso de hacerlo, me pregunto, ¿no podríamos imitar a los canteros medievales y empezar a construir con fe una Catedral de la Esperanza, aportando, siquiera, y en la medida de nuestras posibilidades, unas migajas de Solidaridad?. Pensémoslo. Y como las antiguas hermandades de canteros, hagamos buenos esos tres conceptos que muchos estamentos, por desgracia, han olvidado: Fe, Caridad, Solidaridad.
Me despido hasta pronto, y desde luego, siempre amenazando con volver. Un fuerte abrazo para todos.


El 'Oído de Dionisio'

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Misterio, Arte y Técnica, siempre han mantenido unos lazos lo suficientemente estrechos como para no distinguir, en muchas ocasiones, dónde comienza uno y dónde terminan los otros. Aún en pleno siglo XXI, cuando los avances de la ciencia y el desarrollo de la tecnología nos hacen pensar que no hay fronteras que no se puedan alcanzar, ni retos de sapiencia que no se puedan superar o siquiera reproducir a pequeña escala entre las cuatro paredes de un laboratorio –recordemos uno de los últimos y más sonados experimentos realizados en el CERN suizo, relacionado con aquello que los científicos han bautizado como la partícula de Dios-, ni siquiera los más eminentes científicos han sido todavía capaces de ofrecernos, no obstante, una idea aproximada de ese microcósmico Big Bang que hace miles, millones de años supuso la ascensión evolutiva de la Humanidad. Sinceramente, siento vértigo cada vez que pienso en ello e intento aplicarlo a la Geometría Sagrada. ¿En qué momento y cómo surgió ese chispazo primordial que introdujo en la mente del hombre la capacidad de aplicar unos conceptos tan complejos, hasta el punto de imitar la obra de la Mente Universal, concepto gnóstico basado en la idea de Dios?. Desde esa mano extendida, grabada en las paredes de las cavernas del Paleolítico hasta la inconmensurable perfección de las catedrales góticas, todo un fascinante universo de misterios se extiende ante la vista de un hombre moderno que, posiblemente escudado en su calculada racionalidad, haya perdido la capacidad  de hacerle trascender hacia algo tan puro como es el símbolo y su significado. Y paradójicamente, vivimos inmersos, siquiera de una manera subliminal, en el mundo del símbolo. Un mundo con el que nos bombardean continuamente y en muchas ocasiones, ni siquiera percibimos.


De una manera subliminal, también, los canteros medievales influían en la mente de todos aquellos que acudían a los templos, conjugando símbolos y efectos que, en no pocos casos, ofrecían experiencias rayanas en la más pura de las místicas. Pero dentro de esas magníficas esferas de simbolismo y percepción que eran los templos, los arquitectos sagrados utilizaban en sus creaciones, recursos más mundanos, aunque no por ello, menos singulares. Uno de tales recursos, conocido desde la más remota Antigüedad, hace referencia al denominado oído de Dionisio (1). Un recurso, o mejor dicho, una técnica que, aplicando las leyes elementales de la Física, consiste en crear un embudo de resonancia que permite escuchar perfectamente lo que se habla en otra estancia alejada.
Este detalle, me recuerda la presencia de unas curiosas figuras, bastante frecuentes, sobre todo dentro del románico, sin excluir otros estilos que, representando cabezas, generalmente humanas, llaman la atención por la intención implícita que puso el cantero en sus orejas, haciéndolas especialmente grandes y desmesuradas en algunos casos, en las que, no cabe duda, daba un toque de atención que posteriormente ha sido comentado e interpretado, en numerosas ocasiones, como una indicación a escuchar y guardar silencio, consignas particularmente relevantes para el iniciado o el que está en camino de la iniciación.


Ahora bien, la pregunta, o mejor dicho, la duda surge a la hora de comprobar si efectivamente, muchas de las cabezas que nos encontramos en los templos, se corresponden con esta acepción, dedicada a aquellos que acudían como posibles receptores de un Conocimiento que fue especialmente diseñado por benedictinos, cistercienses y templarios –entre los principales- sobre todo a lo largo y ancho del Camino de Santiago o, si por el contrario, el cantero en cuestión avisaba de la existencia del mencionado Oído de Dionisio en el templo en cuestión, e invitab a a la prudencia.
Sería un buen ejercicio intentar comprobarlo, la próxima vez que, en nuestras rutas, nos tropecemos con un templo en el que observemos alguno de estos detalles inusuales.

(1) Dios de los Antiguos Misterios, que también era conocido como Dioniso, Osiris-Dioniso o Baco.

Vaya par de gemelos: el daemon y el eidolon

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'A la naturaleza le encanta ocultarse'
[Heráclito]
Parece más que probable, y es un tema generalmente aceptado por numerosos autores e investigadores (1), que los templarios, a pesar de ser acérrimos soldados de Cristo y de guardar fidelidad al Papa, que era, en realidad, la única figura a quien debían obediencia y pleitesía, no tuvieron ningún reparo en mantener acercamientos y relaciones con otros credos y culturas, y también, de hecho, con otras corrientes de pensamiento, cuya heterodoxia era sinónimo de herejía, para una Iglesia, apostólica y romana, que mantenía a ultranza el Literalismo como la única y suprema Verdad. Una de éstas corrientes, era la gnóstica, pudiéndose definir a sus practicantes, los gnósticos, como buscadores de la Gnosis o Conocimiento, y que, agrupados en diversos grupos o sectas, interpretaban las enseñanzas de Jesús de una manera muy diferente al modelo ortodoxo y literal establecido por los Primeros Padres de la Iglesia. Tal es así, que éstos, considerándolos extremadamente peligrosos, los persiguieron con auténtica saña a lo largo de la Historia. Pero la presente entrada, aunque relacionada, evidentemente, no pretende centrarse en las figuras de gnósticos y templarios, aunque sí en un curioso tema que pudieron compartir unos y otros, y que constituye apenas una mácula dentro del inmenso iceberg filosófico que engloba un conjunto de ideas y planteamientos mistéricos que se remontan, cuando menos, a los ritos y creencias practicados en su momento por las primeras grandes civilizaciones: el tema de los gemelos espirituales, aquéllos que se definían como daemon y eidolon.
Tampoco el vídeo que ilustra la presente entrada está elegido al azar, ni conlleva un exceso de templarismo por mi parte, puesto que las imágenes reproducen la iglesia de San Juan Bautista y parte de lo que queda actualmente de lo que fue una de las mayores encomiendas que tuvo el Temple en nuestro país: la de Aberin, en Navarra.
Próxima a Estella y Villatuerta, y no muy alejada de ese punto neurálgico donde convergen los principales caminos jacobeos, que es Puente la Reina, la portada de ésta iglesia de San Juan Bautista reproduce a la perfección, al menos de una manera gráfica, el tema a tratar, haciéndonos recordar, de paso, por qué el Camino de Santiago –no en vano, planificado principalmente por benedictinos, cistercienses y templarios- era una auténtica Universidad Mistérica, en la que los peregrinos avezados, aquéllos cuyos ojos sabían localizar la lectura entre líneas contenida en numerosos elementos situados a propósito en determinados lugares, alcanzaba, cuando menos, al final de su viaje, la obtención –comparativamente hablando, por supuesto-, de una licenciatura cum laude en esa, o en parte de esa Gnosis o Conocimiento al que aludíamos al principio. Quizás esto, nos haga pensar que no es casual, en absoluto, esa ferviente devoción que el Temple sentía por el concepto de la Dualidad, como tampoco parece casual –ni de hecho, muy común- que los diez capiteles –cinco a cada lado, no olvidemos tampoco la importancia pitagórica de los números- que conforman la portada de esta iglesia que, como ya se ha dicho, en tiempos fue el templo principal de la encomienda de Aberin, constituyan todo un poema a la dualidad. Porque, si nos fijamos bien, no tardaremos en percatarnos de que las figuras representadas en esos diez capiteles, independientemente de su forma y naturaleza, lo hacen en forma de parejas, es decir, de dos en dos: dos arpías, una arpía y un centauro-sagitario, dos leones, dos rostros humanos unidos por la cabeza, dos ocas con los cuellos entrelazados, motivo que se localiza, igualmente en la portada de la iglesia del Crucifijo, en Puente la Reina, también templaria y originalmente bajo la advocación de Nª Sª dels Ortzs, de los Huertos…
Independientemente de otras muchas consideraciones relacionadas con el complejo simbolismo añadido al tema de los gemelos (2), me pregunto, si después de todo, no podríamos considerar, también aquí, una posible referencia a ese concepto gnóstico que define a esos daemon y eidolon a los que se viene aludiendo, los cuales, siguiendo las pautas marcadas por la doctrina gnóstica, que también bebía de las fuentes de los Antiguos Misterios, se corresponderían con el gemelo celestial o yo superior y el eidolon, o yo inferior. Llegar a alcanzar la Gnosis, suponía fundirse con el yo superior y convertirse en Christos, una posición, evidentemente, alcanzada por muy pocos, perteneciendo a la categoría inferior, aquéllos que los gnósticos denominaban hílicos; es decir, aquellos que sucumbían a los caprichos del cuerpo y por lo tanto, permanecían prisioneros de sus instintos más bajos o de su yo inferior.
Observemos con atención los elementos de esta portada. ¿Acaso, no podríamos considerar representados estos conceptos, si no en todos, al menos en algunos de los elementos tan magistralmente labrados?. ¿No podríamos ver en las ocas, por ejemplo, un elemento representativo del gemelo celestial o Yo superior?. ¿Incluso una alusión al daemon en esas dos cabezas humanas, con cara de placidez, eternamente unidas?. ¿Y no serían, por otra parte, representaciones hilicas, representativas del mundo material de los deseos, sujeto al cuerpo y al yo inferior, las representaciones de arpías y otros monstruos?.
Pero claro, tan sólo se trata de una sugerencia que, en el fondo, tan sólo viene a demostrar la riqueza simbólica que se oculta en nuestros templos. Una riqueza que, independientemente de los significados que pretendamos darle, pasa generalmente desapercibida, posiblemente porque no nos detengamos el tiempo suficiente para meditar y buscar conexiones con lo que estamos viendo.


(1) De hecho, de aquí derivaría una de las causas que motivó la caída de la Orden del Temple y su terrible proceso por herejía.
(2) Se recomienda, por su calidad y porque también profundizan con el mito dentro de los llamados Antiguos Misterios,  la excelente entrada 'Géminis, Géminis', de los amigos del blog Salud y Románico: http://saludyromanico.blogspot.com.es/2012/05/geminis-geminis.html


Los enigmáticos contorsionistas de la iglesia de la Virgen del Val

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Uno de los elementos más importantes de la Arquitectura Sagrada, y de hecho, receptor de una gran fuerza místico-simbólica, que no parece que tengamos muy en cuenta hoy en día, pero que antiguamente tenía una importancia manifiesta, era aquél rito que hacía referencia al cruce del umbral y los guardianes que lo custodian (1). El umbral, como es natural, se localiza allí donde se sitúa la entrada al templo, siendo, por tanto, uno de los elementos más relevantes e interesantes de estudio, los pórticos de acceso a los mismos. Seguramente por ello, éstos suelen ser, o mejor dicho, suelen contener una riqueza, tanto ornamental como simbólica, rica y variada, no exenta, en muchas ocasiones, de una desconcertante idiosincrasia, que se convierte, desde luego, en una mano abierta al inconmensurable universo de la especulación. Los guardianes, por su parte, suelen ser animales de aspecto feroz o terribles monstruos basados, probablemente, en ese demonio Asmodeo que custodiaba el insuperable Templo de Salomón, que además, contaba con guardianes humanos: los levitas. Y el piso del umbral, se franqueaba mediante un pequeño salto y nunca se ponía el pie encima.
Si tenemos esto en cuenta, y recordamos las escenas que se localizan en determinados templos situados en diferentes lugares de nuestra geografía, posiblemente no tardemos mucho en percatarnos -o en especular, desde luego, lo cual no deja de ser, en el fondo, un auténtico reto por desentrañar ese otro genuino y monumental sudoku, que es la Historia- que de alguna forma, el cantero que emprendió la aventura de diseñar el templo en cuestión, bien por iniciativa propia o siguiendo un modelo previamente establecido por encargo, diseñó, a la vez, un engranaje imaginativo que de alguna manera, conectaba, con mayor o menor grado de evidencia y subliminidad, con los Antiguos Misterios. Podría ser, por ejemplo, una forma de entender temáticas tan extrañas y a la vez tan ricas en detalles de sutil heterodoxia, como las que se localizan en lugares como Uncastillo, en la provincia de Zaragoza, Echano, en la provincia de Navarra, Bortedo, en la provincia de Burgos, y en lo referente a la presente entrada, en Atienza, provincia de Guadalajara.
Si bien las cuatro tienen en común su singularidad e inclusive, su meritoria rareza, éstas últimas varían en cuanto a la temática de su iconografía, anteponiendo las figuras de aves y contorsionistas, con sus amplias connotaciones simbólicas, al tema, no menos simbólico, evidentemente, del ágape o banquete sagrado, cuyo rito era también determinante en importantes cultos precristianos, que se celebraban mucho antes del nacimiento de Cristo y la institucionalización de la Última Cena, acción que anunciaba el momento previo al sacrificio redentor del hombre-dios, su paso por el infierno y su resurrección al tercer día. De tal manera, que en los ágapes o banquetes de las portadas principales de Santa María de Uncastillo y San Pedro de Echano, siempre encontraremos algún elemento que habrá de llamarnos poderosamente la atención: animales impuros como el cerdo, compartiendo mesa con otros comensales de diversa consideración, mostrando alguno de ellos, de manera desvergonzada, su miembro viril por debajo de la mesa -en el caso de la portada de Santa María de Uncastillo-, o la figura de un comensal con algún defecto físico -señal de estar tocado por la Divinidad-, como sería el caso del comensal cojo de la portada de San Pedro de Echano.


Situada a las afueras de Atienza (2), es decir, más allá de las murallas que mantenían a buen recaudo esta antigua villa, cuya conquista y reconquista costaron verdaderos ríos de sangre -sobre todo cuando cristianos y sarracenos se dieron cuenta de su auténtica importancia estratégica- de la antigua fábrica románica de la iglesia de la Virgen del Val, cuyos antecedentes se remontan, cuando menos a los siglos XII-XIII, apenas sobrevive la portada principal, que se localiza en la zona sur, siendo el ábside, que hemos de situar en el este, cuando menos curioso, aunque muy posterior, destacando por su altura y su forma hexagonal. Este detalle de la localización, como he dicho, fuera de las murallas, y de hecho, también del entorno de la misma población, ya debería de darnos alguna pista, o al menos inducirnos a plantearnos la idea de que posiblemente en ese mismo lugar ya se hubieran ubicado otros cultos, si no a ciertas deidades comunes en época histórico-clásica -como Ceres, Diana e incluso Cibeles- sí al menos a la figura común de la Gran Diosa Madre, arquetipo primordial sobre el que posteriormente se instauraría el culto a María, la Madre de Dios. De hecho en la portada, y dominando por encima de una media circunferencia, que podría representar, al menos un hemisferio conocido, sobre la que desarrollan sus eternas acrobacias las graciosas figuras de los contorsionistas, una imagen virginal ya ha de llamarnos poderosamente la atención porque, como ocurre con la portada, tampoco es nada corriente. Lejos de mantener aquí la entronización y el hieratismo propio de la inmensa mayoría de representaciones marianas, la figura matriarcal con el Niño en brazos permanece a lomos de lo que, a juzgar por sus características, no parece una mula -recordemos también el rico simbolismo asociado con este animal e incluso pongamos de manifiesto el hallazgo de ciertas representaciones en las que el crucificado tiene la cabeza de asno (3)- sino más bien, un león. Leones, por ejemplo, sirven como pedestal al trono de una Dama muy conocida, tanto por su belleza como por su tamaño, que se localiza en el claustro del monasterio de Santo Domingo de Silos: Nª Sª de Marzo. El león, elemento representativo del culto solar, llevando a hombros, como quien dice, a la Diosa, representativa del culto lunar, en una operación alquímica de la que podría derivarse el concepto de matrimonio sagrado, la unión de los contrarios.
Pero volvamos a la portada y sus singularidades. Hay diez contorsionistas; diez figuras, y todas diferentes. Incluso una de ellas, nos hace un guiño, manteniendo cruzados los dedos de su mano izquierda. Dejándonos llevar por la magia de los números, la suma de los dígitos que conforman ese número diez, nos remite a la Unidad, ofreciéndonos la idea del ciclo eterno; ese mismo ciclo que encontramos en la simbología del crismón, y que estaría representado por las letras griegas alfa y omega. Pero además, significativamente, ese número diez, coincide con una carta muy particular de la enigmática baraja del Tarot: la Rueda de la Vida, Rueda de la Fortuna o Rueda de la Reencarnación, conceptos todos que podrían encajar en el sentido místico afín a la portada -de ahí, posiblemente el curioso detalles de que todas las figuras sean diferentes- que nos remite a esas sucesivas etapas por las que tiene que pasar el alma humana hasta alcanzar la Gracia o perfección. También, simbólicamente hablando, cruzar este umbral -como cualquier otro- podría suponer, dentro del ámbito de pensamiento de la época, una sugerencia, en cierto modo afín, en el sentido de renovación. Idea plausible, si tenemos en cuenta el paso de peregrinos por éste tramo que forma parte del denominado Camino de la Lana, que conectaría, así mismo, con otros lugares no menos emblemáticos de la provincia, como podrían ser Albendiego y Campisábalos, en las estribaciones de la Sierra de Pela.
Sea como sea, creo que aquí tenemos un enigma fascinante, cuya resolución sea, quizás, más compleja que esa idea institucionalizada que veía una referencia hacia la gente de la farándula y, según los cánones de pensamiento eclesial de la época, errante y de mal vivir. 



(1) Referencias bíblicas se encuentran, cuando menos, en Jeremías, Reyes y Sofonías.
(2) Atienza, era la antigua Tutia o Tythia celtíbera. Después de la invasión agarena, pasó a llamarse Atyzia o Atincia y finalmente, tras ser reconquistada la ciudad por las tropas cristianas, Atienza.
(3) Sirva como ejemplo, la talla encontrada en una columna romana, datada en los años 193 y 235 antes de nuestra era..

Palmeras y geometrías mágicas en San Pedro Manrique

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'Palmera la más alta de aquel cielo
y conventillo de gorriones;
parra firmamental de uva negra,
los días del verano dormían a tu sombra...'.
[Jorge Luis Borges]

Hace tiempo, en un periódico de ámbito nacional, leí que los expertos consideraban a la palmera como el árbol más antiguo del mundo. Por alguna razón especial, muchos pueblos pretéritos veían en ella un símbolo espiritual de primera magnitud, y sus ramas, dentro de la significancia judeo-cristiana, adquirieron el emblema de santidad y representatividad del martirio, acompañando a la gran mayoría de imágenes de santos, santas y vírgenes que sustituían a los atributos que portaban deidades anteriores, como por ejemplo, las espigas de trigo, símbolo de fertilidad que solía acompañar a la diosa Ceres. Hasta tal punto se consideraba sagrada a la palmera, que en Salmos (92.12), se lee: florece el justo como la palmera, crece como un cedro del Líbano. De madera de cedro fueron, al parecer, las famosas columnas del Templo de Salomón, que respondían al nombre de Jakim y Boaz, siendo precisamente este rey, Salomón quien, en sus hermosos Cantares, ofrecía una visión simbólica de la palmera, asociada a la fertilidad, sobre todo en aquéllos versos que decían:¡Qué hermosa eres, qué encantadora, mi amor y mi delicia!. Tu talle se parece a la palmera, tus pechos a sus racimos. Yo dije: subiré a la palmera y recogeré sus frutos...Incluso en el Corán, se afirma que Jesús nació bajo una palmera, aunque hay expertos que opinan que posiblemente sus fuentes se basaran en el denominado Pseudo Evangelio de Mateo, donde se describe una curiosa historia, acaecida durante la huida a Egipto de la Sagrada Familia, en la que ésta acampó bajo una palmera. Dado que los frutos estaban a una altura inalcanzable, el Niño pronunció unas palabras y el árbol bajó la corona para que pudiesen alcanzar sus frutos, mientras salía agua desde sus raíces para que pudieran también refrescarse. Su simbolismo y su asociación con la Divinidad, puede darnos una idea, siquiera relativa, de su importancia.
Dentro de la Península Ibérica, y merecidamente tanto por su perfección como por su belleza, tenemos aquélla palmera fantástica que sirve de base y columna principal a una de las ermitas más meritorias y entrañables que conozco: la ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga. En ella, puede tener especial relevancia la última frase del poema de Salomón, descrito anteriormente, pues no cabe duda de que el huevo o receptáculo que conserva ésta en la corona -un símil, por qué no, del fruto- puede asociarse con la búsqueda, siquiera interior, de un tesoro muy especial: el del Conocimiento. Pero no es de ésta joya, Patrimonio indiscutible de la Humanidad, de la que quiero hablar, sino de otra u otras, con distintas características, interesante y misteriosa cuando menos la principal, que aparte de ser menos conocida, ha corrido también peor suerte: la o las que se localizan en el interior de la iglesia en ruinas de San Miguel, en la notoria localidad soriana de San Pedro Manrique.
Famosa, sobre todo, por las espectaculares hogueras de San Juan y el denominado Paso del Fuego, así como por otro rito añadido a la fiesta y no menos interesante, como es el de las Móndidas (1), San Pedro Manrique, pueblo puntero de las denominadas Tierras Altas sorianas -sus orígenes celtíberos quedan bien testimoniados, porque precisamente de esta zona procedían muchas de las tribus, entre ellas las de los pelendones, que proveían de guerreros a la heróica Numancia- guarda un rico, aunque vapuleado pasado. En realidad, no es mucho lo que he conseguido encontrar referente a estas curiosas ruinas de San Miguel (2), a excepción de que algunos expertos las sitúan poco menos que a finales del siglo XIII, cuando el gótico comenzaba su expansión y lo ojival, entre otros detalles, comenzaba a anunciar la llegada de un Arte -más conocido por las excepcionales catedrales- cuyos orígenes, aún hoy en día, se debaten en el más absoluto de los misterios. Ojival, de hecho, es la forma de los ventanales que se localizan en el lado sur, no muy lejos de una sencilla portada. Del conjunto, se debe exceptuar la torre, bastante más tardía y cuya entrada está cegada para evitar males irreparables. Las ruinas, en deplorable estado, forman parte del cementerio municipal y en su interior, se aprecian modificaciones realizadas en tiempos indeterminados, inclusive modernos, si por éstos conocemos, cuando menos aquéllas que muy bien pudieran responder a los siglos XVII y XVIII. Aún así, y salvando el detalle de tener que acceder a ellas a través del cementerio -en su interior, aún se aprecian fragmentos de lápidas e incluso alguna cruz herrumbrosa con el nombre del difunto- no deja de ser una aventura sorprendente apreciar la pasmosa singularidad, por lo menos, de la columna principal que, en forma de palmera, soporta una bóveda en la que muchas partes han cedido lastimosamente al peso del tiempo y el abandono y sus huecos responde, perfectamente, a esa palmera convertida en conventillo de gorriones imaginada por Borges en su poema.
No se aprecian, por otra parte, marcas de cantería que puedan sugerirnos alguna idea, aunque fuera comparativa, que apoyen una teoría acerca de la misteriosa cofradía que levantó el templo, aunque yo no descartaría, a priori, que hubiera sido un pequeño convento de fratres. Los motivos mandálicos de las claves apoyan, quizás, esta sugerencia e inducen, cuando menos, a meditar, como quizás fuera su intención original. Pero sí vuelvo a llamar otra vez la atención sobre ésta formidable palmera y recavar, cuando menos, en el detalle de que aquí, en Soria, hubo hermandades de canteros que, aparte de San Baudelio, hizo de la palmera el arbor vitae que conectaba, desde el interior de sus templos, el Cielo con la Tierra.

 
(1) Mito que se remonta a la Reconquista y tiene su símil en el denominado Tributo de las Cien Doncellas, tradicionalmente recogido en numerosos lugares de la Península, como pueden ser, entre otros, Asturias y Palencia. De hecho, algunos especialistas piensan que los toros que forman parte de la portada de la iglesia de Santa María del Camino o de las Victorias, en Carrión de los Condes, representan, precisamente este mito, de cuya autenticidad, como la famosa batalla de Clavijo, algunos también dudan.
(2) Quizás sea oportuno recordar que, dentro del término y a un kilómetro aproximadamente del pueblo, sobre un cerro, otro edificio en ruinas atrae poderosamente la atención. Se trata de las ruinas de San Pedro el Viejo, a las que la tradición califica como convento de templarios. 

La Edad Media: un mundo de color

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'Los cronistas nos pintan esta desdichada época con los colores más sombríos. Por espacio de muchos siglos, no hay más que invasiones, guerras, hambres y epidemias. Y, sin embargo, los monumentos -fieles y sinceros testimonios de aquellos tiempos nebulosos- no evidencian la menor huella de semejantes azotes. Muy al contrario, parecen haber sido construídos entre el entusiasmo de una poderosa inspiración de ideal y de fe por un pueblo dichoso de vivir, en el seno de una sociedad floreciente y fuertemente organizada...' (1)
 
Después de estar toda la noche lloviendo, de madrugada las nubes ofrecieron una tregua. Pero fue tan breve, como breve, según dicen, es el tiempo real que dura un espejismo. El nuevo día, pues, comenzaba de igual manera a como había terminado el anterior: lloviendo. Las botas aún continuaban húmedas, pero ese era un detalle que, aunque incómodo y desagradable, resultaba al fin y al cabo intranscendente, porque una vez desayunados y aún con los ojos entumecidos por las quimeras con las que los sueños nos habían cerrado los párpados durante la vigilia, regresábamos al Camino. Un Camino, que no cejaba en su empeño de lanzarnos el guante; de seducirnos, cual Mefistófeles, haciendo vibrar nuestras almas con sugerencias de belleza, historia y misterio. Una niebla gris y espesa flotaba, como un hongo nuclear, sobre las cimas del desfiladero de Pancorbo, que quedaba a nuestra espalda, y que no tardó en desaparecer de nuestra vista, cuando enfilamos carretera adelante, dirigiéndonos hacia la provincia de Álava. Viajábamos cargados de expectativas y con las baterías de las cámaras dispuestas para otra agotadora jornada, en la que pensábamos desmenuzar, detalle a detalle, numerosos elementos patrimoniales que figuraban en nuestra hoja de ruta, incluyendo, por supuesto, aquéllos otros que ese incognoscible factor equis quisiera también mostrarnos y que, a priori, mantenía nuestros sentidos alerta, haciéndonos tener siempre presente aquello de que nunca se sabe lo que te puedes encontrar detrás de la siguiente curva. Permanecimos algunas horas deambulando por la provincia de Álava, para después, poco más allá del mediodía, recalar en una zona singular de la Vieja Castilla, como son las Merindades. En realidad, si no fuera por los carteles, difícil sería saber cuando se está a uno u otro lado de la frontera, pues la nota característica -verdes valles, frondosos bosques y singulares picachos- apenas difería de una zona a otra. Según nuestra hoja de ruta, en Bortedo, la iglesia de San Pedro merecía una visita. Reconozco, que en un principio, no me lo pareció. A simple vista, el pueblo tampoco era de los más vistosos de las Merindades. La iglesia se levanta en las inmediaciones de una carreterilla general y hace cuña con ésta y otra que se adentra en el casco urbano. Mal cubero sería, si dijera que aquél pequeño edificio, de aspecto indeterminado, en principio feucho, con porche en lugar de galería porticada, que aparentemente había perdido toda identidad con el paso del tiempo y las sucesivas transformaciones, me había impresionado. Posiblemente, tal sensación no hubiera sido la misma, si en lugar de un día gris, en el que la lluvia formaba regueros en el suelo, así como pequeños torrentes que bajaban raudos por la pendiente, el sol nos hubiera gratificado, acentuando los colores, hasta el punto de crear una singular sensación de contraste entre el verde del jardín en forma de cuña, el blanco de la fachada de la iglesia y el rojo sanguino de las tejas de las casas del pueblo. De haber sido así, repito, tal visión, posiblemente hubiera sido muy diferente y hubiera alejado de mi pensamiento la idea de permanecer seco dentro del coche, mientras mi compañero de viaje se empapaba de arriba abajo, intentando llevarse algo más que recuerdos a golpe de click y flash. Evidentemente, no lo hice. Y gracias a esa oportuna decisión y al pensamiento de que no había realizado el esfuerzo de llegar hasta allí para quedarme dentro de un coche como una liebre asustada en el fondo de su madriguera, descubrí una auténtica maravilla que, a pesar de los siglos transcurridos, mantenía, con un vigor cuando menos desconcertante y poco conocido, su cromatismo original: su portada románica. 


No son muchos los templos que han sobrevivido a nuestros días, manteniendo parte de ese maravilloso cromatismo original que los caracterizaba. Sin duda, Bortedo y su portada, son uno de los pocos que conozco, aunque he de reconocer que en algunos lugares, todavía los capiteles deparan agradables sorpresas en este sentido. Uno de tales lugares, una auténtica maravilla para dejarse llevar por la magia del color, sería la cripta de la iglesia de San Salvador, en el pueblo aragonés de Murillo de Gállego, donde los capiteles, no sólo demuestran la acción de un taller cantero de evidente calidad -resultan particularmente simbólicas, las dos aves que beben de una copa o Grial- sino que también, sugieren la existencia en tiempos, de una escuela de pintores que complementaba la labor de aquéllos otros, insuflando con el color, vida en el alma de las piedras. Este, como digo y el pórtico de Bortedo, son los dos ejemplos más impresionantes con los que me he tropezado en mis viajes. No quita, sin embargo, el haber presenciado, también, retazos de esa riqueza cromática en muchos otros lugares. Detalles que vienen a confirmar, en parte, las palabras de Fulcanelli que sirven como introducción a la presente entrada y que, de hecho, también nos muestran hasta qué punto nuestros templos, gozaban de una salud y una alegría -entiéndase, comparativamente hablando- que están muy lejos de ser entendidas y tenidas en cuenta hoy en día. Tanto las iglesias como las catedrales, estaban originalmente revestidas de capas de vistosos colores, que atraían la atención de las gentes a kilómetros de distancia. No sólo muchas de ellas constituían verdaderas capillas sixtinas de puertas para adentro, sino que el color y su magia, se extendían, en muchos casos, a la totalidad del templo. De lo primero, aún quedan numerosos ejemplos, a pesar de haber sufrido la incompetencia de siglos posteriores (2) y también el recubrecimiento, muchas de ellas, con varias capas de yeso, consecuencia de la peste que asoló Europa, cuando se descubrió que entre los pigmentos de pintura, se localizaba también sangre de origen animal, que atraía a pulgas y chinches, transmisoras de la mortal enfermedad. Dignos de tener en cuenta, también, eran las excelentes pinturas que decoraban los artesonados de los coros de muchas iglesias. Uno de los ejemplos más notables, que ha sobrevivido a nuestros días, lo constituye, independientemente de que sus modelos sean góticos o posteriores, las pinturas que decoran el ábside de la iglesia de Santa Elena, en la población burgalesa de Revilla Cabriada, muy cercana al monasterio de Santo Domingo de Silos. En algunos lugares, como en la iglesia de San Martín, en la población de Peroniel del Campo, aún se conservan pequeños fragmentos de madera que formaban parte de la decoración del susodicho coro. Pequeños retazos de Arte, que generalmente pasan desapercibidos, pero que nos muestran una habilidad y una corriente de creatividad que generalmente navega a la sombra de las grandes construcciones, precisamente porque no han sobrevivido, como éstas, en las proporciones adecuadas.
Lo que se muestra aquí, fruto de numerosos viajes y búsquedas, es tan sólo unos breves destellos de ese otro gremio de excelentes pintores y decoradores que trabajaban conjuntamente con los gremios canteriles y desarrollan una maestría singular, haciendo verdadera teurgia con la Magia de los Colores, imitando y tomando como modelo primordial, al más singular y perfecto de los artistas conocidos: la Madre Naturaleza.


(1) Fulcanelli: 'Las moradas filosofales', Plaza & Janés, S.A., editores, colección El Arca de Papel, 1972, página 61.
(2) Existen numerosos casos de haber pintado encima de pinturas originalmente románicas. Como ejemplo de ello, podría citar el caso de San Salvador de Valdedios, a cuyas pinturas originales,prerrománicas se las añadió angelotes y estupides barrocas, o también el de San Vicente de Serrapio, que parece confirmado que se sobrepintó sobre los originales y tal sensación, me produjeron los frescos del ábside de la iglesia de San Pedro de Arrojo, todos estos casos, en el Principado de Asturias.

Bajo el símbolo de la serpiente: canteros de Moreruela

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‘Estos signos han desafiado hasta el momento cualquier intento encaminado a descifrar su significado; lo más que poseemos sobre ellos son hipótesis, vagas teorías, suposiciones y presentimientos. Porque dichas marcas son, en un sentido amplio, la firma que los gremios de constructores pusieron a todas las obras realizadas por ellos según el arte sagrado transmitido mediante la tradición. Decir más es ejercitar el placer de la especulación’. (1)

El placer de la especulación. Leer estas palabras a través de la sabia pluma de un querido amigo y maestro, como es Rafael Alarcón Herrera, no deja de ser, para un espíritu libre, toda una grata invitación a poner de manifiesto, con absoluta libertad y sin prejuicios, el derecho personal que tenemos a inmiscuirnos en ese universo de sensaciones que nos envuelve y atrapa cuando nos encontramos frente a algo que sabemos de antemano que nos supera, pero al que nos enfrentamos con esa valentía suicida que, aún a riesgo de hacer el ridículo, nos alienta a continuar en nuestros esfuerzos, inquietos como nos encontramos frente a unas explicaciones oficiales que se nos antojan decididamente cortas e insuficientes. Cuando uno se enfrenta al gran enigma epigráfico que subyace en un lugar como este monasterio de Santa María de Moreruela, sabe de antemano que el viejo tópico de que eran marcas que se ponían, única y exclusivamente con el fin de que el cantero pudiera cobrar su jornal en función del número de sillares colocados,  no es, sino, una excusa demasiado simple para no reconocer abiertamente la poca dedicación que se ha dedicado al tema y el grado de ignorancia que existe a todos los niveles. Cierto que hay estudios, más o menos competentes y clasificaciones dignas de tener en consideración. Pero unos y otros, tienden a alejarse de la verdadera naturaleza de la cuestión, desviando la atención hacia los gremios en general, su naturaleza y composición, alejándose de la espinosa, por no decir ingrata cuestión de apuntar directamente hacia la diana del símbolo. ¿Qué significa ese símbolo en particular y por qué era utilizado por un gremio en cuestión?. ¿Por qué cada gremio tenía su símbolo en particular y qué sabiduría hermética se escondía detrás de él?. ¿Podría ser, por ejemplo, la síntesis de la especialización de cada gremio, aquélla que determinaba que ese y no otro gremio, es el que estaba capacitado para levantar una parte determinada del edificio?. Quizás sea aquí donde comience el gran enigma.
Se considera este monasterio de Santa María de Moreruela, como el primero o uno de los primeros que levantó el Císter en tierra hispana, estimándose sus antecedentes, a finales del siglo XI y principios del siglo XII. Se levanta, en un valle fértil en esa parte del reino perdido de Asturias que, según Julio Llamazares (2) y literariamente hablando, es la provincia de Zamora, y dista de la capital, unos quince kilómetros, aproximadamente. Zamora, la ciudad dos veces arrasada por los árabes y una ciudad donde el románico se difundió con tanta vehemencia, que se necesitarían días para poder visitar con holgada perspectiva todas y cada una de las iglesias románicas que, con mayor o menor entereza, aún mantienen enhiestos sus cimientos, provocando, en no pocos casos, la admiración del visitante. De hecho, perdida en el resto de la Península y también, al parecer, en Francia, donde tuvo su origen, es la maravillosa forma de su cabecera, destacando sus cinco pequeños ábsides, cuya contemplación, constituye, ya de por sí, una auténtica delicia. Que la tristemente famosa Desamortización de Mendizábal supuso un golpe mortal para el destino de esta maravilla del Arte Sacro, nadie lo pone en duda. Como tampoco se pone en duda la desfachatez y la desidia con la que posteriormente se dejó perder un lugar, cuya conservación, a mi modo de ver, hubiera significado, cuando menos, la gratificación de ser considerada como una de las maravillas de Occidente. Y aún así, llegar a Moreruela, caminar por sus ruinas y dejarse llevar por los susurros de su rico y misterioso pasado, es una aventura difícil de olvidar. Llama la atención, tanto por su vistosidad como por el hecho de que su presencia no deje de ser toda una señal de que el invierno está llegando a su fin, la singularidad con la que las cigüeñas han levantado sus nidos en los lugares más inverosímiles, exceptuando su ancestral costumbre de anidar sobre espadañas y campanarios.  De una forma simbólica, cualquier extraño que pasee entre los muros derruidos del monasterio y no tarde en dejarse llevar por la magia simpática que conlleva la visión de las numerosas y estilizadas marcas que los canteros dejaron grabadas para una posteridad que ha perdido la facultad de sentir el lenguaje de los símbolos, puede llegar a la conclusión de que estas aves benéficas permanecen vigilantes y al acecho, quizás nerviosas –sobre todo cuando entrechocan sus picos, provocando ese sonido familiar de cruce de palos, por denominarlo de alguna manera, que todavía pervive en las danzas tradicionales de algunos pueblos españoles- de que las serpientes que moran en el recuerdo, puedan liberarse de su prisión de la piedra y levantar la cabeza, proclamando una antigua herejía. Es una metáfora literaria, desde luego, pero junto con las formas serpentinas más o menos estilizadas que uno se va encontrando, no faltan tampoco marcas con cabezas de ave grabadas en la piedra –otro lugar donde aparecen dichas cabezas de ave, es en el también monasterio cisterciense de Veruela, en Vera de Moncayo, en una de cuyas celdas, el gran poeta Gustavo Adolfo Bécquer escribió sus famosas Cartas-, que le hacen recordar el antagonismo presente entre dos criaturas de naturaleza bien diferenciada: aérea y terrestre. Unas, detentadoras de secretos celestiales y otras, por el contrario, custodias de secretos terrenales.



No deja de ser curioso, por otra parte, que la forma más estilizada de serpiente, aquélla parecida al caduceo de Hermes, se localice en lugares bien definidos y de importancia capital dentro del conjunto arquitectónico: las enormes basas que sustentaban las colosales columnas sobre las que se apoyaba el entramado de la techumbre de la nave del edificio.  También en las basas, se localiza otra forma que hace referencia a otro tipo de ave bien conocido en la mayoría de construcciones románicas que jalonan el Camino de Santiago (3): la pata de oca. En ocasiones, también se observa dicho símbolo formando parte de una cruz, señalando su influencia, o la influencia del gremio, hacia los cuatro puntos cardinales, como si de una forma velada, el cantero nos estuviera diciendo que su trabajo itinerante, se desarrolla o se ha desarrollado a lo largo y ancho del país. A partir de este punto, y de lo significativo o no que nos parezca este detalle, es en los muros laterales que todavía se mantienen en pie, donde las marcas se suceden en número portentoso. Pero a pesar de su rareza, en algunos casos, no poseen, generalmente, la calidad gráfica desplegada en la serpiente-caduceo anteriormente mencionada. Sí semejan, en numerosos casos, forma de báculo o de serpiente enroscada, que varían de forma notable, en el sentido de que algunas están provistas de lengua bífida; a otras se les ha añadido un pequeño travesaño cerca de la punta, para semejar la forma de una cruz, y aún están aquéllas en las que varía el número de espirales. Cabe suponer, como hipótesis, que dentro del gremio, digamos serpentil, para entendernos, que trabajó en esta parte del monasterio, pudo quedar de esta manera establecido, el trabajo que desarrolló el Magister Muri o jefe del gremio y el que desarrollaron los albañiles y aprendices que conformaban su cuadrilla.
Junto con estas marcas serpentiformes, cuya presencia también se detecta en la cabecera de la iglesia, se constatan otro tipo diferente de marcas. Unas, que semejan antenas brotando de una cruz tau invertida y otras, mucho más curiosas, que recuerdan, a pesar de su forma crucífera, los antiguos epigramas mesopotámicos. Es en este punto, en lo más alto del transepto, donde uno se pregunta, qué relación tuvieron con el monasterio las órdenes militares, puesto que allí, pintadas,se reconocen, al menos, la cruz que distinguía a dos de ellas: la de Montesa y la del Temple.
Intrigante resulta, por otra parte, recorrer los espacios exteriores del monasterio, y encontrase con tres cruces patadas sólidamente grabadas en los sillares y una de ellas, la central, de unas proporciones considerables.  Se localizan éstas, lo cuál aumenta aún más si cabe, la intriga, muy cerca de un sepulcro excavado en la pared, en cuya parte frontal, profundamente grabada en uno de los sillares, sorprende la visión de una extraña marca, con forma de broche o de doble hacha. ¿Nos encontramos, quizás, frente al sepulcro de un caballero templario?. ¿Tal vez un caballero de cierta relevancia dentro de la Orden?. ¿Incluso, el sepulcro de uno de los maestros canteros que trabajó para ellos?. Pudiera ser. La cuestión, ya que el tipo de cruz paté no parece ajena a las estelas funerarias encontradas en el monasterio, sería poder observar la lauda que cubría el sepulcro para intentar averiguar algo más. Pero me temo, que esto resulta ya imposible y que esa lauda hace tiempo que desapareció.
Las marcas se suceden en los sillares de todos y cada uno de los pequeños absidiolos de la cabera. Y también, los motivos solares en los capiteles. Pero un detalle curioso, es aquél que se localiza en el primero de los absidiolos, el de la izquierda. Allí donde, posiblemente el Magister Muri o uno de los Magister Muri dejó diseñado un plano del edificio.
Esto son sólo parte de las impresiones que puede experimentar cualquiera que un buen día decida darse una vuelta por tan extraordinario lugar. Y sin embargo, mentiría si dijera que, después de todo, visitar Moreruela me hizo más sabio. Estoy seguro de que no, pero creo que sí me hizo menos indiferente a los retos que plantea y abierto a la gran cantidad de posibilidades que sugiere.
Por último, y de momento, sólo me resta agradecer al guarda su maravillosa disposición y su inesperada amabilidad cuando, al preguntarle por las marcas de cantería –que para eso, hace algunos meses, Ana Manzano Peral, amiga y autora del excelente blogIconos Medievales, tuvo a bien enviarme una buena selección de ellas- me sacó un par de hojas de papel en las que alguien había tenido la brillante idea –me recordó la iniciativa de Cristina, nieta de la persona que tiene la llave de la fantástica iglesia de Santa Marina, en Vallespinoso de Aguilar, Palencia- de recopilar con paciencia y buen hacer. Todavía me sorprendo ante la inmensa cantidad de marcas constatadas. Si hay algún lugar que se pueda considerar como una panacea en cuanto a marcas de cantería se refiere, este es, qué duda cabe, el monasterio de Santa María de Moreruela.


 
(1)    Rafael Alarcón Herrera: ‘El enigma de los signos lapidarios’, Revista Año Cero, Año III, Nº11, Noviembre de 1992, páginas 64 a 69.
(2)    Julio Llamazares: ‘Las rosas de piedra’, Santillana Ediciones Generales, S.L., 2008.
(3) No olvidemos, que este monasterio de Santa María de Moreruela se localiza también dentro de la ruta jacobea conocida como Camino o Vía de la Plata

Marcas y graffiti de peregrino en la iglesia visigoda de San Pedro de la Nave

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No deja de ser una gran verdad, que cuando se contempla uno de los pocos templos de origen visigodo que permanecen todavía en pie en cualquier lugar de la Península, se siente algo muy especial. Sobre todo, si el templo en cuestión, a pesar de no encontrarse en su ubicación original, continúa, no obstante, integrado en uno de los múltiples caminos jacobeos que, siguiendo una ancestral tradición, dirige al peregrino siempre hacia el Oeste, hacia el Ocaso, hacia ese misterioso Finis Terrae en el que, alegóricamente hablando, se sumerge el sol cada atardecer para, una vez revitalizado, volver a renacer al día siguiente, según antiguas crencias. Tal es el caso de este templo de San Pedro de la Nave, poco menos que milagrosamente salvado de perecer bajo las aguas, y enclavado actualmente en el pueblo de El Campillo, aproximadamente a dos kilómetros más allá, como digo, de su enclave original, que lo situaba en la orilla opuesta del río Esla.
Como parte de las escalas de ese juego mítico de la Oca, alegóricamente hablando, el templo de San Pedro de la Nave es lugar de paso obligado para todos aquellos peregrinos que deciden encaminarse a Compostela, afrontando las diferentes vicisitudes y etapas del denominado Camino Portugués, Ruta o Vía de la Plata, de las señales de cuyo paso, el arcaico templo es inalterable y silencioso testigo.
Aparentemente -y utilizo a propósito esta palabra, valorando en serio la posibilidad de que los arquitectos godos jugaran al juego sacro de las apariencias cuando diseñaban sus lugares de oración, fueran éstas tildadas o no, de herejía arrianista- y observado desde el exterior, su planta y dimensiones no inducen, en absoluto, a imaginarse la monumental basílica, cuya visión se ofrece de puertas hacia dentro. Y es que, amparados en los silencios profundos y en los claroscuros, que hacen incluso mucho más íntimo, misterioso y personal el contacto con el recinto sagrado y por defecto, con la Divinidad, el cojunto formado por arcos, basas, cimacios, cruceros, cubículos, hastiales, presbiterio, capiteles o frisos conforma un mecano pétreo armónico, proporcionado y a la vez equilibrado, que se eleva hacia un infinito calculado geométricamente desde una planta con forma de cruz griega. Recursos y efectos, que independientemente del grado o nivel de conocimientos técnicos del observador, juegan con las percepciones de éste, liberando ignotos resortes anímicos, que posteriormente pueden conllevar una acción física. Si tomamos esto en consideración -se trata, tan sólo, de una sugerencia- puede que lleguemos a pensar en la posibilidad de que quizás estos efectos, que pueden llegar a inducir experiencias -si no en todos, al menos sí en determinados casos- que rozan con la más pura de las místicas, constituyan, de alguna manera, esa liberación de un sentimiento interior determinado, que transmitido a través de un impulso eléctrico desde el cerebro, anime la mano del peregrino que se vale de un objeto punzante -no importa cuál, ni de qué características- para herir la arenisca de los sillares, dejando, bajo la apariencia de una marca por completo ajena al templo, algo más que un simple testimonio de su paso por allí.
 

Veraz puede ser, por otra parte, la presunción de que la gran mayoría de estos graffiti -llamados, precisamente así, de peregrino- responde a una sencilla y egocéntrica demostración de fe: mediante la acción de grabar una simple cruz, el peregrino deja testimonio de sus convicciones religiosas, a la par de una señal de su paso por el lugar, y continúa su camino. Posiblemente, en el siguiente templo repita la misma acción, como una especie de vía crucis particular con el que va sumando etapas. La cuestión, contemplada desde esta perspectiva, no tendría mayor relevancia, desde luego, si no fuera porque, a través de lo que, a priori parecen unas simples marcas, puede advertirse, también, una cierta evolución, una denostada complicidad, que sugieren intenciones y significados más profundos, y hasta podría decirse, que partidistas.
Precisamente partiendo de la cruz -y este templo de San Pedro de la Nave, no es ninguna excepción- se van añadiendo elementos, que demuestran esa intencionalidad y que, en algunos casos, desvirtúan así mismo las marcas originales que los canteros labraron en los sillares. De tal forma, que con esta alteración, lejos de enriquecerse el posible mensaje original, se desvirtúa y altera un rastro que podría haber sido complementado con la observación de marcas en templos similares.
Se dá el caso, incluso, en que se desvirtúan también los propios graffitis y a la simple cruz, pongamos por ejemplo, que un peregrino grabó, otro peregrino, con sus añadidos posteriores, altera la idea original, mostrando un falso mensaje. Suele darse, con bastante frecuencia, en dos tipos de graffiti, que suelen ser bastante fáciles de localizar en la gran mayoría de templos, no siendo una condición imprescindibles que estos se localicen, precisamente, en rutas peregrinas.
El primer caso podría ser aquél que a una cruz simple, pongamos griega, por tener los cuatro brazos iguales, se le añaden muescas en cada uno de los extremos, simulando cada brazo la conocida marca de la pata de oca. Cierto es que ésta marca, original y atribuíble al anónimo cantero, no siempre es un graffiti, y por citar un caso cercano, se puede añadir que es perfectamente localizable en las basas sobre las que un día se sustentaban las columnas que soportaban el peso de la nave del monasterio de Santa María de Moreruela.
El segundo caso detectable, muy frecuente también, como digo, es el mismo caso que el anterior: partiendo de una cruz simple, a sus brazos se le añaden aspas, de tal forma que simula una cruz patada, de tal manera, que en la intencionalidad de esos trazos, se nutre, aún más, la ya de por sí complicada labor de averigüar si el lugar tuvo en el pasado alguna relación con los templarios que, independientemente de su presencia en numerosos lugares del Camino -generalizando éste en las diferentes rutas que lo conforman- se super relativiza el aura de su leyenda, bastante afectada ya de por sí.
Otra posible relación, dado que también es un graffiti muy frecuente, lo constituye aquél en el que a la cruz se le añade una base, generalmente en forma de triángulo, que la convierte en una cruz mucho más simbólica aún: la de tipo monxoi.
Menos frecuente, quizás, y que también se localiza grabada en algún sillar de esta iglesia de San Pedro de la Nave, es aquella en la que, habiéndosele añadido ciertos ángulos, conforma una estrella de cinco puntas alargada, simulando el concepto de hombre universal que, aunque popularizara Leonardo Da Vinci en el Renacimiento, resulta un concepto para nada desconocido en el medievo, siendo la mejor prueba de lo que digo, la representación que se localiza en la portada de la iglesia de Nª Sª de la Asunción, en la población navarra de Leache.
Hay aquí, en San Pedro de la Nave, una pequeña inscripción, en letras latinas, en las que se lee el nombre de ALVARUS. Original o no, conforma otro de los enigmas anónimos del lugar. Un lugar en el que, si ya de por sí, contiene numerosos enigmas históricos, estos añadidos, que en el fondo, constituyen también un auténtico enigma antropológico, no le van a la zaga.


De Santa María de Moreruela a Santa María de la Horta

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La iglesia de Santa María de la Horta, es otro de los numerosos templos destacables de la ciudad de Zamora. Como el resto, y a juzgar por los carteles explicativos, sus orígenes se remontan a un siglo, cuya característica principal, parece encajar perfectamente en un concepto moderno de lamentables consecuencias, que se ha convenido en denominar como burbuja inmobiliaria. Al menos, esa es la idea que acude a la mente, cuando se comienza a patear la ciudad, y sin importar el aspecto actual de sus elementos artísticos patrimoniales, se constata que prácticamente todos los templos, salvando alguna excepción, pertenecen al siglo XII. Quizás este detalle, no nos llame en exceso la atención, si tenemos en cuenta que la ciudad fue arrasada dos veces por los sarracenos, una de ellas, precisamente por Almanzor; pero tal vez nos resulte más atractivo para dar rienda suelta a la especulación, pensar en él, como en un siglo en el que comenzó a destacar la presencia de cruzados en la España de la Reconquista –no en vano, considerada como una prolongación de las Cruzadas en Tierra Santa-, además de la presencia de agrupaciones de carácter religioso-militar –las Órdenes Militares- que no sólo peleaban, generalmente, en la vanguardia de los ejércitos cristianos, sino que también contribuyeron, de una manera bastante meritoria, a la protección y auxilio de los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela –recordemos que por Zamora pasa la llamada Ruta o Vía de la Plata- y sobre todo, a las labores de repoblación de los territorios que iban siendo reconquistados.

De tales órdenes, no tanto por su histórica y carismática animadversión como por su veteranía y organización, destacaron, principalmente, dos: la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y el Templo de Salomón –más popularmente conocidos como templarios- y la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, fundada algunos años antes por comerciantes de Amalfi, y como los anteriores, conocidos más popularmente como hospitalarios. Definición que describe, a la perfección, los cometidos que impulsaron a la creación de dicha orden: la asistencia y auxilio de los palmeros (1) que acudían a los Santos Lugares.
Dentro de la infraestructura interna que caracterizaba, en mayor o en menor medida, a ambas órdenes, destacaba el aprovechamiento propio de gremios especializados en diversas actividades y oficios. Y entre ellos, naturalmente, hay que destacar a los gremios de canteros, independientemente de que muchos de ellos tuvieran el carácter de itinerantes. Sobre ello, cabría señalar que no sólo la utilización de alarifes de carácter mudéjar o mozárabe conllevó una influencia de marcado tipo oriental en numerosas construcciones, sino que también podría hacerse, en parte, responsable a templarios y hospitalarios –vuelvo a repetir, principalmente- de la importación de modelos orientales, y entre ellos, aunque suponga levantar polvareda entre la diversidad de opiniones al respecto, la utilización de modelos estilísticos basados en la geometría de planta hexagonal, siendo el ejemplo más notable a imitar, la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Recordemos que en Zamora, el caso más destacable, toda una obra de Arte, lo encontramos en el maravilloso cimborrio de su catedral de San Salvador.
Si bien el hecho de que, una vez disuelta la Orden del Temple, los hospitalarios fueron los receptores más beneficiados de las antiguas posesiones de éstos, detalle que con mucha frecuencia induce a numerosos conflictos a la hora de atribuir determinados templos, no ocurre esto con la iglesia zamorana de Santa María de la Horta, puesto que se sabe a ciencia cierta que fue la sede principal de la orden de los Caballeros Hospitalarios en Zamora. De hecho, es uno de los templos mejor conservados, independientemente de la torre-chimenea -recuerdo de la primera central eléctrica que hubo en Zamora-, que le resta atractivo con su desagradble visión, y que junto a él, adosado a su parte oeste -justo aquélla que da a la calle de la Horta, donde se localiza uno de los tanatorios de la ciudad- se encuentran las dependencias del hotel Puerta del Duero, perteneciente a la cadena hotelera NH.
Pues bien, este templo, que en 1537 pasó a ser el convento de las Comendadoras Sanjuanistas, en cuya torre se custodió el archivo de la Orden hasta bien entrado el siglo XX -en la actualidad, se encuentra en el Archivo Histórico Nacional- aparte de una interesante iconografía, sobre todo en los capiteles del pórtico principal de entrada -donde vemos, repetido, un tema curioso, como es el de dos dragones flanqueando a ambos lados a una cabeza humana- posee la no menos curiosa particularidad de que en los sillares de su ábside, aún se localizan numerosas marcas de cantería. Marcas que recordará perfectamente, todo aquél que se haya paseado por las inconmensurables dependencias de Santa María de Moreruela. Y si es observador, comprobará que, mientras algunas se hallan desperdigadas sin orden aparente, hay otra, con forma de báculo, que se localiza, perfectamente definida y ordenada, en al menos dos de las series de sillares.
Si bien este detalle, no demostraría, a priori, sino la participación de alguno o algunos de los grupos de canteros que participaron también en la remodelación del monasterio de Santa María de Moreruela, cosa lógica, por otra parte, también vendría a confirmar, de alguna manera, lo que anteriormente se exponía sobre las especializaciones dentro de las órdenes y la utilización, a la vez, de compañías de canteros que, o bien formaban parte de la orden en cuestión, o bien trabajaban a sueldo para ella, acompañándola, de igual manera que se sabe hicieron algunas hermandades de canteros (2) que participaron activamente en la que, se podría definir, como la gran aventura del Temple y pasaron a la clandestinidad cuando la Orden fue juzgada y suprimida, llegando a ser opinión generalizada entre los investigadores, de que a través de ellos se fueron consolidando las diversas agrupaciones de índole masónica que tanto han dado que hablar hasta el día de hoy.
Como anécdota, añadir que en el interior de esta iglesia, se guardan las reliquias de San Cucufate (3).



(1) Como aclara el propio Dante Alighieri: ‘Es preciso conocer que existen tres maneras de nombrar las gentes que van al servicio del ALTISIMO: se les llama “paulmiers”, en tanto que van a ultramar por aquello que muchas veces solían llevar la palmera de Jericó. Se les llama “peregrinos”, cuando su destino es la Casa de Galicia, pues el sepulcro de Santiago quedaba más lejos de su patrio que de cualquier otro apóstol; se les llama romeros en tanto era Roma el lugar de su destino…’.
(2) Al menos, si hemos de creer en las declaraciones del investigador francés Louis Charpentier, se reconocían al menos tres de ellas: 'los Hijos del Padre Soubise', 'los Hijos de Maitre Jacques', y la que quizá fuera más activa de todas: 'los Hijos de Salomón'.
(3) San Cucufate o Cucufato, aquél mártir muy recordado en la tradición, al que se aplica el refranillo de: San Cucufato, San Cucufato, concédeme lo que te pido, o los cojones te ato'.

Simbología y Heterodoxia en el Arte

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Generalmente, no les prestamos atención. Entramos en los templos, atraídos por la magnificencia de unos estilos artísticos –el románico y el gótico, sobre todo, que por algo abundan en nuestra geografía- que nos motivan a buscar la estética artística en edificios que fueron promovidos y construidos hace cientos de años, por una mayoritaria explosión de Fe. Pero lejos de mover sólo montañas –como aquéllas que desmocharon los canteros a golpe de maza y escoplo para dar vida a la piedra en bruto-, la Fe es un paradigma existencial que se nutre de unos juicios y de unos valores, no siempre predispuestos a aceptar lo literal promulgado por la Palabra de la Ecclessia de Roma como única, real y verdadera exclusa que encamina los navíos del espíritu hacia el puerto de la Divinidad. Esto era algo que sabían esos canteros medievales que tan misteriosos nos parecen hoy en día; los mismos que, en un alarde de humildad, anteponían la Obra al Nombre y abonaban la tierra con el estiércol de su propio anonimato.
La críptica mediación con la que éstos retaban al mundo a que interpretara un mensaje entre líneas, se convirtió en una corriente filosófica de la que se nutrieron los artistas posteriores, muchos de los cuales, cambiaron la técnica y el material, pero no el mensaje. Un mensaje que, como si se tratara, comparativamente hablando, de una quinta columna, continuó introduciéndose en el interior de los templos, amparado en la, a priori, inocente catequesis de las historias y personajes contenidos en el soporte barroco de unos retablos que, en la mayoría de los casos, actuaron como censores inadvertidos de la originalidad de unas pinturas que, a modo de Capillas Sixtinas, solían recubrir ábsides y paredes.
Destrozados, recubiertos de polvo y desfigurados en muchos casos, estos retablos –exceptuando, generalmente, los mayores, que suelen atraer la atención por magnificencia y situación- en su gran mayoría, también anónimos trabajos, contienen escenas y claves que pueden inducirnos, perfectamente, a pensar en otras historias de la Historia. Como decía el filósofo y escritor francés Paul Elouard: hay otros mundos, pero están en este.
Aunque no se trata, al menos en la presente entrada, de hacer una tesina sobre las claves consignadas en sus trabajos por éstos, metafóricamente hablando, artistas de Lucifer, sí puede resultar conveniente consignar algunas de esas curiosidades o rarezas –si preferimos considerarlas así-, que pueden resultar interesantes. Elegidos al azar, resulta curioso observar, por ejemplo, que le madero que porta el Nazareno camino del Calvario, conforma una Tau. Esto es patente, en retablos como el de la Vera Cruz de Segovia o el de la iglesia de San Pedro, en Valdeande, provincia de Burgos. Modelo de cruz, donde ya se le ve crucificado en el retablo mayor de la iglesia soriana de Barcebal, donde, además, el anónimo artista dejó un pequeño misterio para la imaginación de los observadores: junto a la cruz, a uno y otro lado, se aprecian perfectamente las conocidas figuras de la Virgen María y el Evangelista. Ahora bien, quien tenga ocasión de ir por allí y se fije en el madero vertical, observará unos dedos que se aferran a él. ¿Qué misterioso personaje se oculta detrás del madero y parte del cuerpo del crucificado?. ¿María Magdalena?.



La Coronación de María, por parte de Padre e Hijo, es también otro motivo interesante. Sobre todo, porque la figura de María carecía prácticamente de relevancia durante los primeros tiempos del Cristianismo. Esta representación, se puede ver en la iglesia de Santa María, en Caracena, Soria y en la también soriana iglesia de San Juan Bautista de Garray. Ahora bien, con curiosas diferencias, pues mientras que en la primera es el Hijo quien porta en la mano la bola del mundo –bola que caracteriza, así mismo, numerosas representaciones marianas de índole románico y gótica (1)-, en la segunda el portador es el Padre, mostrando el Hijo la cruz del martirio entre sus brazos.
En la iglesia de San Cristóbal (2), en el pueblecito segoviano de La Cuesta, se nos muestra una imagen de San Juan Evangelista, quien sostiene una copa-grial en su mano, de la sale una serpiente. Motivo que también se localiza en muchos otros lugares, siendo uno de ellos, la iglesia de Santo Tomás, en Covarrubias, provincia de Burgos. También en esta misma iglesia de La Cuesta, se nos muestra a un ángel portando la copa-griálica, motivo que localizamos en la iglesia asturiana de San Vicente de Serrapio, concejo de Aller, en cuyos frescos se ve al ángel recogiendo en la copa la sangre que brota de la herida de la mano derecha de Cristo crucificado. Mito, el del Grial, cuyos antecedentes paganos tampoco son del agrado de la Iglesia.
Santa Catalina de Alejandría, generalmente representada con una rueda -llámese si se prefiere, Rueda de la Vida, Rueda de la Fortuna o Rueda del Destino (3)-, aparece representada con la rueda partida por la mitad, en un cuadro de la iglesia soriana de Nª Sª del Mirón. En Cacabelos, pueblo berciano, el Niño Jesús juega a cartas con San Antonio, detalle que atrae a numerosos curiosos y que sienta reticencias en el párroco a la hora de permitir las fotografías.
Cátaros y templarios, aborrecían la cruz. Numerosas representaciones muestran a Cristo sin ella, ingrávido, a pesar de que la cruz es un símbolo universal, conocido desde la más remota Antigüedad y, por poner un ejemplo, representado entre los motivos que decoran la cerámica celtíbera recuperada en las ruinas de Numancia -se puede ver en el Museo Numantino de la capital soriana- no sólo en su forma de esvástica -tanto destrógira como levógira- sino también en su forma griega de brazos iguales. Una de las representaciones más significativas de Cristo sin el elemento crucífero de su martirio, nos la legaron los canteros que levantaron la iglesia de planta hexagonal de Santa María de Eunate, en uno de sus capiteles. Un capitel similar, de características prerrománicas, lo encontramos en la iglesia-santuario de Nª Sª de Elizmendi, en el pueblo alavés de Contrasta.
En las cavernas del Paleolítico, el artista primitivo ya representó la mano, como un símbolo en el que algunos investigadores quieren ver una referencia a la mano creadora de la Divinidad. Mano, que también fue utilizada por los canteros románicos que levantaron, por ejemplo, los templos de San Lorenzo de Vallejo y Santa María de Siones, en el Valle de Mena, en las Merindades burgalesas.
Se ha descubierto, que algunos de esos retablos a los que hacía referencia y a los que apenas prestamos atención cuando nos dedicamos a contemplar la belleza de un templo de época, tienen un valor incalculable, perteneciendo, en algunos casos, a las manos de reconocidos artistas. Quizás este haya sido el motivo para desaparezcan algunos de los frescos más interesantes -tal es el caso del pequeño pueblo asturiano de La Carballosa, enclavado en el entorno del famoso Monsacro- de la misma manera que, en tiempos, los anticuarios se dedicaban a recorrer los pueblos llevándose verdaderos tesoros a precio insignificante. Este fue el caso, por ejemplo, de muchos antiguos calderos de cobre del pueblo soriano de Suellacabras.
Los casos son innumerables. Y es posible, que todo aquél que lea la presente entrada y no le parezcan una sarta de estupideces lo que en ella se comenta, se sienta picado por la curiosidad y la próxima ocasión en la que visite un antiguo templo, preste atención a todos estos elementos, por muy viejos y deteriorados que le parezcan.


(1) La redondez de la Tierra, concepto herético en esos tiempos.
(2) Santo muy popular, pero poco agradable para la Iglesia, pues representa conceptos paganos, como el de los gigantes, los titanes, los jentillaks de las míticas tradiciones vascas.
(3) Comparable, en la mitología griega, a la rueca con la que las Parcas tejían la vida, el destino y la muerte de todos los seres humanos.

Hombres Verdes, Hombres Salvajes

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‘Los hombres del Neolítico no fueron, en absoluto, “hombres mono” primitivos, al igual que los de la alta Edad Media no fueron sólo seres piadosos e ingenuos…’ (1)
 
La grandiosidad de la Naturaleza, sus fuerzas elementales y su secreta Alquimia. Probablemente sea este el origen de esas misteriosas criaturas con las que los canteros medievales adornaron infinidad de templos y catedrales, cuya visión tanto nos llaman la atención, pues en numerosas ocasiones, solemos encontrárnoslas en los lugares más inverosímiles e insospechados: los denominados Hombres Verdes. Seres, generalmente de aspecto humano y en algunas ocasiones incluso burlón, que surgen de los tupidos escondrijos de un mundo netamente vegetal, testigo y a la vez custodio, de la opulencia, los misterios y las imprevisibles manifestaciones de la primigenia Diosa Madre. Un mundo perdido, metafóricamente hablando, lejano incluso en la memoria, al que también pertenecen otro tipo de seres, aparentemente similares, cuya presencia se detecta, principalmente, en los rancios escudos nobiliarios: los Hombres Salvajes. Si bien, la significancia de estos últimos, se puede resumir en una cuestión académicamente aceptada que no se extiende, a priori, más allá de los límites que determinan la antigüedad de un lugar o de un determinado linaje (2), por el contrario, el espinoso tema de los Hombres Verdes, nos hace penetrar de lleno en un mundo paralelo, estratificado, cambiante, subjetivo y de compleja significación.
De igual manera que existen notables diferencias, por ejemplo, entre el pensamiento gnóstico y el literalismo representativo de la Iglesia de Roma, en este mito de los Hombres Verdes, podemos encontrar, también, una corriente esotérica u oculta, y otra corriente, no menos extraña, pero sí más literal que, posiblemente surgida como consecuencia del inmenso tráfico de personas, culturas y formas de pensamiento que significó el descubrimiento de la supuesta tumba del Apóstol Santiago, diera lugar, entre otras muchas cosas, a que fabulosas historias se extendieran como un reguero de pólvora, conectando lugares y tradiciones, tan dispares entre sí, como Inglaterra y España, de cuyo antagonismo la Historia ha dejado cumplida constancia.
Sería una forma de explicar, entre otras maravillosas historias medievales (3), la existencia de versiones literalistas, que según los datos manejados por diversos autores, se remontarían, cuando menos, a la Inglaterra del rey Esteban, donde ya se mencionaba la historia de ciertos niños verdes, que aparecieron en cierto pueblo de Suffolk, de nombre Woolpit, siendo alcalde un tal Richard de Calne. Historia que nada tiene que envidiar, por cierto, a los muy posteriores y fantásticos relatos del viajero veneciano Marco Polo, y que, de hecho fue plagiada en tiempos modernos (4), para trasladarla a Cataluña, a cierto pueblo inexistente, llamado Banjos, situando la aparición de los niños verdes, aproximadamente en el año 1897, habiendo sido convenientemente modificado el nombre del alcalde, por otro, supuestamente españolizado, pero suena rotundamente a portugués: Ricardo Da Calno.
Pero las intenciones de los canteros medievales al cincelar estas criaturas (5), iban mucho más allá del literalismo de algunas historias, o de la simple broma–como dirían historiadores de la talla de Ricardo de la Cierva, al referirse a ciertos aspectos de la escultura románica- y ocultaban un complejo simbolismo que, en mi opinión, se fue haciendo cada vez más cabalístico, a medida que las imágenes y las épocas evolucionaban. Este detalle, queda de manifiesto, en aquéllas representaciones paralelas, que muestran rostros, en la mayoría de los casos de aspecto hierático, de cuyas bocas surgen lianas, que se extienden alrededor, creando curiosas geometrías, cuya complejidad se podría pensar que depende del nivel cultural del cantero en cuestión y del grado de intencionalidad del supuesto mensaje a transmitir. Tal complejidad e intencionalidad, han dado lugar a que, en un intento de interpretación, sean muchas las teorías e hipótesis que sobre su significado se han ido sucediendo. Básicamente, las principales, serían las siguientes:

A) Retorno a esa añorada Edad Dorada de la civilización.
B) Referencia, entre otros, a los cultos mistéricos de las Antiguas Religiones, establecidas mucho antes del advenimiento del Cristianismo.
C) Alusión a la transmisión de un secreto, con toda probabilidad, de índole iniciático y relacionado, básicamente, con los conceptos anteriores, determinativo, a la vez, del precepto del silencio debido.
D) 'Don de lenguas', basado, probablemente, en la capacidad de interpretar el carácter hermético o argótico contenido en los símbolos, concepto desarrollado en épocas modernas por el misterioso y controvertido autor Fulcanelli -a quien se atribuyen dos obras extraordinarias: 'El misterio de las catedrales' y 'Las moradas filosofales'-, 'especialidad' en la que eran auténticos maestros la gran mayoría de los canteros medievales.

Tampoco parecen ostentar un lugar determinado, sino que, por el contrario, su presencia indica una aleatoriedad, que posiblemente obedeciera a un fin determinado en sus orígenes, pero cuyo sentido se ha perdido, de tal manera, que se pueden encontrar en capiteles, tanto de iglesias como de claustros, en canecillos -un lugar corriente, sería en los ábsides- e incluso en el interior de los templos, donde también se observa cierta evolución hacia conceptos demiúrgicos, como sería el caso del que se puede observar, a modo de atlante y cerca del altar, en el interior de la iglesia de Revilla Cabriada, cercana a Silos y su entorno.
En definitiva, otro fascinante enigma, de los muchos que nos legaron los canteros medievales, que todavía conserva su fuerza antagónica dentro el fascinante mundo del Símbolo y su interpretación.


 
(1) Petra van Cronnenburg: 'El misterio del monte de Odilia', Grupo Editorial Ceac, S.A., año 2000, páginas 15-16.
(2) Posiblemente, el mejor ejemplo de esto, estaría en el apellido asturiano Quirós y la arcana divisa familiar que lo acompaña, una de cuyas variantes (pues hay varias), dice así: 'antes que Dios fuera Dios y los peñascos, peñascos, los Quirós eran Quirós, y los Velascos, Velasco'. Lo cual vendría a significar los lejanos atecedentes de una familia que ya estaba asentada en Asturias, 'antes que Dios'; es decir, antes de la llegada del Cristianismo. Esta versión, todo hay que decirlo, está sacada del libro 'A la sombra de los templarios', cuyo autor es Rafael Alarcón Herrera.
(3) Como la del enigmático Preste Juan, que algunos autores situarían en Etiopía -recordemos la vinculación de este país con la Reina de Saba, el hijo tenido con Salomón, Menelak y el Arca de la Alianza- y otros relacionarían con las maravillosas leyendas orientales relativas al Agharta, la mítica ciudad de Shambhalla y el Rey del Mundo, también conocido como Rigden Jiepo o 'Anciano de los Días'. Bajo esta última denominación -en su versión inglesa, 'The Ancient of Days'-, existe una excelente pintura del controvertido pintor inglés, místico y visionario, William Blake.
(4) La historia de los niños verdes de Banjos, tiene similares características de notoriedad, manipulación y desinformación -aunque a menor escala y por poner un ejemplo- que los famosos 'dossiers sécrets' del extraordinario affaire de Rennes-le-Chateau, o las alucinantes 'cartas Ummitas', que tanto han dado de que hablar desde el famoso caso de San José de Valderas, Madrid, 1967, y la publicación del libro de Antonio Ribera y Rafael Farriols, 'Un caso perfecto', Editorial Plaza & Janés.
(5) Las asociaciones suelen ser interesantes y complejas. Por ejemplo, no deja de ser curioso que cabezas humanas con la casulla de monje -adviértase, que este tipo de representación suele ser común, sobre todo en el románico silense, a las arpías- se identifiquen saliendo de la vegetación, en un capitel del pórtico principal de entrada a la ermita templaria -cuidado, que no lo identifico como símbolo netamente templario, ni mucho menos- de San Bartolomé, en el Cañón del Río Lobos, lugar en el que se advierte presencia antigua, neolítica, cuando menos. O aquéllas otras que, en algunos capiteles del claustro del monasterio aragonés de Veruela -en una de cuyas celdas, Bécquer se dejó seducir por las Musas- que acompañan a un concepto netamente sacro, como son las hojas de parra y los racimos de uva de donde se extrae el líquido vital para hacer la bebida sagrada, el vino, equivalente, comparativamente hablando, al tradicional soma hindú.



Ninfas y Donas del agua

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En base a numerosas representaciones y alegorías, que aun de forma dispersa y fragmentada se pueden localizar, se podría afirmar que los canteros medievales, conscientemente o no, fueron no sólo profesionales que cincelaban en piedra unos motivos y una simbología previamente pactada con el mecenas en cuestión –cuya temática, comúnmente, iba encaminada a la evangelización, en lo que bien se podría considerar como el Catecismo pétreo del pueblo-, sino también, custodios y a la vez transmisores de las antiguas tradiciones. Unas tradiciones que, como se veía en la entrada anterior dedicada a unos curiosos personajes conocidos como Hombres Verdes, rendían culto a la Naturaleza y sus múltiples manifestaciones, las cuales constituían, de hecho, la base primordial de un universo cosmogónico y espiritual, cuyos antecedentes antediluvianos se remontaban, cuando menos, a la época paleolítica, periodo en el que las primeras manifestaciones artísticas se consignaban, por lo general, en lo más profundo de las cavernas. Cavernas que a su vez, y de una manera simbólica, representaban no sólo el concepto de refugio, sino también la matriz primordial de la Gran Diosa Madre. También en lo más profundo de las cavernas, en esa formidable matriz, nacían, de forma incógnita y misteriosa, multitud de ríos y fuentes. Eran las venas, la sangre de la Mater, que se desparramaba generosamente para alimentar y dotar de vida a todas sus criaturas. No es de extrañar, por tanto, que numerosas historias y leyendas, transmitidas oralmente de generación en generación, hablen de seres especiales y prodigiosos, que habitaban en lugares como cuevas, fuentes, pozas y ríos en forma de espíritus elementales, que en ocasiones, interactuaban con el mundo de los hombres, pues no en vano, entre sus funciones estaba aquélla de salvaguardar los lugares sagrados. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en el Bierzo leonés y la leyenda de la xana Carissia y el lago de Carrucedo.
Del culto a las ninfas y las aguas, posiblemente los mejores antecedentes los tengamos en los denominados ninfeos, monumentos que les estaban especialmente consagrados, de los que aún quedan recuerdos relevantes en la Península Ibérica, como son Santa Eulalia de Bóveda, en la provincia de Lugo y el forno da santa, en Santa Mariña de Augas Santas, en la provincia de Orense. Ninfeos que, según opinan los especialistas, tuvieron sus orígenes, precisamente, en las cuevas y cavernas.
También las fuentes fueron objeto de culto. Y dentro de ello, objeto tenido en cuenta por los canteros. Sirvan como ejemplo, la fuente que las representa, situada en la localidad orensana de Allariz, en las cercanías de una iglesia de culto, como es la de Santiago, y aquéllos otros restos que, procedentes de uno de los dos conventos medievales que se levantaban en Fuentelzaz, Soria (1), pudieran ser también una referencia por su parecido. De esta asociación, posiblemente derive, así mismo, los nombres que se daban antiguamente a algunas fuentes. Como ejemplo, aquélla fuente de la Oca que todavía existe, aunque muy modificada, en una propiedad privada del pueblecito cacereño de Tejeda de Tiétar.



(1) Dichos restos, que actualmente forman parte de una casa particular, se observan casi al final del vídeo.

Fragmentos de Patrimonio: nuestro puzzle histórico

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'Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño...'
[Jorge Luis Borges (1)]


En su momento, formaron parte de monasterios, cenobios, iglesias, fortificaciones e incluso palacios y casas civiles de prestigio venidas a menos con el tiempo y sus imprevisibles avatares. En la actualidad, muchas de esas piezas languidecen en solitario, reaprovechadas vulgarmente como relleno, sin orden ni concierto, en las fachadas de las casas de numerosos pueblos. Constituyen, aunque a priori no nos lo parezca, una parte sustancial de una historia perdida, cuya memoria permanece cada día más en el olvido. Muchas de ellas, son el fruto de saqueos ininterrumpidos, como los producidos a mediados del siglo XVIII, cuando la famosa Desamortización de Mendizábal trajo como consecuencia el abandono de muchos de estos lugares, que contaban con cientos y en algunos casos, miles de Antigüedad. Las guerras e invasiones -la napoleónica, fue peor que la peor plaga de langostas- también contribuyeron a la ruina y el deterioro. Factores determinantes que contribuyeron, en gran medida, a tan triste final y que hicieron que incluso la localización de su lugar de ubicación, en numerosos casos, se fuera perdiendo también, quedando apenas referencias. Y paradójicamente, estas referencias suelen estar en la memoria de los más ancianos del lugar. Y en la mayoría de los casos, mueren también cuando mueren ellos.
Son fragmentos de Patrimonio: nuestro puzzle histórico.



(1) Jorge Luis Borges: 'Antología poética, 1923/1977', Alianza Editorial, S.A., segunda edición,1983, página 42.

El simbolismo pictórico de Santa Comba de Bande

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La iglesia visigoda de Santa Comba, hemos de situarla en el concejo orensano de Bande, a unos 25 kilómetros, aproximadamente, de Celonova y a otros tantos de la frontera con Portugal, en un entorno –el valle del río Limia- jalonado de vestigios ancestrales, entre los que figuran dólmenes, castros y restos romanos, en las proximidades del embalse de las Conchas y dentro, así mismo, de ese carismático paralelo 42 en el que, según opinaba Juan García Atienza –autor que dedicó buena parte de su vida a recorrer incansablemente los caminos de esa España mágica y también templaria- se situarían los principales lugares de poder del mundo. Como la práctica totalidad de los templos visigodos que han sobrevivido, más o menos intactos, a nuestros días, en Santa Comba –Santa Columba- también destaca el cubículo central, sobresaliendo como un punto de inflexión que marcaría un eje imaginario sobre el que su planta con forma de cruz griega, es decir, de brazos iguales, extendería su influencia simbólica hacia los cuatro puntos cardinales.
Los primeros cristianos, creían que las almas de los difuntos se convertían en estrellas; creencia, de alguna manera, similar a como los antiguos egipcios pensaban que ocurría con las almas de algunos faraones difuntos, sobre todo, referidos a las primeras dinastías, de las que creían que ascendían al Duat para morar junto a Osiris y convertirse, junto a éste, también en una estrella, pasando a denominarse como Osiris-Orión u Osiris-Sothis (Sirio), atendiendo a la constelación a la que, según apuntan los escritores Robert Bauval y Adrian Gilbert (1), estarían orientadas las pirámides que conforman el complejo funerario de Gizeh. Menciono esto, porque parte de ésta antigua creencia, podría verse así mismo reflejada –independientemente de otras consideraciones- dentro del extenso simbolismo contenido en las pinturas que decoran la cabecera de este templo de Bande. Un simbolismo, en el que no falta ese cielo infinito, repleto de estrellas, que armonizan, a la vez, con otros dos principios sagrados, como son el Sol y la Luna, que rodea a un espacio central, en el que sobresale un magnífico, y a la vez curioso tetramorfos, donde se localizan las figuras del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, escoltadas por los símbolos de los cuatro evangelistas. Unos símbolos, dicho sea de paso, que en esencia se derivarían también de concepciones muy anteriores, estando presentes en uno de los pasajes bíblicos que más ha llamado la atención de los investigadores a lo largo de los años, y sobre el cual, se han realizado multitud de hipótesis y manifestaciones, incluidas aquéllas, de tipo alucinante, promulgadas en los años 80 por Josef Blumbrich, ingeniero de la NASA, que vería en ellas la descripción de una nave espacial: la visión del profeta Ezequiel. A este respecto, ni quito ni pongo, tan sólo expongo un dato que creo puede ser complementario.
Extendidas sobre el altar, de manera que diríase que observando, cuando no, participando de manera simbólica en los rituales oficiados por el sacerdote, la figura coronada del Padre contiene, dentro de sí –la simplicidad del Todo- al Hijo y al Espíritu Santo, éste último representado por la paloma, símbolo que, por añadidura, también se caracterizaba por ser representativo de una de las partes principales de la Sagrada Trinidad egipcia: la diosa Isis.
Merece centrar la atención en los pies del Padre; unos pies que, situados sobre un globo terráqueo -recordemos, que este concepto de la esfericidad de la Tierra se consideró herético durante muchos siglos y significó la muerte para muchos en las hogueras de la Inquisición- se mantienen a ambos lados del travesaño vertical que conforma la última letra del alfabeto hebreo, y por defecto, una de las cruces más simbólicas y sagradas que se conocen: la Tau. De hecho, esta forma sagrada, volvemos a encontrarla en la figura del Hijo y en la forma en la que el artista anónimo reflejó su crucifixión, manteniendo las piernas unidas y los brazos extendidos, formando un ángulo de noventa grados con el cuerpo.
Las pinturas, se complementan con la escena de la Anunciación, aquélla que se localiza en la parte frontal y que reproduce a las figuras del arcángel Gabriel y la Virgen María, a ambos lados de una imagen de San Torcuato, uno de los discípulos de Santiago, cuyo sepulcro de piedra, todavía se localiza en una de las capillas laterales. Un arcángel que, mirando hacia María, porta un cetro en su mano izquierda -por debajo del resto de una frase, que parece decir: ia llena adtecum (María llena eres de gracia?)- mientras la señala con su mano derecha. Un elemento que, posiblemente, como las pinturas (2), represente otro modo de pensamiento, reconocido a partir del gótico, cuando a la figura de María se la comenzó a otorgar los atributos de 'reina', abandonando el sedentarismo hierático de las primeras manifestaciones artísticas, siendo uno de los ejemplos más relevantes que conozco, la imagen de piedra que se localiza en el monasterio cisterciense de Santa María de Huerta, en la provincia de Soria.
Sea como sea, opino que aquí, en esta maravillosa iglesia visigoda de Santa Comba de Bande, artistas de diferentes épocas dejaron en herencia para la posteridad, no sólo un despliegue magistral de conocimientos, sino también detalles de un pensamiento con cierta heterodoxia, que bien merece ser estudiado con la mayor amplitud de miras posible.



(1) Robert Bauval y Adrian Gilbert: 'El misterio de Orión'.
(2) Como se ha comprobado en otros casos, no descartaría a priori que hubieran sido repintadas sobre pinturas anteriores, como ocurrió en la iglesia asturiana de San Vicente de Serrapio.

De las suelas de los canteros, a las botas de los peregrinos

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'Considerado como el impulso que empuja a una persona a llevar a cabo determinadas acciones con voluntad, esfuerzo e interés constante, para alcanzar objetivos, la Motivación no es otra cosa  que el "Motor de la Vida". Una fuerza sin la que los humanos estaríamos abocados al constante desánimo, sentimiento de angustia o auto percepción de incapacidad cuando nos enfrentamos a los problemas que van surgiendo a medida que avanzamos en la procura de aquellas metas que nos fijamos a lo largo de nuestras vidas...'.
[Alberto Cacharrón Mojón (1)]

Por alguna razón, que reside probablemente en lo más oscuro e insondable del inconsciente colectivo, el hombre siempre ha sentido la incierta llamada de lo desconocido, de seguir esa misteriosa voz interior -la misma, quizás, por cuyo imperativo nuestros ancestros dejaron la seguridad de las cavernas- que le impelía a desplazarse, a conocer el entorno en el que vivía, y aún más allá, a explorar el mundo en el que habitaba. Un mundo, que debía de parecerle infinito, como infinitas debieron ser, así mismo, las aventuras y peripecias que tuvo que afrontar hasta llegar a convertirse en la especie dominante. Para un científico, dogmático, rígido y puntualmente correcto, en todo esto no habría otro tipo de romanticismo añadido que el de una simple cuestión de evolución. Tal vez tenga razón; pero para seguir las pautas marcadas por esa evolución, el hombre, probablemente, necesitó de un empujón. Un empujón, proporcionado por esa parte incognoscible y anímica, que todavía hoy, al cabo de los milenios y en un punto de la evolución que en nuestra ignorancia podemos llegar a considerar sublime, aún nos empuja y motiva a continuar adelante, a ir más allá; en definitiva, a marcarnos una meta y conseguir un objetivo. Esto podría explicar, como muy bien apunta Alberto Cacharrón, en su estupendo libro Mi otro tiempo -la utilización de cuyo párrafo como elemento introductorio en la presente entrada, espero que no le suponga una molestia o inconveniencia-, esos desplazamientos producidos a lo largo de la Historia, que hacen del hombre un auténtico nómada, alimentando, a la vez, una cualidad que podría parecer innata y sin la cual, quizás la Humanidad no se hubiera impuesto retos, ni hubiera alcanzado, tampoco, esa Edad Moderna que desemboca en las actuales postrimerías del siglo XXI y sus increíbles avances tecnológicos: la curiosidad.
La curiosidad, posiblemente, sea uno de los factores que mayormente nos inducen a abandonar la comodidad de nuestros hogares y lanzarnos de cabeza a unos caminos, que no por arduos o difíciles, dejan de constituir experiencias enriquecedoras, a la vez que escuelas maravillosas en las que introducirse en esa inmensa herencia de Arte, Cultura, Pensamiento y Misterio que nos legaron las civilizaciones y culturas precedentes, cuyas claves y secretos, por mucho que nos empecinemos en pensar lo contrario, permanecen incólumes hasta el día de hoy, constituyendo, precisamente, todo un reto para aquél que se encuentra con ellos y siente el impulso de intentar desvelarlos, dejándose llevar por su irreprimible hechizo. Uno de ellos, evidentemente, es ese mundo, oscuro, impenetrable y tremendamente celoso de su propia idiosincrasia, que es el motivo fundamental de que este blog exista: el fantástico mundo de los canteros medievales.
No deja de ser un hecho curioso, y ciertamente coincidente, que a lo largo de los siglos, en el transcurso de esos innumerables desplazamientos, el ser humano haya sentido, además, la necesidad intrínseca de dejarse llevar por sus emociones, dejando señales en los lugares por donde pasaba, si bien, en muchas ocasiones, el fin y el sentido de éstas. en la gran mayoría de los casos, se nos escapan. Lejos de compartir -al menos en rotundidad- esa peregrina idea de que las marcas que los constructores medievales dejaron en los sillares de las iglesias -incluso castillos y edificios civiles- que levantaban eran simplemente una contabilidad que justificaba posteriormente el pago de un jornal, me adhiero por completo a esa otra visión, mistérica e indudablemente antropológica, que resume, desde su carácter hierático y sumamente jeroglífico, paradigmas culturales que han acompañado al hombre a lo largo de la aventura de su existencia. Muchas de estas marcas reúnen, en su constitución, símbolos de variada condición: rúnicos, mágicos, astrológicos, cristianos....que, de alguna forma general, nos ofrecen aspectos de esa amplia gama de creencias que marcaba el modus vivendi de las sociedades que nos precedieron. Si bien la cruz, en numerosos casos, servía como símbolo indiscutible para la consagración de iglesias, otros símbolos determinados, enmarcados dentro de ese apartado denominado como mágico, cumplían una función semejante, manteniendo a raya a esa gama de seres perversos -diablos, brujas, espíritus inquietos- que vivían con pasmosa realidad en la mente supersticiosa de las sociedades pretéritas (2). Pero entre unos y otros, marcado en ocasiones en los lugares más insospechados -como por ejemplo, el suelo adyacente a un altar (3)-, siempre me ha llamado la atención un símbolo determinado: las suelas de unos borceguíes medievales. Suelas que, lejos de dejarme convencer por una simple referencia a un gremio de zapateros que costeó el sillar o los sillares del templo en cuestión, siempre me han parecido un indicativo al viaje, al desplazamiento, a ese camino de la vida que, a la manera de una partida del simbólico juego de la oca, nos vemos consciente u obligatoriamente a seguir en algún momento de nuestra existencia. Tal reflexión -por cierto, muy discutible, como es lógico- se me acrecentó no hace muchos días, mientras realizaba uno de los trayectos más hermosos, pero también más duros del Camino de Santiago a su paso por la provincia de Lugo: aquél que va de O Cebreiro a Triacastela. Si bien, ya había podido apreciar, en ocasiones anteriores (4), el peregrino no sólo deja en ciertos lugares de su camino, la típica piedra para satisfacer y calmar a los dioses de los caminos -los antiguos manes- y augurarse un buen camino, sino que también, depositan objetos personales -cada vez, en mayores proporciones- relacionados con su experiencia personal en el Camino, entre ellos, no sólo sandalias, sino, como se puede apreciar en el vídeo, las botas -o al menos, una de las botas- con las que emprendieron la aventura trascendente hasta la tumba del Apóstol, e incluso, el mapa y es de suponer que algunas sugerencias de interés, para otros que vengan detrás. Cierto es, así mismo, que cada vez se acusa una mayor intencionalidad en el simbolismo señalizador de los senderos, de modo, que no es difícil encontrarse la significativa pata de oca señalando la dirección correcta, en sustitución de la tradicional concha o incluso de la figura del peregrino y la flecha. En definitiva, señales que, adaptadas a los tiempos modernos, no dejan de tener cierta equivalencia, quizás, con aquéllas dejadas antaño. Formas tradicionales, que no quizás ciclos cósmicos, como diría un teórico del esoterismo como fue René Guénon.
El lugar donde me tropecé con el mojón, cuyos objetos me sugirieron la presente comparación, por si alguien siente curiosidad y quiere comprobarlo, o simplemente pasa por allí, se encuentra a unos dos kilómetros de Hospital da Condesa, apenas se adentra uno en el desvío hacia Sabugos y Temple.

 
(1) Alberto Cacharrón Mojón: 'Mi otro tiempo', Imgrafor, S.A., 2012, página 17.
(2) De hecho, muchos de estos símbolos todavía subsisten en los dinteles de las casas de muchos pueblos, conocidos con el significativo nombre de 'espantabrujas'; e incluso aún, se ven también en lugares sacros, como iglesias y monasterios.
(3) Como sería el caso de la iglesia de Santa María, en la interesante población soriana de Caracena.
(4) Un ejemplo significativo, sería la cruz de Ferro de Foncebadón, en la provincia de León.
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